QUINQUENIOS
1. PRIMER QUINQUENIO (1-5 años)
En el pueblo de Girardot, Cundinamarca, llore por primera
vez.
Mi madre recuerda el nacimiento como una tortura que casi
la mata,
Quince años ella, yo siquiera unos segundos,
Y nunca más nos separaríamos.
En el pueblo de Girardot, Cundinamarca, di mis primeros
pasos.
También, jugué y descubrí la alegría en cualquier
pequeñez,
No había entonces lugar para pensar en la triste realidad
porque no la conocía,
En aquel entonces lo único que notaba del universo era
las paredes blancas de mi casa, y el perfume de mi abuela.
No recuerdo mucho de esta época, siquiera algunos sonidos
como el timbre de casa
O algunos sabores como las arepas con chocolate de mi
abuela los domingos,
De imágenes queda muy poco, solo fotografías borrosas de
una infancia que recuerdo en blanco.
En Girardot, Cundinamarca, mi madre hizo de mí una
pequeña tranquila y obediente, y en ella encontré la primera amiga que hice en
mi vida
Éramos las dos contra el mundo.
En Girardot, Cundinamarca, mi madre me trajo a la vida y allí
viví los primeros 15 años, este es el comienzo de mi viaje.
2.
SEGUNDO QUINQUENIO (5-10 años)
Pensar en esta edad es re-enamorarme de la existencia,
Crecer en un barrio popular fue el primer paso para disfrutar
mi infancia,
Recuerdo noches de juegos que se repetían constantemente,
El viento de las noches girardoteñas acompañado de otros
niños que buscaban la distracción en un balón, con un muñeco, botella o bolsa.
Podíamos hacer de cualquier objeto un juguete y cualquier
escenario se disfrutaba con un gozo y despreocupación que ahora parece
inalcanzable.
En mis compañeros no existía el interés aun, ni siquiera
el morbo, no existía la idea del otro como un enemigo o un sujeto a superar, éramos
niños.
Recuerdo los nombres e incluso algunos rostros de mis
compañeros diciéndome cualquier cosa,
No me recuerdo triste, no me recuerdo enojada y,
Sobre todo, no me recuerdo con miedo al espacio,
No conocía los riesgos de mi país, no conocía los riesgos
de ser una niña.
Ahora sé que los vecinos nos cuidaban, cuidaban a todos
los niños del barrio,
Pero en aquel entonces lo desconocía, estos años de mi vida
yo me pensaba la humanidad como algo bueno,
Todo cambio un día, que comencé a notar la violencia en
los hogares de mis compañeros,
Recuerdo los gritos de la vecina de al lado, el llanto de
mis amigos que atravesaba las paredes, recuerdo a mi madre ignorando mis
preguntas,
Especialmente, recuerdo una noche que me enfrente con la
violencia de frente,
Golpeo a la puerta bajo la apariencia del esposo de mi
niñera de aquel entonces,
Así, yo ya no era la vecina que escuchaba con preocupación,
Sino que, junto con las dos niñas, hijas de mi niñera,
gritamos la sinfonía más triste que ese barrio escucho,
Aunque tal vez no era tan triste, la cotidianidad
normaliza la tragedia.
En esa ocasión, desconocí todo tipo de comprensión,
Cuando mi niñera nos sacó corriendo de su propia casa con
su cuerpo ensangrentado,
Me sentí realmente triste de la existencia.
3.
TERCER QUINQUENIO (10-15 años)
En algún momento, el barrio donde vivíamos ya no parecía conveniente
para verme crecer, pues se había vuelto más peligroso de lo esperado.
Ya no me dejaban salir a jugar, ya ni podía ir sola a la
tienda.
Me convertí en mi mejor amiga, al ser hija única y vivir
solo con mi madre, nadie quería jugar conmigo.
Hicieron de mí una niña callada, seguía siendo tranquila,
pero ahora ya no me sentía tan alegre.
Tampoco falto mucho para empezar a evidenciar la misma
violencia en mi hogar.
Mi madre trataba de compensarme después que era testigo
de alguna pelea, me compraba helados, me daba dulces y me dejaba ver tele hasta
tarde.
De pronto, una mañana me desperté y todo cambio.
A los 11 años nos mudamos a Bogotá.
