jueves, 10 de diciembre de 2020

Edwin Betancourt

 Extravío necesario

Era un viaje inesperado: sólo pasajes y generosidad, la generosidad propia de los poetas. Con maletas llenas de ilusiones perdidas, había que transitar en el Rojito urbano y llegar al terminal del malestar.

Ya una vez comprados los tiquetes sólo quedaba esperar, leyendo muertos ilustres mientras los restos de los descompuestos cuerpos viajantes devoraban basuras atómicas y astrales.

Rotundamente encorvado y con un cabello en creces, Betanko despedía en el baño del ómnibus Magdalena, arcoíris surcados por bebidas arcaicas que se pueden multiplicar y anís. Sus ligeras alitas lo mantenían estable mientras el líquido soporífero, multicolor y multiforme se derramaba sin clemencia. El color de su piel se mantenía rojo, encendido y llameante. El Rocanrol seguía disipando las penas y los dolores. Palabras rítmicas perturbaban los sueños de las sillas azules y manchadas. Pereira estaba cerca y el alcohol sólo la acercaba más.

   


Nicolle Gabriel.

 Pérdida azul

La cadencia del sol en las espaldas era abrumadora. La escuelita Santanderita, que siempre rebosaba de pies voladores, estaba ligeramente apagada porque ya todos iban a huir a sus casitas en los árboles.

Una muyaya de nombre Nikitta, con flores atadas a sus dientes, a sus ojos y a su vientre charlaba antes de las despedidas; se sentía más ligera que ángel y seña sutil; despedía rosas y alpiste por sus dedos de pan. Alegremente voló hacia su árbol y se encontró frugalmente con su madre. Tan ligera ésta la sintió que le pregunto por su buche azul en el que siempre llevaba sus colores y sus amores. Nikitta se sintió confundida y preguntó con sorpresa, ¿amá, será que perdí mi bolso?

Santanderita ya había cerrado sus ventanas así que habría que esperar hasta el siguiente día. Por fortuna para nuestras surcadoras, el buche azul fue recuperado: estaba en el lugar donde lo dejó la perdiz Nikitta. Sus cálidos pómulos despidieron una sonrisa de girasoles y siguió con el cantar melifluo de los días.






miércoles, 9 de diciembre de 2020

Jilary Aranda: Esperanza viviente

 

Lo primero que recuerdo son los frutos danzando entre las ramas

Y mi mirada impresionada apreciando la vida, frutos dulces que acariciaban la vista

Por un segundo sentí caer el velo que impone la ciudad y los supermercados

Cuando de aquel árbol del campesino pude tomar una fruta que el plástico jamás tocó

El sabor no era el mismo que el de las frutas de 1000 que comprábamos en la esquina

El fruto brillaba y era en él todo vida, sabor.

¿Qué hubiese sido de mi sin aquella experiencia?

Conocer el campo como un favor del universo,

Despertar del largo de sueño del progreso y el cemento,

Dormir profundamente entre la brisa y el rocío

Sin la existencia del ruido incesable,

De la existencia agotadora que implica sobrevivir en la ciudad.

No había lugar entonces para una tristeza mañanera impulsada por la pérdida del bus,

Ni la eterna angustia de ser robado en cada esquina o

la silenciosa indignación ante el manoseo de cualquier desconocido,

Todo mi mundo se reducía a ese lugar, donde solo me esperaban

Flores, familia, animales y frutos cada vez que abría la puerta.

No existe un espacio más bello que aquel donde se redescubre la vida.


FUENTES

Las fotografías son propias. 

Aranda, J. (2020) 

sábado, 5 de diciembre de 2020

David Castro Fajardo: Sombrío

 




Sombrío.

 

A media luz camina el andante mohíno,

Pertrecho en sentimientos lívidos de asfixia,

En silencio bifurcan sus pensamientos,

Circunspecto cata un vuelo inexacto,

A gusto socava umbrales recónditos,

Coteja las vanas peripecias,

Llora y ríe sin augurio.

 

La noche le acompaña conmovida,

La luna le mira confundida,

 El faro le guía escéptico.

 

De la agitación del mar penden sus recuerdos,

De los truenos y centelleos lo ígneo de un amor,

Del frágil navío un bagaje incierto y sin final.

