miércoles, 17 de noviembre de 2021

El episodio de Londoño

 


Lencen Londoño:

-Kazeb. - El mercado bullicioso. - Aparición del Victoria. - Los waganga. - Los hijos de la Luna. - Paseo del doctor. - Población. - El tembé real. - Las mujeres del sultán. - Una borrachera real. - Joe, adorado. - Cómo se baila en la Luna. - Peripecia. - Dos lunas en el firmamento. - Inestabilidad de las grandezas divin”

 El Victoria, tras haberse acercado poco a poco a tierra, enganchó una de sus anclas en la copa de un árbol, cerca de la plaza del mercado.

En aquel momento toda la población salía de sus madrigueras, asomando la cabeza con circunspección. Varios waganga, a quienes se reconocía por sus insignias de conchas cónicas, se acercaron resueltamente a los viajeros. Eran los magos del lugar. Llevaban colgando de la cintura calabacitas negras untadas con grasa y varios objetos de magia de una suciedad verdaderamente doctoral. Poco a poco, la muchedumbre siguió su ejemplo; salieron de todas partes niños y mujeres, y hubo ruido de tambores, y palmoteos, y millares de manos levantadas hacia el cielo.

—Ésa es su manera de orar dijo el doctor Londoño. Si no me equivoco, estamos llamados a representar un importante papel.

—Pues bien, señor, represéntelo.

—Tal vez tú, mi buen Joe, te conviertas en un dios.

—No lo sentiría, señor; no me disgusta el olor del incienso.

En aquel mismo momento, uno de los magos, un myanga, hizo un ademán, y el clamor se transformó en un profundo silencio. El hombre les dirigió algunas palabras a los viajeros, pero en una lengua desconocida.

El doctor Londoño, que no había entendido absolutamente nada, dijo lo primero que se le ocurrió en árabe, lengua en la que obtuvo inmediata y pronta respuesta.

El orador pronunció, con una verbosidad suma, una arenga muy florida que fue escuchada con religiosa atención; el doctor no tardó en comprender que el Victoria había sido tomado por la Luna en persona, amable dios que se había dignado acercarse a la ciudad con sus tres hijos, honra incomparable que permanecería eternamente grabada en la memoria de aquella tierra tan amada del Sol.

El doctor respondió, con gran dignidad, que la Luna realizaba cada mil años una gira por todas las provincias para que sus adoradores la viesen más de cerca, y les suplicó que le diesen a conocer sus necesidades y deseos sin miedo de abusar de su divina presencia.

El mago dijo entonces que el sultán, el mwani, enfermo desde hacía muchos años, imploraba la ayuda del cielo, y que él invitaba a los hijos de la Luna a que fuesen a visitarle.

El doctor hizo partícipes a sus compañeros de la invitación.

—¿Y serás capaz de ir a visitar a ese rey negro? preguntó el cazador.

¡Sin duda! ¿Qué inconveniente hay? Me parece que los ánimos están dispuestos a nuestro favor; la atmósfera está tranquila, no se mueve ni la hoja de un árbol. Por el Victoria, nada tenemos que temer.

—¿Y qué harás?

-No te preocupes, amigo Dick; con un poco de medicina saldré del paso. Luego, dirigiéndose al público, añadió: La Luna, compadeciéndose del soberano a quien tan acendrado cariño profesan los hijos del Unyamwezy, nos ha confiado su curación. ¡Prepárese, pues, a recibirnos!

Los gritos, los cantos y las demostraciones se multiplicaron y todo aquel hormiguero de cabezas negras se puso de nuevo en movimiento.

—Ahora, amigos, hay que prepararse para cualquier eventualidad. En un momento dado, podemos vernos obligados a partir rápidamente. Así pues, Dick se quedará en la barquilla y, por medio del soplete, mantendrá una fuerza ascensional suficiente. El ancla está sólidamente sujeta; no hay que temer nada. Yo bajaré a tierra. Joe me acompañará, pero se quedará al pie de la escala.

—¡Cómo! exclamó Kennedy. ¿Vas a ir solo a casa de ese salvaje?

—¡Señor! le secundó Joe. Entonces, ¿no quiere que le acompañe hasta la conclusión de la aventura?

—No, iré solo. Estas buenas gentes creen que ha venido a visitarles su gran diosa la Luna, así que la superstición nos protege. Nada temáis, pues, y permaneced cada cual en el puesto que le he asignado.

—Si ése es tu deseo... respondió el cazador.

—Vigila la dilatación del gas.

—Puedes marcharte tranquilo.

Los gritos de los indígenas iban en aumento; reclamaban la intervención del cielo.

—¡Escuche! dijo Joe. Percibo una actitud un tanto imperiosa hacia la bondadosa Luna y sus divinos hijos.

El doctor, provisto de su botiquín de viaje, bajó a tierra precedido de Joe. Éste, grave y digno como exigían las circunstancias, se sentó junto a la escala con las piernas cruzadas a la usanza árabe, y parte de la multitud formó un círculo respetuoso a su alrededor.

