Lo primero que recuerdo son los frutos danzando entre las ramas
Y mi mirada
impresionada apreciando la vida, frutos dulces que acariciaban la vista
Por un segundo sentí caer
el velo que impone la ciudad y los supermercados
Cuando de aquel árbol
del campesino pude tomar una fruta que el plástico jamás tocó
El sabor no era el
mismo que el de las frutas de 1000 que comprábamos en la esquina
El fruto brillaba y
era en él todo vida, sabor.
¿Qué hubiese sido de
mi sin aquella experiencia?
Conocer el campo como
un favor del universo,
Despertar del largo
de sueño del progreso y el cemento,
Dormir profundamente
entre la brisa y el rocío
Sin la existencia del
ruido incesable,
De la existencia
agotadora que implica sobrevivir en la ciudad.
No había lugar entonces
para una tristeza mañanera impulsada por la pérdida del bus,
Ni la eterna angustia
de ser robado en cada esquina o
la silenciosa indignación
ante el manoseo de cualquier desconocido,
Todo mi mundo se reducía
a ese lugar, donde solo me esperaban
Flores, familia,
animales y frutos cada vez que abría la puerta.
No existe un espacio más
bello que aquel donde se redescubre la vida.
FUENTES
Las fotografías son propias.
Aranda, J. (2020)
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