Autobiografía ficcionalizada de Alejandro Gómez
Primer
quinquenio: “I don’t grow up”
De lo que quiero hablar hoy quisiera tener recuerdos
sólidos, firmes, estables. Quisiera tener su rostro tan claro en mi mente que
ni con los momentos de amnesia permanente se borrara. Nací el 4 de diciembre de
1996 en la ciudad de Bogotá. Mi madre y mi padre, hijos de campesinos, por tanto,
campesinos, venían de un corregimiento llamado Tobia, ubicado en el municipio
de Nimaima. En el momento de mi nacimiento se encontraban viviendo en Suacha. Mis
abuelos maternos vivían en una finca en aquel corregimiento. A mi abuela la
conocí, y de ella guardo en mi memoria su rostro, su forma de hablar, su forma
de querer a sus nietos, también recuerdo lo difícil que fue verla en una
camilla conectada a múltiples aparatos que le prolongaban la vida, o que más
bien le postergaban la muerte. A mí abuelo no lo conocí con plena conciencia,
sin embargo, él a mí sí. Por lo que cuenta mi madre era un tipo rudo
sentimentalmente, se había criado entre la hostilidad, entre la violencia de no
tener alguien que le preguntara cómo se sentía. Lo que resulta totalmente
significativo para mí es que cuando me conoció, según me relata mi madre, cuando
yo tenía unos meses de nacido, él mostró un lado que nunca había enseñado a
nadie, reflejó en sus acciones y palabras que podía amar sin temor, pocos días
después murió de un fulminante paro cardíaco.
Cuando
pensaba, cuando pienso, cuando pienso en pensar en crecer, solamente puedo
pensar en que, si llego a hacerlo, si logro superar los límites vedados de esta
construcción que me rodean, no quiero ser lo que veo a diario en muchos
lugares. Si crecer significa tener un empleo aburrido, no quiero crecer. Si
crecer significa abandonar todo lo que me gusta, no quiero crecer. Si crecer
significa perder mi tiempo libre, no quiero crecer. Si crecer significa no
reconocerme frente al espejo, no quiero crecer. Si crecer significa olvidar
todo lo que alguna vez quise, no quiero crecer. En resumen, si crecer significa
ser como usted, no quiero crecer.
Segundo quinquenio: La finca de los abuelos.
La finca de mis abuelos maternos era el lugar para ir a
pasar las vacaciones la mayoría de las veces. Aunque una vez fue nuestro hogar
permanente. Intentando escapar de conflictos personales mi madre, mi hermano y
yo, nos asentamos un tiempo en la finca de los abuelos. El camino para llegar
de la finca a la escuela del corregimiento era, en ese momento, una calzada sin
asfalto. Por ello, cuando llovía era muy difícil desplazarse de un lugar a
otro, debido a los efectos de los deslizamientos de tierra. En muchas ocasiones
los medios que nos servían de transporte se quedaban atascados entre el barro,
y lo que era un trayecto de 20-30 minutos se convertía en una odisea de 3 o 4
horas.
La finca se dividía en dos, el lugar en el que se ubicada la casa y el lugar en que se encontraba la «enramada». Para quien no sabe que es una enramada, una enramada es el medio de producción de panela de muchas familias campesinas que no se encuentran industrializadas. La enramada consiste en un motor, trapiche, gaveras (cuarto de moldeo), fondos, hornilla, pilas de bagazo, leña, batea, lava palos, y por supuesto de trabajadores. Como mi madre nació en ese ambiente ella sabía elaborar panela, y para mí, para mi hermano, primos, hacía panelitas, pequeñas panelas, con sabores especiales, y en eso constituía el placer de ir hasta aquel lugar.
Tercer quinquenio: Guitarra sin cuerdas
Una de las materias obligatorias cuando estaba en el colegio
era música. En dicha asignatura nos enseñaban a interpretar un
instrumento. El proceso inició con la flauta, durante un año entero. Luego,
pasamos a la guitarra. Para ello era indispensable contar con el instrumento. Mis
padres iniciaron un gran esfuerzo para poder comprar mi primera guitarra. Con
ella aprendí unos cuantos acordes, sin embargo, en los movimientos de mi casa
al colegio, y del colegio a la casa, aquella guitarra no logró sobrevivir, y
sufrió múltiples golpes que la dejaron inservible.
La
guitarra de la foto no fue mi primer guitarra, fue la segunda. La recibí, si no me equivoco, cuando cumplí 15
años. Estaba en un momento muy apasionado por aprender a interpretar ese
instrumento, por crear canciones, por componer música para mis adentros. No
obstante, la pasión por construir algo como una canción no siempre va de la
mano del talento ni de la constancia. Luego de haberme fracturado el brazo
izquierdo, abandoné la pasión por la guitarra, esto conllevó a quitarle las
cuerdas, los micrófonos, a no tener el cuidado necesario que se debe tener con
un instrumento de madera. Contra todo pronostico esa guitarra sigue sonando,
sus acordes siguen retumbando en mi cabeza, como si fuera el primer día.
Cuarto quinquenio: Lalu Páez
Finalizaba el año 2013, año en que terminé mis estudios de
secundaria. Conocí a Lalu por azares de la vida, por conocidos de conocidos. Me
invitó a salir como forma de festejar mi graduación y mi cumpleaños, los cuales
eran eventos simultáneos. El día en que nos vimos, yo iba con traje formal y un
mohawk que me había hecho yo mismo unos días antes de la ceremonia de
graduación para fastidiar para mis maestros. Fue un encuentro inusual, hay que
decir que yo detesto los trajes formales, pero ese día tenía un compromiso, sí,
una fiesta de 15 años. Ese día, el 7 de diciembre de 2013 compartimos unas
palabras, unos abrazos, unos alimentos, dando inicio así a una gran etapa.
Quinto Quinquenio: 1+1=3
Desde los 13 años asisto a conciertos de música underground,
tanto de bandas nacionales como internacionales. Uno de los lugares en los que
vi, para mi gusto, grandes bandas fue el Teatro Acto Latino, ubicado en la
ciudad de Bogotá en el barrio San Luis, cerca de Galerías. Allí tuve la
oportunidad de ver bandas como Rufio, Bankrrota, En mi defensa, entre otras, de
distintos géneros y de distintos sitios. Sin duda, los lugares en que se realizan
los conciertos son espacios que brindan una gran oportunidad para materializar
muchos sueños. Como el hecho de realizar colectas para la distribución de
alimentos para algunas personas que transitan un momento difícil en su vida, que,
por ello, requieren y agradecen una mano amiga que les brinde una ayuda en el
momento indicado.
Para el día 7 de diciembre del 2019 fue invitada mi banda «Propia convicción» a un concierto en aquel lugar, en el Acto Latino. Así fue, ese día tocamos algunas canciones nuevas que estábamos preparando, en el mismo sitio donde a mis 13 o 14 años estaba viendo otras bandas que me llenaban el corazón. Ese día tenía mucha emoción, poder compartir los mismos espacios donde alguna vez vi una banda que con su letra, con sus armonías me ayudaron a sobrellevar mi adolescencia, me llena de gran alegría, porque nunca he sido talentoso para la música, pero algunos acontecimientos lo llevan a uno a esos lugares donde la preocupación no estaba presente, donde solo importaba pasar un buen momento.
Epitafio: La vida es como ir en bici.
https://www.youtube.com/watch?v=tVuPSAqhYIE
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