 

A media luz regresa el andante mohíno,

Pusilánime de intensión,

Grávido de mezquindad,

Mancilla su orfandad,

Calla la fatalidad.


viernes, 4 de diciembre de 2020

Cronopropio "Una flor azul y una flor roja"


Por Luisa Fernanda Pérez Heredia

Entre lo místico y lo humano, se hace presente lo real. Las flores son reales, se hacen amigas, pero siempre debe ser una azul y una roja para no convertirse totalmente en la otra. Eso las hace únicas, su color. Siempre son amigas, aunque no las veas juntas en el mismo espacio. Llevan consigo un tatuaje en el brazo llamado distancia y al verlo todos los días en el espejo, se hacen más cercanas, pues juntas lo recuerdan. 
A las flores les gustan los libros y les gusta vivir lo que leen, por eso, cuando un día cayó en sus manos "El Principito", decidieron tomar distancia para reconocer el valor de lo esencial, que resulta invisible a los ojos. Desde entonces, acordaron no verse y descubrieron el Amor. Aún no lo entienden y saben, a propósito, que jamás lo harán.
Las flores viven sin entender muchas cosas, entre dudas y respuestas en forma de preguntas. Cantan, tocan guitarra, ríen y cuando lloran, limpian su color para seguir siendo únicas. Últimamente, convocaron audiciones para escoger al mejor intérprete de un amor invisible, porque claro quieren hacerlo su amigo también. El ganador fue el rosario y ahora viven perdidas entre un jardín de solo rosas.



Los Pepes.

Por: Laura Daniela López Barragán


Los Pepes son seres peculiares, no respiran, pero viven en la tierra, no nadan ni vuelan porque les cortaron las alas y a muchos las aletas, o eso quieren que las personas crean, les temen al no temor, 1..2...3 y es hora, parecen que siempre estuviesen durmiendo, pero en verdad están en todos lados, al mismo tiempo y viendo todo.

Tienen un nombre pero responden al que le ponga todo el mundo, ellos se transforman cuando no caben en un determinado espacio, pero a la la hora del té, son tan sólidos que de su peso algunos son muy chiquitos porque no pueden estirarse de lo gordos.

No comen, pero se alimentan de todo. Juegan a las carreras con las personas, pero lo que ellas no saben es que ellos pueden recorrer kilómetros en un segundo,  no pienses que es el avión última generación, ellos tienen más precisión que Duque hablando todos los días a las 6:00 P.M por noticias.

Cuenta la leyenda que no tienen sentimientos, pero si los ves detenidamente, muchos se ríen, otros lloran y muchos mantienen todo el día enojados.

A los Pepes les encanta usar sombrero, el problema es que cuando salen, de inmediato se pone a llover, y ellos se enojan porque su elegante sombrero de plumas queda empapados de inmediato, además, la lluvia les impide ver las flores que tanto les encantan, pero no se preocupan mucho por ello, porque de igual manera cuando un Pepe toca una flor, esta se marchita y en la tierra donde esta estaba nunca vuelve a crecer nada.

Melancolía. Por Juan Andrés Trujillo Rodríguez



 Lo Lo melanco-loco que tiene en dominio mi alma siempre altera.

Altera emociones, pensamientos, reflexiones y hasta respiraciones. Lo loco hace que la melancolía tenga sentido. Qué sería, qué debía ser? Un buen melancólico acaso o como todo en discordia se basa, y lo bueno y lo malo y yo.

Sulfúrico el sentimiento, en vació, pero no sufrido. Doliente o complacido. Discordia aquí y allá, aquí y ahora demonios que vienen y van. A veces errante en interpretación, a veces ególatra con la significación. O es que el signo no me dio más para poder interpretarlo? Estaré limitado, pues no sé quién eres, o que ontología te precede, si andas en discordia, o en armonía. Lo que sé, es que nunca te entenderé, lo que sé es que nunca me entenderé. Y tú tan oculto en la manifestación del Todo y yo manifestando tu existencia, de la que nadie puede tener certeza, de la que nadie puede asumir como falsa o verdadera. Pero ahí está: el conjunto que lo abarca Todo. Entonces, no tienes contradicción, la contradicción la tengo yo, la discordia aunque me afecte no te afecta a ti.
Qué si eres bueno o malo, lo eres Todo.
Y yo aquí, melancólica esencia que existe, y tú acá y allá en lo mínimo y lo basto, en el no y en el si, o en el ser y no ser. Qué será de mí, camello dolido ido y vivido que no sabe qué hacer.

