Por: Tania Xiomara Becerra Peña
Destino no quiere estudiar, considera venerable dormir en su ciudad favorita y perforar la realidad que tanto la domina. Por ello, toma sus sabanas fuertemente, mientras intenta entrar sin ganas a una nueva sesión. Domina su manta y cierra los ojos con suavidad. Su mayor alegría al despertar―de la realidad― es encontrar a su mejor amigo Toto, en sus grandes aventuras crean hombres de nieve, ángeles de barro y marionetas de mantequilla. La maravillosa ciudad del desierto dulce pasa a ser el mayor anhelo de Destino. Oh Destino, Destino, ella no vive, sueña, consuela con su almohada sus fantasías más blancas y suaves, acumula recuerdos en su melena, para cepillarlos con nostalgia en los enredos de su alma.
Fuerte, grumosa, sin mente apasionada por su mundo, toca una flor que poco a poco tiñe su cabello de miles colores, sin necesidad de tintes, agua oxigenada y fuerte picazón en el cuero cabelludo. Aparentemente no sufre, sonríe cual orquídea, babeando sin percatarse, burbujeando sus deseos y con gran apetito comiendo arboles gigantes de chocolate. Ella no llora, aunque se astille la boca, pues sus lagrimas se enconden bajo su piel.
Toto le consuela, pues sus quejas parecen cantos a la naturaleza fantástica y oscurece sus ojos al entender que no hay provecho sin dolor y no hay dolor sin miedo. De este modo, su pequeño amigo suele llamarle “destino” el cruel destino con sonrisa larga, retrataba poco a poco las posibilidades del aleteo de una mariposa destruyendo el tiempo, construyendo un nuevo modo de vivir el tiempo. Y así es Destino, pues no toma en cuenta el tiempo, muerde arboles de chocolate, toca flores, huele el césped y juega con pequeños animales, hasta descubrir que el tiempo no le controla, el fin e inicio son ella. Poco después un ruido le sueña, regresando a su cuarto oscuro, acompañada de su laptop hablante, en una clase que no concuerda con su deseada realidad.
Gracias por tu cronopio.
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