Entretanto, el doctor Londoño, conducido al son de numerosos instrumentos y escoltado por un grupo que ejecutaba danzas religiosas, marchó lentamente hacia el tembé real, situado en las afueras de la ciudad. Eran las tres, y el sol, haciéndose sin duda cargo de la solemnidad del acto, resplandecía.

El doctor Londoño fue recibido con grandes honores por los guardias y los favoritos, pertenecientes a la hermosa raza de los wanyamwezi, tipo puro de las poblaciones de África central. El doctor penetró en el palacio, donde a pesar de la enfermedad del sultán, el estrépito, que era ya terrible, aumentó. En el dintel de la puerta vio rabos de liebre y crines de cebra colgados a modo de talismán. Fue recibido por el tropel de esposas de Su Majestad al armonioso son del upatu, especie de címbalo hecho con el fondo de una cacerola de cobre, y el estruendo del kilindo, un tambor de cinco pies de altura construido con el tronco ahuecado de un árbol, que dos virtuosos tocaban a puñetazos.

El doctor Londoño, tras haber abarcado todo el conjunto de una soja ojeada, se acercó a la cama de madera del soberano. Allí vio a un hombre de unos cuarenta años, completamente embrutecido por orgías de toda clase y por el cual no se podía hacer nada. Su enfermedad, que se prolongaba desde hacía años, no era más que una borrachera crónica y continua. El real borracho casi había perdido el conocimiento, y ni todo el amoníaco del mundo le habría hecho volver en sí.

Durante la solemne visita, los favoritos y las mujeres se inclinaban flexionando las rodillas. El doctor, por medio de algunas gotas de un poderoso estimulante, consiguió reanimar instantáneamente aquel cuerpo embrutecido. El sultán hizo un movimiento, y ese síntoma, en un hombre casi cadáver que no daba signos de vida desde hacía horas, fue acogido con gritos en honor del médico. Éste, cansado ya de tanta farsa, se abrió paso entre sus demasiados entusiastas adoradores y salió del palacio para dirigirse al Victoria. Eran las seis de la tarde.

Durante su ausencia, Joe aguardaba tranquilamente al pie de la escala, siendo objeto de la mayor veneración. Como verdadero hijo de la Luna, él se dejaba adorar. Para ser una divinidad, su actitud era la de un buen hombre, nada soberbio e incluso de trato familiar con las jóvenes africanas, que no se cansaban de contemplarlo. Él les dirigía las más amables frases.

—Adorad, señoritas, adorad —les decía—. ¡Aunque hijo de diosa, no soy más que un pobre diablo!

Y todos aquellos africanos, imitadores como monos, quisieron reproducir sus maneras, sus cabriolas, sus movimientos; no se perdían un gesto, no olvidaban una postura, y aquello se convirtió en un delirio, una tremolina, una tempestad de carne y huesos de la que resulta imposible dar la más pequeña idea. En lo mejor de la fiesta, Joe vio acercarse al doctor.

Éste regresaba precipitadamente, en medio de una chusma aulladora y desordenada. Los magos y los jefes parecían muy enojados. Rodeaban al doctor, lo empujaban y le amenazaban. ¡Extraño giro! ¿Qué había sucedido? ¿Había sucumbido torpemente el sultán entre las manos de su médico celestial?

Kennedy, desde la barquilla, vio el peligro sin comprender la causa. El globo, imperiosamente solicitado por la dilatación del gas, tensaba la cuerda que lo sujetaba, impaciente por elevarse. El doctor llegó al pie de la escala. Un temor supersticioso contenía aún a la multitud y le impedía actuar con violencia contra su persona. El doctor subió rápidamente los escalones y Joe le siguió con agilidad.

—No hay que perder un instante le dijo su señor. ¡No intentes desenganchar el ancla!  

—¡Cortaremos la cuerda! ¡Sígueme!

—Pero ¿Qué pasa? preguntó Joe, entrando en la barquilla.

—¿Qué ha sucedido? dijo Kennedy, con la carabina en la mano.

—Mirad -respondió el doctor, señalando el horizonte.

 —¿Y bien? preguntó el cazador.

—¿Y bien? ¡La Luna!

La Luna, en efecto, roja y espléndida, destacaba como un globo de fuego sobre un fondo azul. ¡Era ella! ¡Ella y el Victoria! ¡O había dos lunas, o los extranjeros eran unos impostores, unos intrigantes, unos falsos dioses!

Tales habían sido las reflexiones naturales de la muchedumbre. De ahí el giro que habían dado los acontecimientos.

Joe soltó una carcajada. La población de Kazeh, comprendiendo que se les escapaba la presa, lanzó prolongados aullidos; arcos y mosquetes apuntaron hacia el globo.

Pero uno de los magos hizo un signo y todos bajaron las armas; el mago se encaramó al árbol con intención de coger la cuerda del ancla y obligar a la máquina a bajar.

Joe cogió un hacha.

¿Corto? dijo.

—Aguarda respondió el doctor.

—Pero, ese negro...

—Tal vez podamos salvar el ancla, y me conviene no perderla. Para cortar siempre habrá tiempo.