MOSCO EN LECHE

 Por: Nicolás Reyes


No quiero hacerlo. Por qué. La impertinencia no deja ser una molestia para muchos. 
Yo estaba ahí cansado, aburrido, no quería hacerlo. Pero, con decirlo el problema se agudizo. 
Así es, yo creí hacer algo valiente; ahora siento cuan valioso es el silencio. 
Al jefe no se le puede refutar. 
De hacerlo no queda más que aceptar las consecuencias.  


jueves, 3 de diciembre de 2020

LAS ROSAS

Por Nicolás Pérez 


¿ A como estamos hoy?

Estamos todos los días mi amiga 

estamos todos los días mi amor


Nos queremos y vivimos

Vivimos y nos queremos


Y no sabemos lo que es la vida

y no sabemos lo que es le día

y no sabemos lo que es el amor


Solo se que que te amo

solo se que te ame 

solo se que te amare

y se también que nos amamos   


 


 

Cronopropio. Biografía Ficcionalizada de “El Murmurador”

Por: Felipe Castro Garcia



El murmurador es un espíritu como ningún otro. A comparación de sus compañeros, los cuales no tienen una forma definida y se la pasan mutando y cambiando de forma, él no tiene ningún reparo ni incomodidad, tampoco necesidad, de cambiar su forma para no asustar a algún precavido, de ponerse unas alas blancas y una aureola de disfraz para los cristianos, tampoco de hacerse un macho cabrío antropomorfo para mostrarse a los humanos que prediquen el satanismo.

Nació con los ojos y el pico de los búhos hace muchos millones de años. Y una buena noche, que es cuando siempre hace de las suyas, estaba cansado de murmurar y murmurar a los caminantes nocturnos de un pueblo cercano a las montañas. Cansado de susurrar a los ojos de los demás con sabios consejos, aunque un poco locos eso sí, (porque bien es sabido que, casi todos los genios y sabios están locos de una u otra forma) Se alzo al cielo triste y vio un adolescente en una fila de más adolescentes esperando a subirse a ese aterrador aparato que él describe como una caja de metal fumadora, de la cual el murmurador vivía también cansado.

El Murmurador susurro a toda la fila que; no se subieran al bus, que caminaran a sus casas en la pacifica noche, que tocaran los timbres y que corretearan entre carros con las bicis, o que acompañaran a los amores respectivos de cada quien, hasta sus casas y que frente a las puertas hablaran por horas. Lo que más le gustaba al murmurador, era ver a esas parejitas semi infantiles darse, a veces a tarascasos, otras con fino rubor y otras veces con exquisita suavidad y sutileza, los primeros besos inolvidables bajo la luna.

Murmurador miro a todos a los ojos, pero de todos ellos sólo uno pareció escucharlo, y este joven, que no tendría mas de 12 años se aventuró a irse a pie, desde el centro de su pueblo hasta las veredas y campos donde el vivía. Este chico era de muchos amigos y bien conocido por ahí, de modo que al salir del colegio y pisar la calle, encontró a demás compañeros que también emprendían “la vagabundería nocturna” que significaba; hablar y hablar, hacer vaca para algo de comer, timbrar en casas ajenas, parar buses para no tomarlos y demás cosas que el murmurador tanto gozaba ver.

Después de tan juveniles cofradías, el chico que atendió el llamado del murmurador se disponía a caminar hasta su casa, con la sonrisa en el rostro de que estaba sintiendo el aire fresco de la noche y no las violentas ráfagas de aire de los buses al abrirse las ventanas. Pero de repente, en lo suburbios peligrosos del pueblo, reconoció la figura de una chica, que estaba bajo la luz parpadeante de un poste de luz. Su buzo azul, su cabello rubio hasta las caderas, su nariz respingada, el murmurador no tuvo ni siquiera que murmurar, para ver a este chico hablando con aquella hermosa chica y ofreciéndosele, como un acompañante hasta su casa para que no atravesará ese barrio sola.

Ella aceptó y pago aquel favor (que no costó nada) con un dulce beso lleno de calor en esa noche fria. Y aunque ninguno de los dos se amaba, sino que sólo se atraían, el murmurador pudo ver de nuevo, la espontaneidad del amor manifestándose, como forma de gratitud desinteresada por el otro.

Hasta el día de hoy, el murmurador sigue aconsejando a aquel chico que, de los tantos seres humanos que ese búho loco y cantador ha podido ver, es uno de los que más le ha seguido el juego, y juntos en cualquier noche, en cualquier lugar, van caminando murmurando y tarareando canciones que evocan recuerdos, y mientras aquello pasa, ambos espíritus se hacen uno y su coro son las estrellas.

 ¿Fin?