lunes, 29 de junio de 2020

CronoPropio: Estercita




Jaqueline Sánchez Toro 


Ester solía caminar por toda su casa, se la pasaba dando pasos lentos, alargados y sus manos siempre estaban entrelazadas en su espalda, se levantaba a las siete de la mañana y en pijama, realizaba su paseo matutino, iba desde su cuarto al corredor, del corredor a la cocina, de la cocina a la sala, al jardín y de nuevo hacia el corredor que dirigía a la puerta principal.
Los recorría, no dejaba sitio alguno sin que sus pies los atravesará, ella decía: –son las arterias que unen toda la casa– mientras caminaba su mente pensaba en infinidad de cosas y éstas se diferenciaban por las zonas de la casa que iba atravesando, era como si cada zona de la misma fuera un pensamiento, un mundo, un momento, un recuerdo, ¿se imaginan la cantidad de mundos diferentes que se pueden recrear al caminar? Su lugar favorito era el jardín, allí su mente engendraba todo tipo de fantasías, imaginaba seres a partir de la unión de miembros de animales, de humanos; a un ratón le ponía la cabeza de su madre, la de su amiga al cuerpo de un pescado… en ese lugar las mutaciones eran sus preferidas. La cocina por el contrario le despertaba sentimientos de odio, fatiga, rabia y desesperanza; Cocinar no era algo que le gustara en realidad, pensaba que esa parte de la casa era la más sucia, con basura odorífera, con los olores más desagradables posibles de percibir, se sentía basura por provocarlos además de la loza que dejaba acumular por días.
La sala de estar era la más calmada, cuando caminaba, sus reflexiones resultaban ser racionales, confusas, contradictorias. Meditaba sobre el sentido de las vida -siempre le atormento el sentido de todo-, sus recuerdos y juicios acerca de la humanidad, su familia, sus amoríos, la naturaleza, la sociedad, el mundo. Allí la caminata era larga y parecía que el tiempo se detenía en una especia de pensamientos sin salida, solo lograba salir de allí cuando recordaba que la humanidad y sus grandilocuentes formas no tienen remedio, o por lo menos no están en su entero control, no tiene por qué estarlo y si lo está, no va más allá de lo que haga con sus manos.   
El recorrido del corredor a la puerta principal le causaba desazón, una especie de adrenalina combinada con miedo y ansiedad, ¿Cuántas personas, mutaciones y extrañas criaturas podrían atravesarla?  Podría llegar su madre con el cuerpo de ratón, o su amiga con cuerpo de pez y descubrir que si sale de su casa todo es un gran y profundo mar, ¡se ahogaría! Por no tener cara de pez, o tal vez, al atravesarla se daría cuenta de que no hay gravedad, que no existe tal cosa, imaginaba la cotidianidad sin gravedad, o que se podría topar con un no hay nada.
Llegar a la puerta era el fin de sus recorridos por la casa cada mañana, se devolvía por el corredor hacia su cuarto, se sentaba en la cabecera de la cama y se sentía tranquila, una especie de paz le invadía cada vez que estaba en él, dormir para ella era como morirse por ocho horas y despertarse en un constante resucitar, allí solo respiraba, sin importar la hora, se acostaba e intentaba morir unos minutos más, resucitaba, se daba palmaditas en las mejillas para aterrizar, se levantaba, se bañaba, se vestía;  preparaba jugo, picaba papaya y comía con galletas, se bañaba los dientes y se disponía a cruzar la puerta rumbo al trabajo.

Cronopropio: Prisma de Asthalgard


Cronopropio: Prisma de Asthalgard
Wendy Paola Rodríguez


En tiempos de la brillante Asthalgard, el Libro de los sueños perdidos escribía una historia en el camino defectuoso de Prisma, la hechicera que en vano intentaba teñir de color los blancos muros de la ciudad; mientras que los altos faros del lugar lo absorbían todo en la espesura total de la luz eterna que alimentaba estas tierras sin descanso, tierras del desvelo. Asthalgard se movía rápido en los avances tecnológicos y el paso del tiempo era casi imperceptible; las preocupaciones de su gente correspondían al temor a la penumbra que pudiere obligar a detener el espíritu abatido de su tradición.
Prisma había huido desde siempre afuera de las murallas para aprender a sentir los ecos de la luz que alcanzaban a acariciar los alrededores, aprender a transformarlos en formas independientes de colores entremezclados que podían dar vida lo que en la ciudad sólo era un haz blanco e impenetrable. Afuera en el oscuro borde de la laguna podía liberar los vapores coloridos que lograba descargar de algunos destellos de cualquier carbón, de cualquier fuego. Prisma podía entender el sentimiento del color en el dialogo corpóreo con la luz que había enceguecido por años a toda la población.
Finalmente, la albina Asthalgard no parecía cambiar, siempre inocua. Así que, en momentos cortos cuando los otros ciegos pasaban a su lado, Prisma lanzaba nubes de color para despertar sensaciones en los demás; y en su afán por liberar a todos de aquella maldición, visitó la corte de los hechiceros que resguardaba el Libro de los sueños perdidos: el registro de todas las formas conocidas de luz en Asthalgard.
Prisma no encontró nada, la voz del libro retumbaba sin describir de forma suficiente lo que ella había encontrado y, aunque ella misma quiso explicarlo fue insuficiente también para sí. Asthalgard, cargada de una eterna luminosidad no comprendía el poder que en sus manos podía ser más que un infinito ciclo enceguecedor y Prisma tampoco, sólo sentía.
Así pues, Prisma fue examinada y evaluada como defectuosa; expertos de la luz compararon sus bibliotecas para delimitar las conjunciones posibles de color y desaprobaron los vapores que Prisma lograba emanar. Por años, Asthalgard parecia acercarse a Prisma en los rituales con los que los hechiceros daban vitalidad a la luz de la ciudad; pero era una larga distancia que mostraba a Asthalgard arrogante y vehemente.
Entre más alumbraba Asthalgard en su blanquecina eterna; más se marchitaba Prisma en sus ansias de develar la fuerza vital de esta. El ultimo rito de Asthalgard celebro los vapores de color que Prisma desato sobre su gente, se despidió para dejarles levitar en el éxtasis de su último aliento y se marchó con el Libro de los sueños perdidos en su poder. No sabemos nada de espumas coloridas ni de más luces que las que podemos ver, Prisma ahora escribe sin terminar de entender, sin lograr explicar aún.  