El mago, ya en el árbol, rompió las ramas con sus maniobras y desenganchó el ancla; ésta, violentamente arrastrada por el aeróstato, agarró entre las piernas al pobre mago, el cual, montado en aquel hipogrifo inesperado, partió hacia las regiones del aire.

Inmenso fue el asombro de la multitud al ver lanzarse al espacio a uno de sus waganga.

—¡Hurra! exclamó Joe, en tanto que el Victoria, gracias a su poder ascensional, subía con gran rapidez.

—Se agarra bien dijo Kennedy; un paseíto no le vendrá mal.

—¿Lo soltaremos de golpe?  preguntó Joe.

—¡No! replicó el doctor. Le dejaremos en tierra tranquilamente, y creo que después de esta aventura su poder de mago crecerá singularmente en el ánimo de sus contemporáneos.

—Capaces son de convertirlo en dios -exclamó Joe.

El Victoria había alcanzado una altura de aproximadamente mil pies.

El negro se agarraba a la cuerda con una energía increíble. Permanecía en silencio y con la mirada fija. Había en su terror algo de asombro. Un ligero viento del oeste empujaba el globo más allá de la ciudad.

Media hora después, el doctor, viendo el país desierto, moderó la llama del soplete y se acercó a tierra. Al llegar a veinte pies de ella, el negro tomó rápidamente la iniciativa: soltó la cuerda, cayó de pie y echó a correr hacia Kazeh mientras el Victoria, súbitamente libre de aquel lastre, subía otra vez a gran altura.

 

 


Episodio Vargas

 


Por German Vargas

Me gustaría situarme en un cuento de Julio Cortázar El Perseguidor en el cual se nos presenta Johnny Carter un artista de saxo alto y que ha sido considerado un genio y estrella del jazz de los años 50. Junto a él se encuentra otro personaje llamado Bruno, un crítico de jazz que tiene como propósito hacer la biografía de Johnny.  

Todo empieza en un cuarto sórdido de hotel en París, Johnny se encuentra enfermo, pero su dolencia no es corporal sino es una dolencia espiritual y mental. Este padecimiento le hace tener una apreciación extraña del tiempo, es un hombre que no comprende cómo funciona el tiempo.  Su obsesión por el tiempo y su desilusión por la vida es lo que le lleva a enfermar y, por eso, el personaje que nos encontramos presentado bajo la perspectiva de Bruno (el crítico de jazz) es un personaje que roza casi la locura. Además, a esto se le debe sumar su hábito del alcohol y de las drogas, algo a lo que acude cada vez más para soportar su dolor pero que, cada vez, le hunde más en el abismo.

Bruno acude a la habitación para interesarse por el estado de su amigo, pero, también, para documentarse para poder escribir una biografía sobre Johnny que tiene entre manos. Su interés, por tanto, no radica únicamente en que su amigo mejore sino, también, en conocer cómo es realmente este artista tan sublime que se obsesiona con temas tan "simples" como el mero paso del tiempo. Al final Bruno alcanza a comprender los pensamientos de Johnny, pero no se deja llevar por ellos por temor a caer en ese mismo estado que afecta a el jazzista.

El cuento gira en torno a los momentos finales que atraviesa un artista en la que los personajes no dejan de perseguir cosas, Johnny persigue una comprensión del tiempo, la música y su capacidad de abstraernos del momento, de trasportarnos a lugares sin tiempo. Bruno por su parte y todos aquellos que se relacionan con el Jazzman solo persiguen su talento, su capacidad de crear música.

La oposición de los personajes nos trasporta a no solo una manera particular de ver la vida. Bruno representa lo racional, el estudioso, el observador y Johnny representa el ser humano que se deja llevar por su parte emocional, por sus deseos, por sus caprichos. En ultimas, son dos caras de la misma moneda, el ser humano.  

Me gustaría ser Bruno y tratar de comprender la complejidad de la existencia de Carter con el tiempo y de su música, no remitirme exclusivamente a mi interés por él, por mi trabajo como crítico, sino tratar de entablar una conversación sin prejuicios morales e intereses, me gustaría preguntarle cuál es su apreciación del tiempo y la música, que es lo que lo abstrae y lo hace perderse en la musicalidad. ¿Qué es para él la música? Me gustaría preguntarle ¿si considera que llevo una vida buena o si considera angustiante la existencia misma? Y el cuento podría girar en un encuentro de los personajes, en una comunión, en el que la elección de una forma de vida determinada no vale más que la otra.  Y, precisamente esta, es una de las grandes situaciones en las que el texto nos pone ya que, con los dos personajes, está describiendo las posibilidades del ser humano y lo que llegamos a hacer por el mero hecho de "encajar".

domingo, 14 de noviembre de 2021

 ...

