En virtud de conservación de los
recuerdos de Cortázar, quise quemar todas las cartas que atesoraba: una mano salió
del fuego, y quise escribir una continuación del texto de cronopios y famas.
Si lo que se quiere es embalsamar
los recuerdos entonces déjalos celosamente guardados en la estantería de la
biblioteca. Pero si es preciso ser como el cronopio, entonces hay que dejar que
el recuerdo se libere del papel, que corra por la casa y te diga “no vayas a lastimarte” y te lastime. De
todos modos, es mejor dejarlos libres: que el fuego reparador te encuentre y te
olvide. Entonces dejando atrás la nociva costumbre de coleccionista propia de las
famas.
Se tomarán las cartas —porque antes se enviaban cartas— se pondrán en un recipiente
seguro, recuerda poner Piazzolla de fondo,
no hace falta releer, pero a primera vista quedarán marcadas algunas
palabras, recordaras el aprendiz de francés que te amó y pasarán imprecisas por
tus ojos las palabras me yeux te
cherbent, mon caer t`espere, tu es ma raison de sourire. Entonces sonreirás.
Otras palabras más dolorosas es mejor pasarlas rápido al fuego. En la flama, su
mano extendida desde el olvido (no vayas a tocarla) en la flama, la mejor
manera de conservar los recuerdos. El recuerdo y la esperanza coleccionadas en
polvo, serán el polvo mismo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe parece interesante la idea de que quemando los recuerdos -en un sentido literal- sea la mejor manera de mantenerlos vivos, es como si olvidar ayudase a mantener y cuidar lo que fuimos. Además, esta idea del polvo de las cartas que siempre se mantendrá con nosotros me parece muy precisa, porque de cierto modo los recuerdos y más aún, los que se pretenden olvidar solo son como ese polvo del cual me quiero deshacer pero nunca se irá.
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