Cronopropio: Siddartha


Julián Conde
Cronopropio: Siddartha


Siddhartha ha sido algo introvertido y tímido durante toda su vida, lo que, le ha dado el espacio para trabajar en sí mismo y estudiarse; solía pensar en algunas ficciones o disparates acerca de la manera en que podría haber sido su vida en otro tiempo; en otras tierras como: china, India, Japón, los países nórdicos o quizá algún país árabe, con otras creencias; usualmente se quedaba dormido pensando sobre ello. Durante algunas noches ha tenido un sueño en el que se encuentra en el cuerpo de un tigre, curiosamente lograba ver su reflejo en un lago del que bebía agua, una vez había saciado su sed se fijaba en sus ojos que eran de un café oscuro, en sus poderosos dientes, en su rosada lengua que sacaba como un niñito.
Siddhartha, en las mañanas al despertar recordaba en sus sueño haber tenido contacto con otros dos animales que parecían ser sus compañeros y amigos: un lobo y un oso. El lobo era de pelaje negro en el lomo y blanco en su pecho y patas; el oso tenía un pelaje amarillo tostado y negro, sus ojos eran cafés en el centro, después casi naranjas y finalmente en el borde del ojo tenían una pequeña cantidad de verde. Los tres se habían conocido en el lago en el que Siddhartha bebía agua, este era un lugar hermoso, de aguas tranquilas y con muchas flores de loto flotando; acostumbraban pasear por los bosques cercanos en busca de ricos peces en los ríos y, además, tomar el sol de la mañana, el que más les gustaba.
Estos sueños se repetían constantemente, parecían muy reales, los olores, los colores, todas las sensaciones eran muy vivas, esto se había agudizado debido a que Siddhartha había adoptado a dos cachorros que le hacían pensar en los amigos de sus sueños, uno con el mismo pelaje del lobo y el otro con los mimos ojos y pelaje del oso.
A estos cachorros les gustaba también pasear a su lado por horas y sentarse a tomar el sol. Siddhartha pensaba que en otra vida los tres se habían cruzado ya, de modo que, seguramente después de este corto lapso de vida en el que se encontraban volverían a estar juntos en otro tiempo y quizá en forma de otros animales o personas.  Considerar ese tipo de ideas le gustaba, reflexionaba acerca de cuestiones como la muerte, la vejez y la enfermedad, todas estas transitorias y cíclicas, cavilaba acerca del dolor que llegaría a sentir si se separaba de sus amigos, pero entendía que tal sentimiento no tenía ningún fundamento pues, en realidad la perdida y el reencuentro, el nacimiento y la muerte serian una constante a la que debía enfrentarse e interpretar de una manera sana y no enfermiza. Así pues, si tendría que irse primero que sus amigos y abandonar esta existencia seria para después volverlos a encontrar, pensaba en que tenían un lazo vital el cual los unía a través del tiempo, el espacio y la materia.

domingo, 28 de junio de 2020

LA MEDIDA DEL OCIO




Siendo una triste esperanza, aunque no del todo, hijo de una fama y un antiguo cronopio, he notado que la vida de esperanza a medio tiempo no va conmigo. “Del dicho al hecho hay mucho trecho”, repiten las famas con las que estoy emparentado, esto con la intención de evitar que en mí afloren actitudes que sean muy de una esperanza o peor aún cronopísticas. Si bien hay relaciones debidas y hasta pertinentes en la sociedad actual, una de las que más hay y que según he podido pensar, menos debería haber, es la de una esperanza de la que se espera que algún día sea una gran fama, y sobre todo si esta esperanza de esperanza no tiene ni el nombre, ni las ganas, para serlo.

Ser a medio tiempo esperanza y a medio tiempo otra cosa, es una manera enserio contraproducente de existir en un mundo que no fue hecho para humanos. Pero en medio de ese transitar por el tiempo, o, mejor dicho, mientras el tiempo transita por mí, he mirado con estos ojos de esperanza, que ven algo que une a las famas así no lo deseen con los cronopios y con nosotras las esperanzas. Las medidas. La manera de medir todo, especialmente el tiempo “en” la vida. Observando a las esperanzas y famas que he conocido, pude darme cuenta de que muchos miden ese tiempo en cuestión de progresos y logros, no siempre muy razonables la verdad. Así que firme en mi propósito de ser algo distinto a lo esperado he decidido pensar una manera de medir mis días.

Personas conocidas

Intentar el ejercicio de las personas que he conocido resultó más difícil de lo esperado, básicamente porque me intereso en las personas y el recuento se iba haciendo más largo, pues, con cada persona que recordaba, llegaba el recuerdo de las personas que esta me había presentado a su vez, y así, casi ad infinitum.

Oportunidades desperdiciadas

Esta es sin duda la peor de las ideas que se me ha ocurrido para elegir una medida de la vida. Comenzando por la imposibilidad de saber en qué punto una decisión que tomamos se convirtió en oportunidad desperdiciada, o al menos eso quiero creer para autoconsolarme por haber malgastado tantas. El intentar pensar en esas veces no es algo sano para una esperanza. Este ejercicio pone a las esperanzas de cara a la verdad más triste que pueden enfrentar:

            Las esperanzas están tan indeterminadas que su actuar carece de sentido en sí mismo

Frente a tantas cavilaciones que no llevaron a ninguna parte decidí concentrar todo mi tiempo y esfuerzos mentales en pensar una manera de medir mis días, una en la que la satisfacción pudiera ser suficiente como para presentarlo en una historia en algún momento del futuro.

           

            Los días en que me he sentido bien conmigo

            Por lo menos podría pensar en un día al año,

            En que sin darme ideas sobreestimadas

            a modo de consolaciones, o paños de agua tibia,

            he podido realmente ver hacia atrás y decir:

                        “Querida esperanza, has hecho bien,

                        has dejado las cosas seguir su curso,

                        no se esperaba eso de ti,

                        pero hiciste bien en no dejarte llevar.



                        Has logrado huir de la tendencia a ir por la vida creyéndose un cronopio,

                        has evitado ser como las esperanzas disfrazadas, o como los cronopios que, en secreto,

                        buscan llegar a ser famas,

 con la intención de contribuir en la creación de un mundo hecho por famas y para cronopios.