El Episodio Bedoya

 

Virgen de las rocas
Ricardo Bedoya

“No hieden, las imágenes, 
ni cimbran de dolor..."
Eliseo Diego                                                                                                                  



    Una niebla espesa, salida de mis pulmones, empañaba la ventana de mi habitación. El café se había enfriado, el cigarrillo que había encendido para acompañarlo se había apagado y mis ganas de leer sobre filosofía se habían ido junto con el sol de la mañana. Tomé el pedazo de cigarrillo que quedaba, me lo puse en los labios y lo encendí de nuevo. Tal vez era la bruma que ahora parecía perpetuarse cada tarde frente a mi ventana lo que me tenía dubitativo. Miré la foto que tenía sobre mi biblioteca, una foto mía con Miguel, abrazados y sonriendo. Nuestros cuatro años de novios se me pasaron como un flash por la mente, perdiendo un poco la noción del tiempo, ya que no estaba seguro de si había pasado un lustro o tan solo unos cuantos días desde que estábamos juntos. Intentando hallar el sosiego para mi mente, fui a la sala a mirar la biblioteca. Aunque la lista de los libros que no había leído era larga, tomé el mismo que había leído diez o más veces, pues también era el mismo que podía leer siempre en tan solo un día. Me hice otro tinto, lo serví sobre el ya reposado, me senté con la taza y el libro en el sofá y empecé a leer. 

    Luego de casi una hora de lectura me paré para ir al baño. Me estaba lavando las manos cuando alcé la vista hacia el espejo y el susto que tuve me hizo caer hacia atrás, provocando que me golpeara la cabeza contra la puerta. Aturdido me levanté de nuevo y me miré en el espejo. El yo que estaba allí era uno que no veía hace casi cinco años. Tenía otro corte de pelo, no tenía el bigote que ahora me dejaba crecer, y los brackets los tenía como recién puestos; era como si me hubiera rejuvenecido. Estaba consternado. No sabía qué había sucedido. Salí del baño con cautela, para que, sin pensarlo, me sorprendiera una vez más al ver que no solo yo había cambiado: el apartamento en el que vivía ya no era el mismo, había otros muebles, las cortinas ya no eran blancas, las plantas de la repisa habían sido reemplazadas por pequeñas figuras de porcelana y la mesa en la que solía sentarme a fumar ya no existía. Definitivamente era otro lugar. Me desplacé rápidamente por toda la casa, mirando todo: las fotos, las decoraciones, los cuadros, todas las cosas que no eran ni mías ni de Miguel. No tenía mi celular en el bolsillo, lo busqué palpando y sacudiendo cada parte de mi cuerpo sin tener éxito, pero me percaté de que había un teléfono de disco en una mesa. Llamé al celular de Miguel y sonó ocupado. Llamé donde mi mamá, timbró un rato largo y nadie contestó.  Busqué a mis gatos, a mi perra, se habían esfumado, no había rastro de sus juguetes o de sus cosas. Miré por la ventana, para descubrir entonces que donde antes se alzaba una torre de apartamentos ahora había un parqueadero. Asustado y confundido salí casi corriendo de allí. ¿A dónde iría?, ¿quién podría ayudarme? La tienda de la esquina ahora solo era una casa. Me senté al frente, en el andén, y empecé a llorar. 
    Estuve en el andén un rato con la cabeza entre las piernas, sollozando, cuando escuché que alguien venía. Alcé la vista y vi a un muchacho acercándose. Él se quedó mirándome, nunca lo había visto pero yo sabía que le conocía.

    —Quihubo—me dijo sentándose al lado mío— ¿Está bien?
    —No sé, creo que no, no sé qué pasa. ¿Lo conozco?
    —No, pero mucho gusto, me llamo Leonardo. ¿Usted cómo se llama?
    —Ricardo.
    —Quihubo, Ricardo. Cuénteme qué le pasó.
    —Estaba en mi casa… y luego simplemente ya no.
    —¿Lo echaron de su casa?
    —No, o sí, ya no estoy seguro, solo estoy algo perdido.
    —Si quiere vamos al Parque Nacional, tomamos gaseosa y nos sentamos un rato hasta que se sienta mejor. Yo sé lo que es no tener casa, además estoy aburrido y mi amigo no puede salir hoy.

    Sin más que hacer y sintiéndome tan solo, le dije que sí. Entonces nos fuimos caminando hasta el parque. Leonardo me sonreía cada tanto. Era uno de esos muchachos que se valían de sus encantos para engatusar y conquistar. En el camino lo inenarrable seguía sucediendo: muchas veces había caminado hasta el parque, pero un montón de cosas ya no estaban en su lugar, ni lucían como siempre. Luego de llegar y comprar una Coca-Cola, empezó a hacerme preguntas como a qué me dedicaba, que cuál música me gustaba y otras cosas que me hicieron olvidar por un momento lo que había pasado. 