Mi madre tenía 26 años y junto a ella me enamore de esta
ciudad de locura,
Estudie en un colegio tan bueno que pasar el año fue un
verdadero esfuerzo,
Conocí aspectos de la vida de los que nunca se hablaba en
los colegios del pueblo,
Me gusto por primera vez un chico, por primera vez me
rechazaron.
Aprendí a desinhibirme en los espacios culturales,
deseaba participar en cada festival del colegio, nunca me dijeron no.
De alguna manera, lo recuerdo como un gran año, lleno de
aventuras,
Lo que verdaderamente me asombraba era conocer una ciudad
tan distinta a la mía y vivir en ella.
Sin embargo, al finalizar el año tuvimos que volver a
Girardot.
Al parecer vivir en Bogotá era demasiado caro, y, según mi
madre, solitario.
Cuando llegamos de vuelta, nos mudamos a un barrio
tranquilo.
Volví a salir a jugar, volví a sentir la brisa nocturna y
a tener amigos.
Aun así, siempre desee volver a la cuidad grande y
ruidosa que es Bogotá.
Por un tiempo ignore aquella necesidad de volver, pues
estaba fuera de mis manos cumplirla,
Más después de cierto tiempo todo me parecía insuficiente
y cada esquina de mi pueblo me repugnaba hasta la náusea, tenía unos fuertes
deseos de escapar.
Recordaba todo lo bueno que viví en aquel año de Bogotá, sentía
hambre de la ciudad, ya no deseaba más las cuatro esquinas de mi tierra y los
planes de siempre.
A los 13 años mi madre se fue a vivir a Bogotá con su
pareja y yo empecé a vivir con mi padre.
Este fue el paso previo para convertirme en un sujeto
curioso y altareno,
Mi padre no me exigía obediencia absoluta como mi madre,
Sobre todo, mi padre no me obligaba a la feminidad que mi
madre me demandaba,
Comencé a vestir como deseaba, a salir con quien quería,
a no ser controlada en mis gustos e ideologías por un superior.
Sobre todo, comencé a leer.
Al principio, lo hacía por ocio pero pronto lo convertí
en una obligación, debía leer todas las noches mínimo 50 páginas.
Me encantaba, realmente. Este fue el punto de partida de
otra persona que se formó a partir de otras voces que me enseñaban del mundo.
En aquel entonces, deseaba ser periodista, así que no
paso mucho tiempo hasta que comencé a leer el periódico, lo leía en las mañanas
mientras esperaba que comenzaran las clases.
Aquel fue el primer paso para comenzar a definirme como
sujeto político, la indignación provocada por la realidad comenzó a calarme.
En ocasiones, iba a visitar a mi madre, pues era en Bogotá
donde conseguía todos mis libros, mi madre comenzó a notar algo distinto en mí
y todo le disgusto:
Desde mi peso hasta mi forma de vestir, desde los
principios de mi ideología hasta mi necesidad de la ausencia de una deidad.
Le preocupaba la persona en la que me estaba convirtiendo.
A los 15 años mi madre me llevó a vivir con ella a Bogotá.
4.
CUARTO QUINQUENIO (15-20 años)
Cuando cumplí 15 no quería fiesta, no quería nada.
Me sentía continuamente insatisfecha con la vida, existir
me daba flojera.
No se hizo fiesta, no viaje a ningún lugar.
A penas hicimos una cena, donde en ningún momento se vio
una sonrisa en mi rostro.
La relación con mi madre comenzó a quebrarse, ya no deseaba
conversar con ella.
Empecé a percibirla como un ente que limitaba mi goce y
mi accionar.
Definitivamente, me sentía más adolescente que nunca.
Finalice mis estudios a los 16 años en un colegio privado
de Bogotá.
Solamente curse un año en aquel espacio, once.
Aquel año también fue de constate aprendizaje sobre la ciudad
y sus espacios,
sobre las personas que me acompañaron.
Recuerdo salir constamente, ansiosa de conocer cualquier lugar,
mi mente era un lienzo en blanco cuando pensaba en “Bogotá”,
Me costó mucho más tiempo construir una referencia, y aun
no termino.