Bien hecho esperanza, pero aún así no eres del todo tú.

Tampoco eres fama, y menos cronopio.

Vive como un anticronopio en la práctica,

como un antifama en la teoría,

pero, sobre todo, vive como una falsa esperanza mientras llega el momento de contar los días en que ha tenido sentido no pertenecer a nada, mientras tanto, tú tranqui, continua, haciendo lo que sea, pero continua, cree en lo que sea, pero continua, evita herir a otros, aunque sus sueños se te presenten como egoístas, continua aunque sea como Prometeo, pero continua.

Por último, querida entidad perteneciente a las patrias sin raíces, a ningún lugar, sueña em paz, porque todo puede faltar a alguien como tú, menos el soñar en paz con las personas queridas." 

Por: Daniel Avella

jueves, 25 de junio de 2020

CronoPropio: AL TONO DISONANTE

Por: Damian Quintero

AL TONO DISONANTE


Al que no suena parigual
A ese que no guarda consonancia
Majestuosa desvariada.
Huérfano de armonía, pero esencialmente armónico
Que fluye aun sabiendo que no cuaja.
Símbolo de la tierra alta
Aquella estaca donde el cóndor descansa
Descansa de la condenada injusticia.
Distrabe de la ruana azotada por el viento frio que quema
Como esos viejos arboles batidos por la esperanza de ser rememorados.
Iza orgullosamente colores, formas, bailes y mambe.
Cordillera heterogénea que no comprende generales.
Duro como la arcilla atravesando el tiempo de la mano de la resistencia.
Suena como el viento, fuera de si, como incontrolable.
A veces le han querido llevar a la fuerza a lo clásico
Pero se queda, se queda contra todo porque sabe que pertenece allí.
Tampoco se asusta de contendientes guitarras
Que siendo más grandes en tamaño
Y este más pequeño
Sabe que no hay guerra entre amigas sonantes o disonantes.
La guerra es contra el olvido y el des-instrumentismo.
No se asusta pues sabe que los vientos le acompañan.
Solitario suena bien, pero acompañado estremece.
Come maíz, chicha y lucha
Siembra papa, arracacha y especias.
Su mayor logro ha sido unir, juntar, contar y llorar
Su gran utopía es la fraternidad
Y aunque no se le conozca, no deja de sonar.

miércoles, 24 de junio de 2020

EL CUBO


Laura Valentina Suárez


 CUBO
En contra punto a un mundo esférico,
Ha surgido un cubo,
A mala hora, doliendo y haciendo ruido se ha escuchado el cubo
Suscitando cansancio y confrontaciones.

A buena hora ha cantado un pájaro
Advirtiendo de un mal presagio
A la mala hora ha cantado un pájaro
Con temor a ser desmantelado

Y con él, hasta el reloj que los ha cautivado,
Con el recuento que ha sabido enmascarar las horas
Les han usurpado su mentira

Tras el cubo, los rasguños nefastos
De quien ha sido tildado por loco,
Sudando las lágrimas que han brotado del esfuerzo
De revelar sus miserias y su
Compra afanada por una vida tranquila.

 ¡tranquila cultura!
A las 8 pm ya estaremos acostados,
A las 2am ya estaremos desvelados,
 A las 4 am nos estaremos masturbando,
 Y las 5 am nos estaremos persignando,
A as 6 am correremos al trabajo,
Con el almuerzo empacado y el desodorante aplicado.

“No seremos nada más ni nada menos
Que lo que TU escogiste revelar de nosotros”
Y el cubo desesperado
Por gritar al vacío, será derrotado, silenciado…
Mas nunca aplacado, tranquilizado.

Cronopropio: Garavatov


Por Alexis Garzón

Cada día 8 de cada mes a Garavatov se le enrolla desafiantemente un cabello de su melena. El repartidor de los recibos por pagar, no ha advertido como su presencia mensual transforma la figura de este enigmático sujeto. Escazas veces tiene a la luz su rostro, pocos son quienes han podido divisar los rasgos de la incógnita bajo el mechero salvaje de este espécimen endémico de la fauna concretística. Cuando su mama acude a visitarlo, para verificar que su melena no lo ha asfixiado, o que las plantas de su patio no han decidido suicidarse a Garavatov se le enrolla decenas y decenas de cabellos. Cuando un policía le pide una requisa por el parque o la plaza o la calle de las requisas, se enredan únicamente los cabellos cercanos a su lóbulo frontal, acto que sirve de defensa para con las autoridades, en cambio, cuando es una figura menos endémica del ecosistema basural la que le ocasiona alguna agitación, son los cabellos más cercanos a su parietal los que alertan la amenaza.

A pesar de todas esas agitaciones que le estimulan y alteran el ambiente silvestre de la jaula, Garavatov siempre prefiere enrollar su melena en la calle, porque cuando está solo en casa, se le hacen nudos tan insolubles por todo su cuero cabelludo, que le recubre el cuerpo como una pelota consistente y pesada, sin quedarle más remedio de ir a rodar a ciegas, allá por una sucesión de rebotes y casualidades, hasta que finalmente resulta tranquilizado por la compañía de sus colegas las ovejas, que a lo largo de una larga terapia grupal, logran desenredar parcialmente las greñas de Garavatov, para dar un nuevo respiro a su naturaleza de enredos, así pues, enérgico y renovado por este renacer espiritual, Garavatov maneja hasta un bar cercano pide una cerveza y 30 cabellos enredados.    

martes, 23 de junio de 2020

Cronopopio de "Fama y Pater"


Crónica para dormir en un sofá
Por: Juan Pablo Villamil Botero


Un día cualquiera de un año especifico Pater se despertó más calvo. En un minuto claro de esa mañana Pater decidió no contar los cabellos delgados de su cabeza. En un segundo determinado de ese minuto Pater sintió los tejidos de su cerebro latir. En una milésima de ese segundo los latidos nublaron la respiración. 
En una pared tan blanca como el rabo de un conejo un reloj marca cualquier número. Fama se acerca y limpia la blancura, como si le limpiara el culo al conejo con pañitos de bebé. Fama recibirá una llamada cuando el reloj indique algún número que no sea el dígito que marca ahora. Por el momento Fama posa sus nalgas en una de las cuatro almohadas que decoran su edredón, abre un libro de Cortazar y lo lee con un resaltador en la mano.