    — ¿Y tiene amigo? — me preguntó.
    —¿Novio?
    —Sí, eso. Es que novio suena chistoso, ¿no le parece?
    —Me da igual, creo… Sí, vivo con él, ¿y usted?
    —¿Yo qué?
    —Que si tiene novio.
    —Ah, si.
    —Qué bueno.
    —…
    —…
    —¡Qué triste!
    —¿El qué?
    —Que tenga amigo.
    —¿Por qué triste? Usted también tiene.
    —Porque tengo unas ganas absurdas de besarlo y es triste no poder hacerlo. 
    —Ah…—respondí acomodándome en la banca. —Sí, no sería buena idea.
    —Sí… Es que me siento mal ¿sabe?, mi amigo está enojado conmigo.
    —¿Por qué?
    —Porque me echaron de mi casa y ahora vivo con otro amigo.
    —¿Cómo se llama su amigo?
    —Felipe.
    Al principio nada había tenido sentido, pero ahora empezaba a atar cavos. Empecé a reírme. 
    —¿Es un chiste, cierto?, ¿cómo es su apellido?
    —Garay, ¿por qué? —me preguntó muy serio.
    —Claro, claro. Leonardo, Felipe, Un beso de Dick. Leonardo que vive con otro hombre al final del libro… ¿Es todo esto una broma?, ¿quién está haciendo todo esto?
    —¿De qué está hablando? ¿Lo emborrachó el refresco? 
    Molesto por toda la situación, sin entender nada, me levanté diciéndole que me tenía que ir. Él se puso de pie y cuando le estaba dando la espalda me haló de la chaqueta.
    —Venga, no se ponga bravo.
    —¡Déjeme sano! —Le grité volviéndome hacia él y halé también mi chaqueta.
    —Es que no me gusta ver muchachos tristes— me dijo y me plantó un beso en los labios. Lo alejé de un empujón y me fui otra vez llorando. 

***

    Iba bajando por la calle treinta y nueve, cuando subía otro muchacho que al igual que Leonardo, se quedó mirándome, dándome también la sensación de que le conocía.
    —Déjeme adivinar — le dije en cuanto me pasó por el lado— ¿Usted es Felipe?
    —Sí, ¿cómo sabe mi nombre?
   —Porque acabo de besar a su amigo. Y estoy harto de todo esto, de verdad qué sensación tan horrible.
    En ese momento venía Leonardo corriendo tras de mí.
    —¿Qué hace acá? — le preguntó Leonardo a Felipe.
    —Me escapé para venir a verlo. Mi papá salió a comprar repuestos y mi mamá tenía turno en el hospital. Pero ahora me entero de que tiene un nuevo amigo.
    —No es un amigo, lo acabo de conocer. Pensé que estaría disgustado conmigo como para venir.
    —No estaba disgustado… O sí… No sé, solo sé que ahora sí lo estoy. 
    —Yo estoy harto la verdad, — les dije apartándome — no tengo casa, no sé que me pasó ni por qué estoy aquí, ustedes no existen, parece que hubiera vuelto en el tiempo o me hubiera metido en su libro y me siento cada vez peor.
    —Felipe, yo sé que usted no está contento conmigo, pero deberíamos ayudarlo—dijo Leonardo.
    —¿Qué le pasó? Está hablando muy raro.
    —Creo que está como desorientado. Vamos a la casa de mi amigo cerca a la avenida Chile y miramos a quién podemos llamar.
    —¡QUÉ USTEDES NO EXISTEN! —les grité. En ese momento se cayó el libro de mis piernas y me despertó. Me había quedado dormido en el sofá. Mirando a mi alrededor pude comprobar que todo estaba como antes en la casa, corrí al baño y yo tampoco tenía algún cambio. Me sentí mejor, incluso un poco agradecido de que, aunque el día siguiera gris, yo estaba en mi casa.  





El Episodio Orozco



PH: Camilo Suárez

Por: Juan David Bedoya Orozco

 

El texto en el que me gustaría introducirme sería Continuidad de los parques de Julio Cortázar (1964). Me gustaría introducirme en el preciso instante donde el amante va subiendo las escaleras y estar ahí frente a frente y preguntarle entre muchas cosas: ¿Por qué matar? ¿Por qué el amor es el motivo de la destrucción? ¿El valor del otro dónde se encuentra? Probablemente mi comportamiento no sería algo extravagante y mucho menos de confrontar al otro violentamente, pero sí sería de cuestionamientos razonables. Diría que conozco su intención, y que su intención no es nada buena. Probablemente el entrar a hablar con él, me haría poder decirle que esa inseguridad latente por no dejarse dar un beso, por no sentir que era lo correcto era una señal y que la presión social que le ejercen a él mismo no puede ser el motivo para destruir a otro. Mi sentido de estar en ese preciso lugar en ese preciso momento es detener la violencia, pero no sólo la violencia que le pueda ejercer el amante al marido, la constante de violencia literaria y el negocio que se creó a partir de ella. Me parece que la analogía de Cortázar sobre bailar con la realidad es increíble, pero lo sería aún más enseñar que no se justifica asesinar bajo ningún criterio, siento que este acto, el de razonar las consecuencias, los sentimientos antes de actuar son claves para una construcción social en tanto que la misma violencia nos hace normalizar conductas que no aportan al carácter social que el ser humano ha adquirido desde que pertenece a una sociedad. Llevaría el relato hacia la autocrítica por parte del amante y a buscar a la esposa y decirle que busquen irse lejos, sin que ninguno sepa nada de nadie, pues entiendo que por el tiempo es difícil lograr el divorcio, pero tampoco se puede estar forzado con alguien a quien claramente no amas. Tal vez, en mi visión narrativa actual diría que es simple decidir sobre este dilema ético, sobre si matar a alguien para vivir con el amor de tu vida, o dejarle vivir para seguir siendo el amante. Pero de igual manera, creo que se podría llegar a algo menos violento y razonable. Me gustaría precisamente estar ahí en las escaleras habiendo advertido al esposo que se fuese pues su mujer le habría tendido una trampa para llevarlo a su muerte, esto para salvar una vida, y hacer entrar en razón al amante. Creo que me gustarían tantas cosas, tantos modos de resolver, volver, iniciar, repetir, que simplemente no me gustaría entrar a la obra si el personaje principal debiera ser yo. Y no me gustaría porque creo que amar no es un pretexto para matar, pero hay a quienes amar se les hace un concepto tan enredado que pierden completamente la cabeza por amar, pero... ¿Cuál es el sentido de su amor? Creo que sería una excelente pregunta y la última que le haría al amante.


