Pérdida azul
La cadencia del sol en las espaldas era abrumadora. La escuelita Santanderita, que siempre rebosaba de pies voladores, estaba ligeramente apagada porque ya todos iban a huir a sus casitas en los árboles.
Una muyaya de nombre Nikitta, con flores atadas a sus dientes, a sus ojos y a su vientre charlaba antes de las despedidas; se sentía más ligera que ángel y seña sutil; despedía rosas y alpiste por sus dedos de pan. Alegremente voló hacia su árbol y se encontró frugalmente con su madre. Tan ligera ésta la sintió que le pregunto por su buche azul en el que siempre llevaba sus colores y sus amores. Nikitta se sintió confundida y preguntó con sorpresa, ¿amá, será que perdí mi bolso?
Santanderita ya había cerrado sus ventanas así que habría que esperar hasta el siguiente día. Por fortuna para nuestras surcadoras, el buche azul fue recuperado: estaba en el lugar donde lo dejó la perdiz Nikitta. Sus cálidos pómulos despidieron una sonrisa de girasoles y siguió con el cantar melifluo de los días.
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