El tiempo de Pater es el golpe de lo agónico; el tiempo de Fama combina con sus cuadros.

Caminando angustiado y descalzo por un piso rocoso Pater espera en el teléfono; Fama limpia sus anteojos y ante la sorpresa del timbre vuelca las gafas sobre su piso laminado. Una conversación corta en un día eterno, un choque de trenes en un móvil o la finalidad última del dialogo; un cambalache de emociones. Con su acento aburguesado Fama ensaya una técnica tántrica de oriente; los ojos de Pater vibran al son del segundero de Fama. Sus lentes en el suelo almacenan mugre, mientras que su oído izquierdo oye el reloj como si se afilará un cuchillo; mientras que su oído derecho oye un sistema nervioso apuñalado.

La comunicación logró compartir el tiempo; un taxi se encamina a compartir el espacio.

El encuentro fue deseado por Pater e incómodo para Fama. La mano delicada de Fama se posa firmemente sobre el cuello de su compañero; las manos ásperas y gruesas de Pater caen como un pétalo en la espalda de su ahora compañía. Con la boca seca se les escapa un suspiro acampanado. Tertulian como amigos en un mismo espacio y en un mismo tiempo. La serotonina se regula, el ambiente se aligera, el sueño llega danzando en el ambiente. Cualquier día debe de acabar y un día cualquiera estaba por finalizar. Pater se recuesta sobre la única cama del pequeño lugar, en donde apenas cabía un gato y un humano. Fama con una cobija se sienta en un sofá que parece sacado de un basurero. Espera que Pater caída sobre su cama como una bolsa de harina. Y allí, en el conticinio lúgubre que emula un entierro, Pater sonríe durmiendo en su cama; Fama solloza durmiendo en el sofá.


Cronopropio: Vector




No en vano pensó: en un juego pasajero no podría ocurrir desgracia alguna. Había jugado tantas veces que ya conocía el sendero. Pensaba mientras sonreía, mientras se mecía, mientras sollozaba. Se movía de un lado al otro, de derecha a izquierda, arriba un hola y abajo un adiós. Se asomaba. Los días señalaban nuevos nombres, nuevas vidas, nuevas letras. Mientras presionaba con los dedos el marco se movía. Pensó, en un juego pasajero no podría ocurrir desgracia alguna, pero ya le había causado daño a más de un jugador y había sido dañada como jugadora. En las abandonadas noches de los viernes se lanzaba por el balcón, corría, atravesaba calles para volver a lo mismo. De nuevo estaba sentada meciéndose en la silla, con las pupilas dilatas, con la respiración agitada, con los dedos heridos. Y volvía a ir de un lado al otro, vacilaba, se recomponía y se comunicaba. Otro beso, otro adiós, otro golpe. Pero no te preocupes que la luna siempre sale —pensaba— sal a bailar, tírate por el balcón y atraviesa la calles, llega a algún lugar, transita otros mundos. Subía y bajaba, intentaba comunicarse, hablar con los otros, considerando no mecerse de nuevo en su silla, no porque iba a tiritar de frío, porque iba a estar sola, porque iba a ser escuchada por ella misma y nadie más. Regresaba a pisar el viejo suelo de madera. Se ponía de pie para darle la espalda a la ventana, a la luna, que escurría la misma baba púrpura de quien la observaba. Pero qué importaba, quería comunicarse, hablar con los que ya no estaban, aquellos que la habían provisto de un beso, de un adiós o de un golpe. Agonizaba. 

 ¿En un juego pasajero no podría ocurrir desgracia alguna? Ahora se interpelaba con el cielo negro de fondo, pensando que no había deseo más fuerte que el de gritar, porque lanzarse por el balcón ya no le servía, porque no había peor orgullo que el constante rechazo, ni peor vergüenza que la insistencia en sí misma, no había peor vanidad que creer que el vector señalaría el interlocutor correcto en el tablero. La peor mentira era creer que aún no estaban todas las cartas sobre la mesa, sobre la madera vieja que hacía ruido cuando la pisaban las botas, la misma madera que rechinaba mientras bailaba. Entonces el balcón quedaba en un piso más alto y arriba un hola y abajo un adiós. Había probado quemarse sin fuego, había llamado por otra vía, ni se quemaba ni le contestaban del otro lado. Mentía y se lamentaba por ello, mientras la luna esbozaba una delgada sonrisa, la ventana permanecía cerrada y afirmaba: en un juego pasajero puede ocurrir cualquier desgracia. 

 Sabes a lo que me refiero —hablaba en voz alta— y sabes qué preferir. No a mí, aflicción. No a mí, temor. No a mí, deseo. No a mí, pasión. No a mí, desobediencia. No a mí, desorden. No a mí, abandono. No a mí, vector. Y qué importa —alegaba— si igual coordino, sé dónde poner los pies, sé cómo atisbar la caída. Le obedeció sin motivo y sin retribución alguna, era un juego pasajero. Le obedecía, sí o no, a o z. Sí —se decía— le obedecí, pero le mentí y le hice creer que toda esta torre era una verdad. Creía que era verdad, sonido, baile, sonrisa, mareo, palabra e imagen, incluso llanto.

Se creyó verdad palpable, cuando era en realidad pura libido frustrada de un deseo insatisfecho. Esa sí era una verdad. Tirarse del balcón no tenía sentido, navegar en las luces y pedirle a la luna tampoco, si todas las ganas de escupir verdades, de responder a preguntas, de empaparse por fin de eso que no sabía qué era, de hacer partícipe y de hacer un llamado eran nulas. Si arriba un hola y abajo un adiós. Qué es mentira, qué es verdad, en un juego no podría ocurrir desgracia alguna.

-Estefany Quintero. 

Cronopropio - Esteban López


¿Cómo observar el pasado sin mirar atrás?