viernes, 12 de noviembre de 2021

El episodio Alejandro


 

ALEJANDRO OSORIO CASTAÑO 

 
 *Alejandro: Mago, llévame al libro "El último diario de Tony Flowers", me gusta el realismo sucio. 

 -Mago: Como órdenes. 


16-06/ Jennifer viene la próxima semana de Europa, ha estado unos meses en un viaje de negocios, no sé con qué marca reconocida y estúpida de modela está trabajando y realmente no me importa. Espero verla, así sea para discutir y gritarnos.  

 William A no deja de dejarme mensajes en la contestadora. No quiero escuchar sus regaños, aún no he escrito nada.  

Anoche estuve un bar, recuerdo una chica blanca, estatura mediana, de ojos oscuros y cabello largo, me gustó su trasero, quisiera hablarle, tal vez, con un poco de cocaína seda y termine viniendo a mi apartamento. 

 
 18-06/ Traté de escribir algo, pero no pude, no tengo cabeza para el trabajo últimamente. Amo escribir, pero hacerlo por obligación es una mierda, lo detesto y siempre termino posponiendo las cosas. 

La noche anterior fui al bar, estaba molesto por no fluir en la escritura. Llegué, pedí un coctel Roman, me encanta su sabor a miel. Mientras lo degustaba buscaba a aquella mesera de buen trasero, no estaba esa noche, "Es su día de descanso" pensé. Qué más da, la música me agrada, un buen Jazz me relaja, me siento a gusto en este sitio. Me acerqué a la barra de nuevo, quería otro de esos cocteles con sabor a miel y limón. ¡Maldita sea! me encanta esto.  

De camino a los baños, observo un joven, aproximadamente unos 22 años, tenía un aspecto extraño, no era muy alto, nunca había visto a alguien así, sus prendas me dieron mucha curiosidad, un pantalón azul de un material extraño, un tipo de chaqueta extraña y un tipo de sombrero con una paleta a la altura de la frente, estaba fumando algún tipo de tabaco más delgado y pequeño, lo vi hablando con uno de los músicos. Cuando salí del baño, no estaba, le pregunté al músico si lo conocía, respondió que no, y dijo que le pareció muy extraño, dijo que nunca había visto a alguien así. En fin, estaba cansado, me fui al apartamento. 

 
 24-06/ Anoche no pude conciliar el sueño, estuve esnifando grandes cantidades de cocaína, me deja muy inquieto; escribí historias con aquel sujeto de la otra noche en el bar, lo imaginé de muchas maneras, pensé que le gusta la música por la charla con el músico del bar, tal vez, un migrante latino que iba de pasada viajando mientras huye de la ley. Queme todos mis escritos, no quiero publicar nada, deseo irme de aquí. 

En la mañana recibí una visita inesperada, era William A, está muy molesto conmigo, necesita que le pase un borrador en el menor tiempo posible, necesita una historia para no sé qué película de playboy. Calló, me miro a los ojos, se sorprendió con mis expresiones de cansancio y fastidio, "Ten cuidado con la coca, y escribe todo rápido" me dijo, agarró sus cosas y cerró de un golpe la puerta. 

Mañana viene Jennifer, me dijo que nos viéramos en un café donde solíamos vernos antes. Tengo una sensación extraña, es un tipo de ansias, pero al mismo tiempo cierta indiferencia.  

Quiero salir, quiero respirar, aún faltan un par de horas para la media noche. 


26-06/ La noche anterior de la llegada de Jennifer, fui al bar, me preguntaba si estaba la hermosa chica blanca o tal vez el extraño sujeto de aquella noche. Allá, pedí lo mismo de siempre, un Roman y esta vez encendí un tabaco, mientras escuchaba la música, observaba a mi alrededor en búsqueda de alguno de los dos. Para mi sorpresa estaban juntos; al otro lado de la barra, el sujeto bebía algo mientras reía con ella. Después de unos minutos la chica se aleja, estaba atendiendo un borracho al otro lado del bar, entonces aprovecho y me acerco al sujeto, le ofrecí un tabaco, dijo que solo fumaba cigarro, entonces me ofreció un cilindro delgado desde una pequeña caja de color blanca y roja, acepté, y lo encendí, me gustaron las caladas, aspiraba más humo con menos esfuerzo. Le pregunté donde las conseguía, solamente me respondió que las traía de otro lugar; le pregunte por su aspecto, dirigió una mirada hacía mí un poco hostil, "la traigo de otro lugar" respondió. Hubo un silencio, me sentí un poco incomodo con él, cuando preguntó "¿Qué te gusta de este lugar?" con un gesto señalé la chica, reímos un poco, y dijo que ambos estábamos por lo mismo. "Es bella, y difícil también, no acepta salidas" me dijo, "Hay que ver si es cierto" le respondí. 

