Cronopropio: Prisma de Asthalgard
Wendy Paola Rodríguez
En tiempos
de la brillante Asthalgard, el Libro de los sueños perdidos escribía una
historia en el camino defectuoso de Prisma, la hechicera que en vano intentaba
teñir de color los blancos muros de la ciudad; mientras que los altos faros del
lugar lo absorbían todo en la espesura total de la luz eterna que alimentaba
estas tierras sin descanso, tierras del desvelo. Asthalgard se movía rápido en
los avances tecnológicos y el paso del tiempo era casi imperceptible; las
preocupaciones de su gente correspondían al temor a la penumbra que pudiere
obligar a detener el espíritu abatido de su tradición.
Prisma había
huido desde siempre afuera de las murallas para aprender a sentir los ecos de
la luz que alcanzaban a acariciar los alrededores, aprender a transformarlos en
formas independientes de colores entremezclados que podían dar vida lo que en la
ciudad sólo era un haz blanco e impenetrable. Afuera en el oscuro borde de la
laguna podía liberar los vapores coloridos que lograba descargar de algunos
destellos de cualquier carbón, de cualquier fuego. Prisma podía entender el
sentimiento del color en el dialogo corpóreo con la luz que había enceguecido
por años a toda la población.
Finalmente,
la albina Asthalgard no parecía cambiar, siempre inocua. Así que, en momentos
cortos cuando los otros ciegos pasaban a su lado, Prisma lanzaba nubes de color
para despertar sensaciones en los demás; y en su afán por liberar a todos de aquella
maldición, visitó la corte de los hechiceros que resguardaba el Libro de los
sueños perdidos: el registro de todas las formas conocidas de luz en
Asthalgard.
Prisma no encontró
nada, la voz del libro retumbaba sin describir de forma suficiente lo que ella había
encontrado y, aunque ella misma quiso explicarlo fue insuficiente también para sí.
Asthalgard, cargada de una eterna luminosidad no comprendía el poder que en sus
manos podía ser más que un infinito ciclo enceguecedor y Prisma tampoco, sólo
sentía.
Así pues,
Prisma fue examinada y evaluada como defectuosa; expertos de la luz compararon
sus bibliotecas para delimitar las conjunciones posibles de color y
desaprobaron los vapores que Prisma lograba emanar. Por años, Asthalgard
parecia acercarse a Prisma en los rituales con los que los hechiceros daban
vitalidad a la luz de la ciudad; pero era una larga distancia que mostraba a
Asthalgard arrogante y vehemente.
Entre más
alumbraba Asthalgard en su blanquecina eterna; más se marchitaba Prisma en sus
ansias de develar la fuerza vital de esta. El ultimo rito de Asthalgard celebro
los vapores de color que Prisma desato sobre su gente, se despidió para
dejarles levitar en el éxtasis de su último aliento y se marchó con el Libro de
los sueños perdidos en su poder. No sabemos nada de espumas coloridas ni de más
luces que las que podemos ver, Prisma ahora escribe sin terminar de entender,
sin lograr explicar aún.
No hay comentarios:
Publicar un comentario