El difícil mirar hacia atrás cuando sientes que algo vigila a cuestas de las sombras, el fantasmal recuerdo de lo insano y lo bello respiran en la nuca. Solo se tiene el alineamiento de mirar al frente y, no por ello, al futuro. La historiografía como la forma en que se ha escrito la vida individual recobra sentido cuando se examina, se colma de aseveradas lecciones de vida que el consejo de mamá no bastó para detener el tiempo. Antes de que llegue el alba una acción conjuró que se valorasen más las cosas que procuraron dolor y aquellas que sanaron con una sonrisa, un plato de comida caliente, el calor de un padre frío, el miedo al fracaso, la infancia bajo pulsiones animalescas no racionales y el vacío de un alma cuando no llega a casa.
Como tiburones vamos todos hasta que un golpe intangible hace derramar sangre por la nariz, algunos solo se esfuerzan por fumar y beber para, con fortuna, desalojar los temores que los envuelven de 1 a 3 am. No tienen cuello, para observar quien roza su hombro por detrás tienen que girar con todo su cuerpo, pero al hacerlo el cuerpo que rozó el hombro también lo hizo y este queda imperceptible, ¿acaso fuiste tú mismo y no te has percatado?
Admito que un método valioso pero fugaz es la práctica de ver álbumes de tiempos inmemoriales, aquellas fotos de ajeno estilo al contemporáneo siglo XXI. Fotografías sin poses, sin fin presuntuoso alguno, aquellas donde quedaban impresas las auras desgastadas en su actuar esporádico de cada persona. Imágenes de un bebé, fotografiado desnudo en una tina de agua caliente sobre la cama de los susodichos padres mientras se estrenan las manos y los pies para chapotear con sinsentido. Aquellas recopilaciones quedan en el navío errante que nunca tocó tierra firme, un sujeto con cara de pulpo que esperó por diez años el ver a su amada y esta no apareció en el muelle, el día y la hora acordada. Así es el desasosiego de un sujeto que escribió un amor, casi como un balazo mortal, pero con dolor infinito en el pecho, pues este sujeto no puede morir ya que cuida de las puertas del purgatorio.
Un pedazo de pastel, un vaso de gaseosa, un par de velas y las sonrisas pasivas de los parientes hacen que de forma individual se caiga dentro de la propia pupila. Una caída libre sin retorno alguno, casi resguarda el placer de caer al mar desde el West View en San Andrés Islas, pero allí no hay peces que miran sin asombro, ni cálidos rayos de sol que atraviesan el agua y hacen sentir placer. En aquella pupila se esconde el temor mezclado con amor. El tiempo se detiene cuando exhortan apagar el fuego de las velas haciendo uso de un soplo que no va solo, pues se toma de la mano con deseos utópicos que se acostumbran contemplar con un aire de plegaria.
Las arrugas de los patriarcas y matriarcas que llevaron estos elefantes por los desiertos más áridos en busca de agua son la legislación de la moral familiar, no hay que mirar atrás para ver el pasado. ¡Solo basta ver el tiempo en su piel, en mi piel! Las veces que quitaron mi miedo haciendo que me confrontara con él, un pollo de engorde volando directo a mí me enseñó lo bello del campo, el aire limpio y noches con el cielo roto donde se podía ver a Dios dibujando galaxias mientras él sabía que yo lo observaba y pedía que hiciera llover, pues hacía mucho calor y yo solo quería dar vueltas sobre mi propio eje frente al cantón con los brazos extendidos, ¿acaso las lágrimas son el aumento para ver microorganismos en el ojo?
Dos alcobas para cinco, un camarote para tres, el mayor en la cima y los dos últimos compartiendo un lugar acogedor, pues se encuentra más cerca del suelo. Los pies fríos de mi hermana sobre mi espalda, mi ira al despertar en un algodón húmedo por su frágil vejiga. Los pájaros dialogando sin que alguno supiese de qué hablan, un perico australiano monta una codorniz como yo montaba caballo en los sueños donde se era vaquero y jugaba a las luchas con mis juguetes de segunda mano, para mi eran héroes de guerra, cada uno con un poder particular y claro está, había un favorito. Las incógnitas que emanan sin premura, la rabia con el hombre de la casa por sus consumos de alcohol, pues no se sabría tan dulce efecto hasta que se experimentasen las decepciones de la vida sin causa alguna. Un sábado como cualquiera seria particular.
Los consejos del elefante más experimentado no caben en las grandes orejas del elefante nuevo, al parecer, su terquedad lo hundió en las redes de plomo de los cazadores furtivos. Desde entonces, caminan solo cuatro, todos agarrados de la cola del que va adelante. Ahora son dos alcobas para cuatro. Aunque el cuerpo no está, el solo abrir los ojos en esta realidad material es como si se viese un álbum y en él sus fotografías. Las huellas digitales en el interruptor, el aroma de una colonia a media noche que dura hasta las 3 de la mañana, la fotografía pegada al muro de aquel ser que nunca pensaste ver perecer, los acetatos de salsa que ahora son un tesoro acompañados de un cencerro. Usar la ropa de aquel que ya no la usa, aunque se luzca como un rapero noventero. Golpear un mármol frío y sentir la usencia, al regresar a casa y abrir el cerrojo, encontrar las paredes pintadas con sus manos que un día tuvieron movimiento, el rechinar de las Adidas contra la baldosa, la chamarra de jean que ayudó a consolidar mis propias aventuras promiscuas en las veladas con sujetas interesantes. Las lágrimas nunca fueron en vano, si bien nunca derramaron la copa, siempre estuvo a medio llenar, ¿por qué cuando la conciencia de alguien sale de su cerebro se coloca un vaso de agua en la mesa donde comió casi todas las noches?
Los años pasan y todo lo sólido se desvanece[1] en el aire. Los vecinos mueren consecutivamente, solo salgo a la terraza a regar las flores, el sujeto de enfrente me reprocha por no regalar una planta santa que alivie sus dolores de cáncer, los “amigos” que un día dieron la mano y soltaron ya no están, y sí están es como si no estuvieran. El arraigado abrazo a un libro del Quijote empolvado, la máxima fuerza impulsada por la mirada tenue de una matriarca que es más fuerte que el roble y el hormigón juntos, la señora de la tienda llamada Amelia pregunta: ¿dónde has estado? Y yo le digo: “estaba en México y las tortillas me han engordado”.
Sin duda alguna no hay que voltear el cuello cual búho para mirar el pasado, no hay que observar atrás para ver qué quedó allí varado. Solo basta experimentar que el tiempo y los aplausos paran por unos instantes antes de soplar el fuego y pedir que algo sea mejor mañana. No hay que ser un fuertecito derrumbado por una sensación grabada en la memoria del pasado para contemplar lo que un día fue, aquellos cimientos intangibles e imperceptibles donde se funda el ahora.  