Estuvimos hablando unas cuantas horas, supe que se llamaba Alejandro, que era bastante joven y que le encantaba la música en general; le gustaba recurrir bares o unos lugares que él llamaba "clubes" en donde había músicos que no tocaban instrumentos comunes, sino que hacían música juntando dos canciones al mismo tiempo. No logré imaginar cómo era eso, pero me agra el sujeto; también me dijo que solía recurrir el bar, me invitó a tomar unas copas unos días después y se fue.  

Quede solo, sin embargo, ella estaba allí, decidí quedarme, me acerqué a la barra, pedí mi bebida favorita, la hermosa chica, me pasó un Roman, y me dijo "Te he visto bebiendo lo mismo toda esta noche", "Me encanta su sabor" le dije, sonrío y aproveche para preguntarle por los músicos, empezamos hablar, y entre copa y copa, terminó en mi apartamento. 

Desperté con dolor de cabeza, fui por cocaína y no había, acabé mis reservas esa misma noche. Mire la hora, era tarde, tenía que ir a verme con Jennifer. Rápidamente desperté a la joven y la saqué de mi apartamento, fui a encontrarme con Jennifer, aún estaba allí, tomaba un café y leía el periódico. "Llegaste tarde...como siempre" me dijo, Quise excusarme, me interrumpió rápidamente, "No quiero saber con qué chica estabas, ya me da igual, vine a decirte que me radicaré en Londres, además, estoy saliendo con alguien más, vine a despedirme", se levantó me dio un beso en la mejilla y se fue. 


 

02-07/ Tengo muchos mensajes en la contestadora, es William A, me pide el borrador. No he tenido cabeza para pensar en eso, simplemente lo ignoro.  

Esta noche hay una fiesta con las chicas de playboy, me han invitado, sin embargo, quiero pasar primero por el bar, tal vez, encuentre a Alejandro y pueda distraerme un poco con alguien. 

De llegada me recibe la chica, no recuerdo su nombre, trato de evadirla, no quiero dialogar con ella, solamente le pido un Roman y me alejo de la barra. Por detrás tocan mi hombro, era Alejandro, me alegro un poco, quería saber más de ese lugar donde todo es extraño, pero no quería estar allí, así que lo invito a la fiesta, acepta y nos vamos. “Es mi última noche en este lugar, mañana salgo de aquí” me dijo. 

 

10-07/ Han pasado muchas cosas desde la fiesta de la revista playboy, recuerdo ir con Alejandro, estuvimos hasta el amanecer, bebiendo y fumando esos deliciosos cilindros pequeños, hablando de su lugar, me contaba como se vivía en una tal “Bogotá”, como era, que se hacía, que tan divertida era. Al momento de irse, le pregunté si podía ir con él, lo pensó un par de minutos y aceptó. 

Con un grito, llegamos a una casa pequeña, un poco descuidada, pagó un par de pesos a un sujeto con aires oscuros, le dijo que tal vez volveríamos después, el sujeto le cogió fuertemente del brazo y le reclamo por mí, Alejandro agresivamente se soltó de un jalón, “solamente reciba el dinero, y guarde silencio” le respondió y salimos. 

Recorrimos las calles del centro de la ciudad, tenía pocos edificios grandes, las calles eran pequeñas y había mucha basura, veía bastante gente recorrerlas y tenía mal olor. “Donde me metí” pensé. “no te preocupes, conozco este lugar bastante bien. Primero vamos a ir por los dulces y de allí, iremos a una buena fiesta, solo sígueme y guarda silencio” me dijo. Llegamos a un lugar más silencioso, estaba rodeado de árboles y bastantes zonas verdes, recuerdo un reloj en un tipo de plaza, agarro una caja pequeña por donde se comunican las personas de este lugar, hablo con alguien y unos 20 minutos después llegó un sujeto con el rostro cubierto, tenía un sombrero similar al de Alejandro, con su buso se cubría la cabeza y tenía lentes, le entrego algo y se fue. “¿Qué te entrego?” le pregunté, “Ahora lo sabrás. Vamos para la fiesta” me dijo.  

