lunes, 29 de junio de 2020

CronoPropio: Estercita




Jaqueline Sánchez Toro 


Ester solía caminar por toda su casa, se la pasaba dando pasos lentos, alargados y sus manos siempre estaban entrelazadas en su espalda, se levantaba a las siete de la mañana y en pijama, realizaba su paseo matutino, iba desde su cuarto al corredor, del corredor a la cocina, de la cocina a la sala, al jardín y de nuevo hacia el corredor que dirigía a la puerta principal.
Los recorría, no dejaba sitio alguno sin que sus pies los atravesará, ella decía: –son las arterias que unen toda la casa– mientras caminaba su mente pensaba en infinidad de cosas y éstas se diferenciaban por las zonas de la casa que iba atravesando, era como si cada zona de la misma fuera un pensamiento, un mundo, un momento, un recuerdo, ¿se imaginan la cantidad de mundos diferentes que se pueden recrear al caminar? Su lugar favorito era el jardín, allí su mente engendraba todo tipo de fantasías, imaginaba seres a partir de la unión de miembros de animales, de humanos; a un ratón le ponía la cabeza de su madre, la de su amiga al cuerpo de un pescado… en ese lugar las mutaciones eran sus preferidas. La cocina por el contrario le despertaba sentimientos de odio, fatiga, rabia y desesperanza; Cocinar no era algo que le gustara en realidad, pensaba que esa parte de la casa era la más sucia, con basura odorífera, con los olores más desagradables posibles de percibir, se sentía basura por provocarlos además de la loza que dejaba acumular por días.
La sala de estar era la más calmada, cuando caminaba, sus reflexiones resultaban ser racionales, confusas, contradictorias. Meditaba sobre el sentido de las vida -siempre le atormento el sentido de todo-, sus recuerdos y juicios acerca de la humanidad, su familia, sus amoríos, la naturaleza, la sociedad, el mundo. Allí la caminata era larga y parecía que el tiempo se detenía en una especia de pensamientos sin salida, solo lograba salir de allí cuando recordaba que la humanidad y sus grandilocuentes formas no tienen remedio, o por lo menos no están en su entero control, no tiene por qué estarlo y si lo está, no va más allá de lo que haga con sus manos.   
El recorrido del corredor a la puerta principal le causaba desazón, una especie de adrenalina combinada con miedo y ansiedad, ¿Cuántas personas, mutaciones y extrañas criaturas podrían atravesarla?  Podría llegar su madre con el cuerpo de ratón, o su amiga con cuerpo de pez y descubrir que si sale de su casa todo es un gran y profundo mar, ¡se ahogaría! Por no tener cara de pez, o tal vez, al atravesarla se daría cuenta de que no hay gravedad, que no existe tal cosa, imaginaba la cotidianidad sin gravedad, o que se podría topar con un no hay nada.
Llegar a la puerta era el fin de sus recorridos por la casa cada mañana, se devolvía por el corredor hacia su cuarto, se sentaba en la cabecera de la cama y se sentía tranquila, una especie de paz le invadía cada vez que estaba en él, dormir para ella era como morirse por ocho horas y despertarse en un constante resucitar, allí solo respiraba, sin importar la hora, se acostaba e intentaba morir unos minutos más, resucitaba, se daba palmaditas en las mejillas para aterrizar, se levantaba, se bañaba, se vestía;  preparaba jugo, picaba papaya y comía con galletas, se bañaba los dientes y se disponía a cruzar la puerta rumbo al trabajo.

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