Por: Sergio Esteban López Barbosa



[1] Libro de Marshall Berman

Cronopropio: Andrés


Por: Camilo Cadena 


El monopolio de la navidad

La navidad es lo más esperado con gran ansiedad por los niños; la comida, los villancicos, la música, la decoración, las vacaciones, pero sobre todo, los regalos, hacen parte de la alegría de un niño por esta festividad. Lo religioso es importante, pero está en un segundo plano para Andrés, lo que nunca se espero es que un juego de monopolio lo hiciera caer en cuenta que estaba solo, o por lo menos, que necesita de otra persona para jugar, habían siete u ocho piezas entre carros, sombreros, gatos, perros, barcos, según se le diera la gana a cada quien por escoger alguno, para jugar a ser el terrateniente que no perdonaba las hipotecas o las deudas, además, se necesitaba de un banco neutral que no se inclinara hacia la corrupción de un jugador, pero, ¿alguna vez se ha alcanzado la objetividad en el algún aspecto significativo de la vida? Pienso que no, muchos menos en un juego donde el objetivo es ganar dinero y quebrar económicamente al otro, sin embargo, para Andrés fue necesario abrir los vínculos en su barrio, salir a buscar amigos con quien jugar horas eternas en la calle, pero lo más importante de esta navidad, fue que por fin entendió el significado de ser hijo único.

La unión en la tribu

La ansiedad esta presente gran parte de nuestra vida, tal vez en la vejez desaparece un poco, pero para un adolescente la tranquilidad no es una opción, en este tiempo, Andrés, hijo único, conoce la magia de la música, aparece en la sociedad el término “tribus urbanas” tal vez como sinónimo de una gente disgregada y perdida en la urbanidad, pero no en la urbanidad de Carreño, esta es una urbanidad que pretende distinguirse del resto de la sociedad. Dentro de los marginados hay todo tipo de guías musicales, algo tendrá que decir el metal, el punk, el oí, el reguetón, el rap, la electrónica, y cada quien se apropiará del mensaje y lo transmitirá para los demás. Andrés esperaba con ansiedad un fin de semana de octubre para ir a un enorme parque a relacionarse con gente de su tribu, dicen que la unión hace la fuerza, ese día, Andrés comprendió la fuerza de aquel refrán, desde entonces, aquel adolescente percibe la fuerza de una multitud en un concierto, en un estadio, en una marcha, todos unidos entorno a una música, un equipo de fútbol o a una lucha social.

El bailar de los libros

En los centros de rehabilitación existe un manejo a la ansiedad, además de cursos de pastelería, capoeira y yoga, Andrés paso por uno de ellos, tal vez errado en su camino su familia auguro un futuro no muy prometedor, sin embargo, lo importante para el cambio es la voluntad de decidir cambiar, tal vez por eso escogió estudiar, entonces se le atravesó en el camino apellidos como Weber, Durkheim, Parsons, conceptos como anomia, división del trabajo, dominación carismática, sin embargo fue un bigotudo con un martillo el que lo cautivo y lo coloco sobre los rieles de la divagación filosófica, aquel filosofo hablaba sobre la danza y el baile, es difícil colocar en letras las acciones y los sentimientos, no obstante, el bigotudo  lo lograba, lo provocaba, lo incitaba, ahora el paisaje que se le atravesó a este joven estaba marcado por la nostalgia griega, el idealismo alemán, o la revolución francesa sentía que cogía el mundo con las dos manos y los sujetaba sobre los dos pies, pero el vitalismo del que hablaba el bigotudo del martillo lo encontró en el baile dionisíaco de una buena salsa o en un pogo encarnizado de un buen punk.

Cronopropio: Azul Aspirum


Por: Yury Buelvas 
Azul Aspirum

Y es la corriente de aire azul la que la representa, ella, demoníaca, vacía, mágica; se desliza entre los mundos que ha creado. 
Ella siempre ha creído en los cuentos maravillosos de hadas y príncesas que viven felices por siempre, se averguenza. 
Ella siempre ha pensado en la muerte como el paso latente, lo imagina, lo proyecta, lo ejcuta. Lo esconde. 
Ella siempre ha pensado en el poder del amor, aquel que transforma, que merece ser sentido y experimentado. Lo busca.
Ella suele encontrarse vacía en un terreno baldío, huye, llora, espera, se resigna. Es inevitable.
Ella parece encontrar la salida, pero se equivoca, lo intenta, no desfallece. Le desespera.
Ella intenta ver lo que otros ven, enfoca, entrecierra, cambia. No lo logra. 

Es ella.


CronoPropio: LETRAS


Por William Palacios

LETRAS 
A veces como mucho. Bebo en mis comidas demasiados jugos. Comparto con los que quiero. Disfruto de un día soleado. Estoy a gusto bajo una ligera lluvia. Fantaseo sobre el cielo. Gusto de charlas vacías. Hago malabares. Interrogo hasta el signo de pregunta. Justifico todos mis textos. Kantiano no soy, kafkiano tal vez. Lamento mis errores gramaticales. Maniobro en bicicleta todo lo que pueda. Ninguna piedra puede lastimarme. Ñajo, palabra extraña pero perfecta para mí. Opero con la mente hasta los pequeños detalles. Privo de palabras al que comenta demasiado. Quiero, de vez en cuando, escuchar el silencio. Río sobre la tragedia que anuncia toda comedia. Solicito perdón para hacerlo obvio. Tarareo todas las canciones inexistentes. Ubico el problema y me vuelvo amigo de él. Veo su corazón e intento no huir. Whisky: un gran compañero. Xenos-filia: amor a lo extraño. Yazco alrededor de grandes amigos. Zanganeo de aquí para allá, las letras son mi mejor compañía.