Agarramos un coche amarrillo, pasamos por toda la ciudad, a medida que nos alejábamos de aquella plaza con aquel reloj, las calles se volvían más angostas, más sucias, más oscuras; el coche nos llevó por unas montañas, en la parte más alta de la montaña, paramos, nos bajamos enfrente de un lugar abandonado, estaba encerrado, tenía mucho miedo, quería salir corriendo, no conocía Alejandro y ahora estaba en un lugar desconocido y probablemente peligroso. Sin decir una sola palabra, escalo las vallas y entró al lugar, lo seguí. “¿Dónde estamos?” le pregunté, “Antes era una fábrica de pintura, ahora aprovechamos que no se utiliza y hacemos nuestras fiestas en lugares como estos, no hay policía, nadie nos molesta” Me dijo. Guarde silencio, todo estaba muy oscuro y hacía frío, estaba demasiado desconfiado, sin embargo, lo seguía. Unos metros más adelante nos paran dos sujetos grandes, estaban escondidos bajo un árbol, buscaron que no tuviéramos armas, Alejandro habló con ellos y nos dejaron pasar. Empezamos a subir unas escaleras, y a medida de ir subiendo de niveles, un ruido, un tipo de música muy extraña se percibía, cuando llegamos a la terraza del edificio, observé a un grupo de aproximadamente unas 50 personas, bailando mayormente en silencio al ritmo de la música, era repetitiva, un poco oscura, pero no estaba mal. Alejandro se acercó a unos sujetos, los cuales estaban cerca de donde venía la música, parecían conocerse, se abrazaron fraternalmente y volvió a donde mí. Saco de su bolsillo un pequeño cuadrado de cartón, lo corto por la mitad, llevó una parte a su boca, la coloco debajo de su lengua y me pasó la otra mitad. “Haz lo mismo que yo, te va a gustar” dijo, sin decir ninguna palabra lo coloque debajo de mi lengua, no tenía sabor alguno, “es posible recocer la calidad del producto cuando no tiene sabor y no duerme la lengua” me dijo y se fue.  

Pasados 30 minutos, empiezo a sentir un tipo de nauseas, los pelos se me ponen de punta, me siento inquieto, no me sentía cómodo en ese lugar quería irme, buscaba la salida y de pronto Alejandro llegó, “Estás muy inquieto, es normal lo que sientes, significa que el cartón está haciendo efecto, pasará, tranquilízate” dijo, sacó de su bolsillo un tipo de dulce de color rosa, tenía forma de calavera y tenía escrito “ups” en la parte de atrás, la partió a la mitad, la envió a su boca y la pasó con agua, me entregó la otra parte y me dijo que hiciera lo mismo. Lo pensé un momento, pero finalmente acepté. Esta vez, Alejandro no quiso dejarme solo, se quedó a mi lado mientras se movía de lado a lado al ritmo de la música, en total silencio. Un cuarto de hora después, se duplican las ganas de vomitar, Alejandro lo notó, “Aguanta, ya pasará, si lo vomitas, perderás el efecto” dijo. Traté de aguantar, cerré los ojos, me senté, estaba verdaderamente mareadoAlejandro me dio un poco de agua y respiré, ya iba pasando poco a poco, y a medida que disminuía las sensaciones molestas, una euforia se apoderaba de mí, sentía demasiada energía, estaba muy feliz, empezaba a percibir la música de otra manera, sentía las vibraciones en todo mi cuerpo, me movía con los ojos cerrados al ritmo de la música, veía figuras geométricas, animales, patrones, mándalasme sentía excelente. Alejandro, toco mi hombro, “Ahora sigo yo, quédate acá y escúchame” dijo, se acercó a los extraños instrumentos y empezó a tocar un tipo de música un poco similar a la anterior, pero más rápida y un poco más brusca, observé como toda la gente poseída por la música, se movía cada vez con más velocidad, tenían los ojos cerrados y se movían bruscamente, cerré los ojos y flui. Allí no existía pasado, ni futuro, no existían las preocupaciones, en ese momento, no recordaba nada, solamente sentía y percibía. Me encantó la música de Alejandro, fue excelente, demasiado sensorial, de un momento a otro bajó del sitio de los músicos mientras una chica subía. “¿Te gustó?” me preguntó, con un gesto de agradecimiento le respondí, me fascinó, pero no tenía palabras para responder. Abrió su caja blanca con rojo y me entregó un cigarro, a medida que inhalaba el humo, guardábamos silencio, mientras yo me perdía en las sensaciones que ocasionaba el cigarro.  

Al finalizar la fiesta, escuché a Alejandro hablar con dos chicas sobre los músicos que tocarían en la próxima fiesta, estaban cuadrando los horarios y el lugar, escuché algo de un lugar que lleva abandonado 100 años aproximadamente, queda a las afueras de la ciudad 


03-08/ Me levanté pensando en Jennifer, por primera vez sentí un tipo de nostalgia, pero me asenté y desee que este siendo feliz, mucho daño le he causado 

He estado escribiendo, pero nada que ver con mi anterior trabajo, he relato con un estilo sucio y poco preparado las vivencias que he tenido con Alejandro; fiestas clandestinas, viajes poco preparados a lugares naturales, salidas nocturnas en la ciudad a grafitear calles y edificios del gobierno. Nunca había probado tantos tipos de “dulces” como les dicen en este sitio. Tantas experiencias, tantas personas, me agrada este lugar. 

“Tony, estuve viendo unas convocatorias para escritores de literatura, eres bueno, ¿Por qué no envías algo?” Me dijo Alejandro. Me ha gustado tanto este sitio y este estilo de vida, que lo he estado meditando y hoy he decidido hacerlo, no quiero volver a mi antigua ciudad.