Jaqueline Sánchez Toro
Ester
solía caminar por toda su casa, se la pasaba dando pasos lentos, alargados y
sus manos siempre estaban entrelazadas en su espalda, se levantaba a las siete
de la mañana y en pijama, realizaba su paseo matutino, iba desde su cuarto al
corredor, del corredor a la cocina, de la cocina a la sala, al jardín y de
nuevo hacia el corredor que dirigía a la puerta principal.
Los
recorría, no dejaba sitio alguno sin que sus pies los atravesará, ella decía: –son
las arterias que unen toda la casa– mientras caminaba su mente pensaba en
infinidad de cosas y éstas se diferenciaban por las zonas de la casa que iba atravesando,
era como si cada zona de la misma fuera un pensamiento, un mundo, un momento,
un recuerdo, ¿se imaginan la cantidad de mundos diferentes que se pueden
recrear al caminar? Su lugar favorito era el jardín, allí su mente engendraba todo
tipo de fantasías, imaginaba seres a partir de la unión de miembros de animales,
de humanos; a un ratón le ponía la cabeza de su madre, la de su amiga al cuerpo
de un pescado… en ese lugar las mutaciones eran sus preferidas. La cocina por
el contrario le despertaba sentimientos de odio, fatiga, rabia y desesperanza;
Cocinar no era algo que le gustara en realidad, pensaba que esa parte de la
casa era la más sucia, con basura odorífera, con los olores más desagradables posibles
de percibir, se sentía basura por provocarlos además de la loza que dejaba
acumular por días.
La
sala de estar era la más calmada, cuando caminaba, sus reflexiones resultaban
ser racionales, confusas, contradictorias. Meditaba sobre el sentido de las
vida -siempre le atormento el sentido de todo-, sus recuerdos y juicios acerca
de la humanidad, su familia, sus amoríos, la naturaleza, la sociedad, el mundo.
Allí la caminata era larga y parecía que el tiempo se detenía en una especia de
pensamientos sin salida, solo lograba salir de allí cuando recordaba que la
humanidad y sus grandilocuentes formas no tienen remedio, o por lo menos no
están en su entero control, no tiene por qué estarlo y si lo está, no va más
allá de lo que haga con sus manos.
El
recorrido del corredor a la puerta principal le causaba desazón, una especie de
adrenalina combinada con miedo y ansiedad, ¿Cuántas personas, mutaciones y
extrañas criaturas podrían atravesarla? Podría
llegar su madre con el cuerpo de ratón, o su amiga con cuerpo de pez y descubrir
que si sale de su casa todo es un gran y profundo mar, ¡se ahogaría! Por no
tener cara de pez, o tal vez, al atravesarla se daría cuenta de que no hay
gravedad, que no existe tal cosa, imaginaba la cotidianidad sin gravedad, o que
se podría topar con un no hay nada.
Llegar
a la puerta era el fin de sus recorridos por la casa cada mañana, se devolvía
por el corredor hacia su cuarto, se sentaba en la cabecera de la cama y se
sentía tranquila, una especie de paz le invadía cada vez que estaba en él,
dormir para ella era como morirse por ocho horas y despertarse en un constante
resucitar, allí solo respiraba, sin importar la hora, se acostaba e intentaba
morir unos minutos más, resucitaba, se daba palmaditas en las mejillas para
aterrizar, se levantaba, se bañaba, se vestía;
preparaba jugo, picaba papaya y comía con galletas, se bañaba los
dientes y se disponía a cruzar la puerta rumbo al trabajo.
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