Por Alexis Garzón
Cada día 8 de cada mes a Garavatov se le enrolla
desafiantemente un cabello de su melena. El repartidor de los recibos por
pagar, no ha advertido como su presencia mensual transforma la figura de este
enigmático sujeto. Escazas veces tiene a la luz su rostro, pocos son quienes
han podido divisar los rasgos de la incógnita bajo el mechero salvaje de este
espécimen endémico de la fauna concretística. Cuando su mama acude a visitarlo,
para verificar que su melena no lo ha asfixiado, o que las plantas de su patio
no han decidido suicidarse a Garavatov se le enrolla decenas y decenas de
cabellos. Cuando un policía le pide una requisa por el parque o la plaza o la
calle de las requisas, se enredan únicamente los cabellos cercanos a su lóbulo
frontal, acto que sirve de defensa para con las autoridades, en cambio, cuando
es una figura menos endémica del ecosistema basural la que le ocasiona alguna
agitación, son los cabellos más cercanos a su parietal los que alertan la
amenaza.
A pesar de todas esas agitaciones que le estimulan y alteran
el ambiente silvestre de la jaula, Garavatov siempre prefiere enrollar su
melena en la calle, porque cuando está solo en casa, se le hacen nudos tan
insolubles por todo su cuero cabelludo, que le recubre el cuerpo como una
pelota consistente y pesada, sin quedarle más remedio de ir a rodar a ciegas,
allá por una sucesión de rebotes y casualidades, hasta que finalmente resulta
tranquilizado por la compañía de sus colegas las ovejas, que a lo largo de una
larga terapia grupal, logran desenredar parcialmente las greñas de Garavatov,
para dar un nuevo respiro a su naturaleza de enredos, así pues, enérgico y
renovado por este renacer espiritual, Garavatov maneja hasta un bar cercano
pide una cerveza y 30 cabellos enredados.
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