jueves, 3 de diciembre de 2020

 

Cronopropio. Biografía Ficcionalizada de “El Murmurador”

Por: Felipe Castro Garcia



El murmurador es un espíritu como ningún otro. A comparación de sus compañeros, los cuales no tienen una forma definida y se la pasan mutando y cambiando de forma, él no tiene ningún reparo ni incomodidad, tampoco necesidad, de cambiar su forma para no asustar a algún precavido, de ponerse unas alas blancas y una aureola de disfraz para los cristianos, tampoco de hacerse un macho cabrío antropomorfo para mostrarse a los humanos que prediquen el satanismo.

Nació con los ojos y el pico de los búhos hace muchos millones de años. Y una buena noche, que es cuando siempre hace de las suyas, estaba cansado de murmurar y murmurar a los caminantes nocturnos de un pueblo cercano a las montañas. Cansado de susurrar a los ojos de los demás con sabios consejos, aunque un poco locos eso sí, (porque bien es sabido que, casi todos los genios y sabios están locos de una u otra forma) Se alzo al cielo triste y vio un adolescente en una fila de más adolescentes esperando a subirse a ese aterrador aparato que él describe como una caja de metal fumadora, de la cual el murmurador vivía también cansado.

El Murmurador susurro a toda la fila que; no se subieran al bus, que caminaran a sus casas en la pacifica noche, que tocaran los timbres y que corretearan entre carros con las bicis, o que acompañaran a los amores respectivos de cada quien, hasta sus casas y que frente a las puertas hablaran por horas. Lo que más le gustaba al murmurador, era ver a esas parejitas semi infantiles darse, a veces a tarascasos, otras con fino rubor y otras veces con exquisita suavidad y sutileza, los primeros besos inolvidables bajo la luna.

Murmurador miro a todos a los ojos, pero de todos ellos sólo uno pareció escucharlo, y este joven, que no tendría mas de 12 años se aventuró a irse a pie, desde el centro de su pueblo hasta las veredas y campos donde el vivía. Este chico era de muchos amigos y bien conocido por ahí, de modo que al salir del colegio y pisar la calle, encontró a demás compañeros que también emprendían “la vagabundería nocturna” que significaba; hablar y hablar, hacer vaca para algo de comer, timbrar en casas ajenas, parar buses para no tomarlos y demás cosas que el murmurador tanto gozaba ver.

Después de tan juveniles cofradías, el chico que atendió el llamado del murmurador se disponía a caminar hasta su casa, con la sonrisa en el rostro de que estaba sintiendo el aire fresco de la noche y no las violentas ráfagas de aire de los buses al abrirse las ventanas. Pero de repente, en lo suburbios peligrosos del pueblo, reconoció la figura de una chica, que estaba bajo la luz parpadeante de un poste de luz. Su buzo azul, su cabello rubio hasta las caderas, su nariz respingada, el murmurador no tuvo ni siquiera que murmurar, para ver a este chico hablando con aquella hermosa chica y ofreciéndosele, como un acompañante hasta su casa para que no atravesará ese barrio sola.

Ella aceptó y pago aquel favor (que no costó nada) con un dulce beso lleno de calor en esa noche fria. Y aunque ninguno de los dos se amaba, sino que sólo se atraían, el murmurador pudo ver de nuevo, la espontaneidad del amor manifestándose, como forma de gratitud desinteresada por el otro.

Hasta el día de hoy, el murmurador sigue aconsejando a aquel chico que, de los tantos seres humanos que ese búho loco y cantador ha podido ver, es uno de los que más le ha seguido el juego, y juntos en cualquier noche, en cualquier lugar, van caminando murmurando y tarareando canciones que evocan recuerdos, y mientras aquello pasa, ambos espíritus se hacen uno y su coro son las estrellas.

 ¿Fin?


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