martes, 23 de junio de 2020

El hoy es el ayer del mañana


El hoy es el ayer del mañana.
Ayer he decidido que hoy iniciaré el día como siempre quise: empezaré a las 22:00h y terminaré a las 6:00h. He establecido por norma no tener normas en este día. Gracias a ello logré comprender que es más difícil seguir las normas que hacer caso omiso a estas.
Son las 21:15h ̶ haciendo honor a mi norma no he seguido el horario sentido estricto ̶   es el momento para tomar el desayuno.  Preparo un agua panela, alisto unos panes, los junto en un plato viejo, me quito la ropa y entro a la ducha. Para mí es habitual tomar el desayuno en una acera cercana, pero hoy la situación distinta, he trasladado mi ritual de ingesta a la bañera. Abro la regadera y que inicie la ceremonia. No acostumbro a hacer dos cosas al tiempo, pero con la premura de salir a observar el infierno, desayunar y ducharse a la vez no implica mucho esfuerzo.
Son las 19:30h olvidé escribir lo que me sucedió al abandonar el cuarto de baño. No fue mucho tampoco, resbalé con un juguete antiguo y casi salgo volando por la ventana, pero no es algo de que preocuparse, peor hubiera sido que mis panes se hubieran ido por la cañería.  ¡Con el alto costo de los alimentos, preferiría salir disparado por la ventana que dejar perder algún bocado!
Son las 14:28h estoy listo para ingresar a trabajar. En efecto, aunque desayune mientras me bañe, y aunque prefiera salir disparado por una ventana, tengo un empleo. Mi ocupación parece superflua, pero no lo es en absoluto. Yo soy la persona que se para afuera de los centros comerciales, con los zapatos y la ropa sucia, no me dedico a pedir dinero a los transeúntes. De hecho, no hago nada en absoluto, solo me sitúo allí a observar y escuchar como todos los que pasan por mi lado les comentan a sus compañías lo afortunados que se sienten de no ser yo. No comprendo muy bien sus palabras, pero de algo estoy convencido: si las personas de esta ciudad no tuvieran alguien con quien compararse y sentirse aliviados, en definitiva, vivirían un infierno. No tendrían nada más con qué compararse que con ellos mismos ¡qué horror!

Alejandro Gómez Gómez







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