Hay juegos escondidos. Nadie los ve, pero los buscan. Acceden a cualquier ayuda para poder solucionarlos. Y cuando los logran fanfarronean de su gustoso éxito. Intento no ser así. Aprehendo de mis locuras. La cordura es jactanciosa. No le gusta esconderse en kioskos ni en laberintos. La locura está en todos, en muchos está en la cabeza; pero en los locos está en todo el cuerpo. ¿Qué hacer ante la idea regente de los cuerdos? ¿Realmente queremos ver orden o solo lo deseamos? Todos los locos ven cosas que pocos ven. Yo intento ser lo más loco que pueda. Volver y revolver es mi premisa: “whisky: un gran compañero”. Si esto fuera una xilografía, habría posibilidad de encontrar y reconocer amigos sabios, es decir, habría más locos. Sin embargo, zanjo mi búsqueda con un consejo. Sean como yo: la eterna tarea se encuentra en los pequeños detalles. Soy LETRAS: mi búsqueda es La Eterna Tarea de Reconocer Amigos Sabios

Abrirse a la posibilidad de ser más perro


Angie A. Téllez Méndez 


"Todo el conocimiento, la totalidad de las preguntas y respuestas, se encuentran en el perro"
Franz Kafka
Dibujo inspirado en Danko

2016, Febrero 5

Andaba Juliana por ahí, en un día común y corriente, no se imaginaba que al día siguiente cambiaría su vida por completo. Estaba con Daniel, su novio, y le comentaba como por enésima vez, lo mucho que le encantaría tener un compañero de vida; pero no cualquier compañero.
¡Un año atrás ya había tenido compañeros peces y dos hámsteres! Juliana pensaba que ya era hora de tomar otras responsabilidades que le permitieran encontrar un sentido de ser en su existencia. Escuchaba cómo sus pares tenían aventuras y vivencias en general que ella anhelaba tener, pensaba que de alguna u otra forma ellos ya no estaban solos; y es que ella, Juliana, había pasado más de la mitad de su vida sola, si es que puede dividirse la vida en tiempos. Sus padres, cansados del trabajo a tiempo completo, no tenían tiempo que dedicar y tampoco contemplaban dentro de sus posibilidades organizarse para tenerlo, nunca era llevada a un parque, por ejemplo, o le escuchaban sus preocupaciones y vivencias diarias.
Al caer la noche, Juliana le comentaba a Daniel lo hermoso que sería tener un compañero canino que, en palabras de ella, pudiera sacar de la jaula o la pecera para que la acompañase a todos los lugares. Daniel la escuchaba atento, asentía con la cabeza, pero no sentía lo mismo. Juliana pensaba que nadie le comprendía verdaderamente su necesidad, porque este anhelo con consideraba como una necesidad, era como si simplemente le llevaran la corriente. Esa noche, al despedirse de Daniel, derramó unas lágrimas producto de su imaginación, la cual le había llenado por unos segundos de unos posibles escenarios que compartiría con su perro, de volverse verdaderos. Se durmió otra noche de las tantas, sin saber que en realidad se trataba de la última noche en que dormiría sintiéndose en un hoyo negro de emociones y sentimientos de angustia, en el que el único remedio para deshacerse del frío era abarrotarse de cobijas hasta el cuello.
Al día siguiente, Juliana se despertó como era usual: con ganas de no haberse despertado. Su padre, con quien poca o nula relación tenía, a pesar de convivir bajo el mismo techo, se encontraba en casa y como la primera chispa que sale de un fósforo al roce con un ladrillo, se abalanzó a preguntarle: papá, ¿te gustan los perros?... Así fue como inició una conversación, que en realidad era una petición, que duro horas y horas, que terminó en el acuerdo de ir a buscar uno. Para ese entonces, la madre de Juliana, quien no soportaba siquiera la idea de tener un animal en casa, dijo que acompañaría a padre e hija en esta misión de adoptar un perro. Era curioso, para ellos era simplemente añadir un miembro a la familia y una obligación al cúmulo de obligaciones que ya tenían; para Juliana, quien sentía la necesidad de pincharse la piel para corroborar que no estaba soñando, era encontrar la verdadera razón de estar y ser en este mundo.
Luego de unas horas, Juliana llena de miedo y ansias había llegado al lugar donde se encontraba su compañero, se lo imaginaba de cualquier forma, el deseo era tan intenso que poco le importaba cómo sería este perro, lo importante era que fuera su perro. Luego de caminar al lado de varias vitrinas, tuvo el primer recuerdo con este ser que sería su compañero minutos después: era un perrito extremadamente pequeño, regordete, tenía unos brillantes ojos azules que solo apuntaban hacia el plato lleno de alimento y una nariz color rosa, que le guiaba hacia tal. Sus paticas suaves y tiernas, al igual que su pancita, poco pelo tenían pero conformaban un hermoso y brillante pelaje en las combinaciones de un gris plateado y un blanco algodón. Para Juliana era perfecto, y allí lo supo, encontró mil y una formas de argumentar por qué debía tener ese perro y no otro, en ese instante no importaba que el mundo desesperanzador en el que se encontraba estuviera a punto de derrumbarse.
Ahora Juliana escribe cosas como estas pero con su compañero de vida al lado; ya no más momentos de tristeza y de querer acelerar el tiempo o detenerlo se encuentran en su cabeza. Juliana, en definitiva, ya no está sola, y siente que ese ser en forma de perro la conoce de toda la vida. Aunque es tan indefenso y frágil, gracias a él, la indefensa y frágil ya no es Juliana. No es un secreto para ella, que su compañero algún día tendrá que ausentarse, pero al estar presente en su vida le ha demostrado que el mundo puede ser bello, que hay amor, ternura, honestidad, solidaridad, y demás cosas que le dan ganas de vivir. Hasta ella misma construye su filosofía a partir de su compañero que, en realidad ni remota idea tiene de lo que ha causado, pero que con esa mirada conmovedora y su colita en movimiento logra a cada instante.

Dedicado al amor y razón de vida, Danko.




