Yo deseaba estudiar Ciencia Política, pero después de ser
rechazada por la Nacional –que era, sin mentir, la única universidad pública de
la que tenía referencia en Bogotá- creí que mi única opción era una privada
cualquiera.
A los 16 años mi papa me hizo la mejor jugadita de mi
vida, me dijo “política y derecho lo mismo son, y con la segunda tu futuro es
mejor”.
Estuvo convencido al decirlo y mi ignorancia lo creyó.
Unos meses después empecé a estudiar derecho, nunca me
gusto.
Actualmente estoy en séptimo semestre, ya no se trata de
gusto sino de necesidad, pues mi padre no se equivocó al pensar que un abogado
puede tener más poder que un politólogo –y no hablo de destrucción sino de construcción
de algo mejor, como todo sujeto honesto y aun no totalmente destruido por el
status quo de la subsistencia, busco ayudar de alguna manera en la construcción
de algo mejor que esto. –
A los 17 comencé a hacer teatro en la biblioteca pública
de Suba,
Allí conocí la variedad del arte encarnado en sujetos,
personas inolvidables me acompañaron a explorarme como persona.
Casi todos mis compañeros eran de universidades públicas
que desconocía, comencé a escuchar mucho sobre una en específico la “Universidad
Pedagógica Nacional” no conocí al primero que no me hablara maravillas de aquel
espacio.
Sentía una curiosidad que me calaba, hasta que un día la
visitamos, fue amor a primera vista.
En el segundo semestre del 2018, me presenté por primera
vez,
No le conté a nadie y solamente buscaba probar suerte,
conocer la metodología del proceso de admisión.
Por ello fue una sorpresa para mí cuando me aceptaron
oficialmente y además fue una pena rechazar el cupo, por no contar con dinero
para la matrícula.
Mis padres se sorprendieron cuando les comenté, y mi
propuesta siguiente sembró inseguridad en ellos: ¿estudiar dos carreras? ¡Toda
una locura!
No conté con su apoyo hasta que ya me vieron dentro,
enamorada de la carrera.
En el segundo semestre del 2019 ya era estudiante de la
Licenciatura en Filosofía.
Finalmente, me sentía cómoda con lo que hacía, ya no
resultaba una tortura madrugar a clases, enfrentar el tráfico, si podía llegar
a escuchar sobre temas fascinantes.
El 2020, ha sido por mucho, lo peor pero también
necesario para el descubrimiento de mi misma.
Sigo esperando la normalidad, que tal vez nunca llegue.
5.
EPITAFIO DE MI VIDA
«Tú no te detengas ante ningún reto. Y no pases a formar parte de ningún
gremio. Que nunca te puedan definir ni encasillar.
Que nadie sepa tu nombre y que nadie amparo te dé.
Que no accedas a los tejamnes de la celebridad. Si dejas obra, muere
tranquilo, confiando en unos pocos amigos. Nunca permitas que te vuelvan
persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los
ojos en la nuca y se te empiecen a caer los dientes. Tus padres te tuvieron.
Que tus padres te alimenten siempre, y págales con mala moneda. A mí qué. Jamás
ahorres. Nunca te vuelvas una persona seria. Haz de la irreflexión y de la
contradicción tu norma de conducta. Elimina las treguas, recoge tu hogar en el
daño, el exceso y la tembladera.
Todo es tuyo. A todo tienes derecho y cóbralo caro.
No te sientas llanecita nunca
Aprende a no perder la vista, a no sucumbir ante la miopía del que vive en
la ciudad. Ármate de los sueños para no perder la vista.
Olvídate que podrás alcanzar alguna vez lo que llaman “normalidad sexual”,
ni esperes que el amor te traiga paz. El sexo es el acto de las tinieblas y el
enamoramiento la reunión con los tormentos. Nunca esperes que lograras
comprensión con el sexo opuesto. No hay nada más disímil ni menos dado a
reconciliación. Tú, practica el miedo, el rapto, la pugna, la violencia, la
perversión y la vía anal, si crees que la satisfacción depende de la estrechez
y la posición predominante. Si deseas sustraerte a todo comercio sexual, aún
mejor.
Para el odio que te ha infectado el censor, no hay remedio mejor que el
asesinato.
Para la timidez, la autodestrucción.» Andrés Caicedo.
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