CORONOPIOS
                                                                                                                                Por:  Nicolás López
Gran extensión de este planeta está ocupada por estos extraños seres. Es un majestuoso cuerpo celeste que tiene las condiciones para albergar vida y alimentarla en su diversidad. Gigantescos mares, cristalinas cascadas, selvas inmensas, profundas junglas… Imponentes, voraces e invasivas ciudades levantadas por millones de estos extraños seres, a costa de la muerte, el sufrimiento, la extracción exacerbada y dañina de recursos naturales. Los seres de los que hablo son los Coronopios. No sé con exactitud qué tan antigua es su existencia, ni como sus rasgos fisiológicos y sociales se relacionen evolutivamente con sociedades de otras especies. Pero son animales bípedos, de postura erguida y uso del lenguaje, tienen piernas cortas en comparación a sus largos brazos. Su cabeza es de admirar por todas las cosas que son capaces de hacer pero su aspecto es repulsivo. Se sabe por escritos muy antiguos y valiosos para los Coronopios que hace billones de años existió un planeta con condiciones atmosféricas y geográficas similares a este. Desapareció, según se sabe, por varias razones. La más conocida es la existencia dañina de la especie humana en la tierra, los humanos fueron la causa de su propia aniquilación. Para mi es aterrador ver los bucles que se producen en lugares en los que aparece la razón calculadora de la ciencia y el ímpetu discursivo de la reflexión. Los Coronopios son animales inteligentes con manos hábiles para las artes, el cuidado y el trabajo, pero esas mismas manos con capaces de causar dolor, destrucción y daño. Esos seres en los que resulta la mezcla del lenguaje, habilidades motoras superiores y la vida en comunidad son capaces de dañar, crear, robar, entregar, asesinar, curar, producir-consumir, producir-consumir, producir-consumir. Dañan más de lo que crean, roban más de lo que entregan, asesinan más de lo que curan.  Producir-consumir. Producen y consumen basura en dimensiones aterradoras. Se comportan como parásitos: intoxican el flujo vital del planeta, crecen y se asientan en lugares que conservaban su riqueza natural porque aún no había sido invadido por sus alientos de expansión. Los lugares a los que llegan se van volviendo grises, y se oscurecen hasta que se apaga la luz de la vida en ellos, sus grandes ciudades expiden un toxico humo. Se ven esas grandes creaciones de vidrio y concreto exhalando putrefacción. El Coronopio seca los mares, enturbia las cascadas, aniquila la diversidad, arrasa bosques y junglas con sus gigantescas maquinas, y luego hace inmensos criaderos de animales que luego devora para su satisfacción vanidosa, trata otros seres vivos como fuente de cruel mercado. Extrae la vida de las montañas, rompe, tumba, perfora. Llega con sus redes tecnológicas al interior de este organismo celeste y empieza a chupar de él, como sanguijuela. Organizan comunidades y crece el odio por otros individuos de su misma especie. Buscan imponer de forma violenta aquello en lo que creen y no soportan que alguien intente rebatir los ideales imperantes de su comunidad. Les encanta consumir sustancias que también intoxican sus propios cuerpos y hacer grandes mercados para distribuir estas sustancias, aunque es sus discursos de la forma más hipócrita se condene ese modo del consumo como ilegal. Se inventaron las leyes para pervertirlas y se alejan de la dignidad y el buen vivir en sus comportamientos cotidianos. Son envidiosos y egoístas, en su comportamiento normalizado no se encuentra la solidaridad, y cuando hacen una obra buena por alguien más no pueden evitar cobrar el favor recibido. Han creado redes de información que parecieran programar sus mentes para volverlos seres manipulables e ignorantes, y los grandes sistemas de producción han llevado a la imposibilidad de vivir sin consumir mientras destruyen su entorno. Su aspecto refleja su ser interno, son desagradables, su cabeza horrible impide que aun cuando sean tan inteligentes se puedan ignorar los rasgos repulsivos de su existencia. Su piel es babosa y tiene unos pequeños tentáculos colgando del rostro, sus parpados son alargados y su boca esta escurrida hacía la barbilla. Los Coronopios son el testimonio vivo de las especies condenadas por su propia inteligencia y maldad. Me miro al espejo y siento repulsión, es inevitable que mi rostro refleje el ser que estoy condenado a ser, no quiero ser un Coronopio, no soporto más vivir como un Coronopio.    



CronoPropio: memoria

Soy lenguaje, Soy experiencia,  Soy memoria, Soy olvido…

Por: Camila Andrea Parra Hernández

No puedo evadir mi existencia.
Shakespeare

Me cuesta recordar ciertos aspectos de mi vida, a decir verdad, creo que los he olvidado, por más que intento traerlos al presente no son claros. De vez en cuando, aparecen pequeños fragmentos sobre cosas que ya he experimentado, quizá su detonante sea un pequeño objeto, una palabra aleatoria o cualquier cosa que me permita asociarlo. Ciertamente no puedo negar el malestar que me provocan esas irrupciones, mi solución inmediata al pequeño dilema mental es dejarlo de lado. Siempre me he repetido: “son nimiedades, hay cosas más importantes en que centrar tu atención”, lo irónico es que nunca hay nada en que pensar. Solamente me limitaba a ejecutar diferentes acciones que me eran exigidas por una autoridad materna, para no padecer su ira en mi piel.

Suelen decirme que soy alguien muy pesimista en muchos aspectos, además de tímida y demasiado callada. Me piden constantemente que cambie el gesto de mi rostro, fruncido, o mal mirado. Me exigen usar bien la cuchara, en un pequeño espacio de cuatro paredes pintadas del verde más feo que he visto me encierran. Me piden que sonría para fotos que no se guardaran para la posteridad, yo hago caso y muestro los dientes al lente. Me exigen que no me mueva ni una pestaña, estoy en un cuarto hecho de porcelana, lleno de tierra, hueso, cuarzo, grafito, yo que sé. 

A veces no me doy cuenta de la cantidad de horas que paso mirando hacia afuera, mientras estoy encerrada miro por la ventana a diferentes personas pasar, percató que algunas de ellas fingen reír y otras solo pueden intentar no llorar. Adentro no hay nada que mirar. Suelo estar callada por días, y eso les molesta a los adultos, podría pasar como catre viejo abandonado en el rincón de una habitación. Algunos de ellos suelen preguntar de vez en cuando ¿qué pasa? Yo no puedo responder, porque ni yo sé qué pasa.

En mi cabeza aun retumba mi infancia, Shh, ¡tú no sabes nada! Shhh, ¡tú no entiendes nada! Shhhh, ¡no puedes contar nada! Shhhhh, ¡no escuches! Shhhhhh, ¡no hables, cierra la boca!  Shhhhhhh. ¡cierra los ojos! Shhhhhhhh, ¡aquí no pasó nada! Shhhhhhhhh, ¡deja de respirar! Shhhhhhhhhh, ¡deja de sentir! Shhhhhhhhhhhh.

El silencio me enseño que era más sencillo decir y hacer lo que deseaban. Siempre pensé: “solo es un momento, al fin y al cabo, pronto acabará”. Lo más trágico de todo es que nunca acabó, todo vuelve una y otra vez, y en cada ocasión con más fuerza. No estoy segura de cuantas veces fingí que nada pasaba, ni tampoco del momento en que dejé de respirar.