jueves, 16 de julio de 2020

Autobiografía ficcionalizada Alejandro Gómez

Autobiografía ficcionalizada de Alejandro Gómez

                                                                          

Primer quinquenio: “I don’t grow up”


De lo que quiero hablar hoy quisiera tener recuerdos sólidos, firmes, estables. Quisiera tener su rostro tan claro en mi mente que ni con los momentos de amnesia permanente se borrara. Nací el 4 de diciembre de 1996 en la ciudad de Bogotá. Mi madre y mi padre, hijos de campesinos, por tanto, campesinos, venían de un corregimiento llamado Tobia, ubicado en el municipio de Nimaima. En el momento de mi nacimiento se encontraban viviendo en Suacha. Mis abuelos maternos vivían en una finca en aquel corregimiento. A mi abuela la conocí, y de ella guardo en mi memoria su rostro, su forma de hablar, su forma de querer a sus nietos, también recuerdo lo difícil que fue verla en una camilla conectada a múltiples aparatos que le prolongaban la vida, o que más bien le postergaban la muerte. A mí abuelo no lo conocí con plena conciencia, sin embargo, él a mí sí. Por lo que cuenta mi madre era un tipo rudo sentimentalmente, se había criado entre la hostilidad, entre la violencia de no tener alguien que le preguntara cómo se sentía. Lo que resulta totalmente significativo para mí es que cuando me conoció, según me relata mi madre, cuando yo tenía unos meses de nacido, él mostró un lado que nunca había enseñado a nadie, reflejó en sus acciones y palabras que podía amar sin temor, pocos días después murió de un fulminante paro cardíaco.

                Cuando pensaba, cuando pienso, cuando pienso en pensar en crecer, solamente puedo pensar en que, si llego a hacerlo, si logro superar los límites vedados de esta construcción que me rodean, no quiero ser lo que veo a diario en muchos lugares. Si crecer significa tener un empleo aburrido, no quiero crecer. Si crecer significa abandonar todo lo que me gusta, no quiero crecer. Si crecer significa perder mi tiempo libre, no quiero crecer. Si crecer significa no reconocerme frente al espejo, no quiero crecer. Si crecer significa olvidar todo lo que alguna vez quise, no quiero crecer. En resumen, si crecer significa ser como usted, no quiero crecer.

Segundo quinquenio: La finca de los abuelos.

La finca de mis abuelos maternos era el lugar para ir a pasar las vacaciones la mayoría de las veces. Aunque una vez fue nuestro hogar permanente. Intentando escapar de conflictos personales mi madre, mi hermano y yo, nos asentamos un tiempo en la finca de los abuelos. El camino para llegar de la finca a la escuela del corregimiento era, en ese momento, una calzada sin asfalto. Por ello, cuando llovía era muy difícil desplazarse de un lugar a otro, debido a los efectos de los deslizamientos de tierra. En muchas ocasiones los medios que nos servían de transporte se quedaban atascados entre el barro, y lo que era un trayecto de 20-30 minutos se convertía en una odisea de 3 o 4 horas.

La finca se dividía en dos, el lugar en el que se ubicada la casa y el lugar en que se encontraba la «enramada». Para quien no sabe que es una enramada, una enramada es el medio de producción de panela de muchas familias campesinas que no se encuentran industrializadas. La enramada consiste en un motor, trapiche, gaveras (cuarto de moldeo), fondos, hornilla, pilas de bagazo, leña, batea, lava palos, y por supuesto de trabajadores. Como mi madre nació en ese ambiente ella sabía elaborar panela, y para mí, para mi hermano, primos, hacía panelitas, pequeñas panelas, con sabores especiales, y en eso constituía el placer de ir hasta aquel lugar.

Tercer quinquenio: Guitarra sin cuerdas 

Una de las materias obligatorias cuando estaba en el colegio era música. En dicha asignatura nos enseñaban a interpretar un instrumento. El proceso inició con la flauta, durante un año entero. Luego, pasamos a la guitarra. Para ello era indispensable contar con el instrumento. Mis padres iniciaron un gran esfuerzo para poder comprar mi primera guitarra. Con ella aprendí unos cuantos acordes, sin embargo, en los movimientos de mi casa al colegio, y del colegio a la casa, aquella guitarra no logró sobrevivir, y sufrió múltiples golpes que la dejaron inservible.

                La guitarra de la foto no fue mi primer guitarra, fue la segunda.  La recibí, si no me equivoco, cuando cumplí 15 años. Estaba en un momento muy apasionado por aprender a interpretar ese instrumento, por crear canciones, por componer música para mis adentros. No obstante, la pasión por construir algo como una canción no siempre va de la mano del talento ni de la constancia. Luego de haberme fracturado el brazo izquierdo, abandoné la pasión por la guitarra, esto conllevó a quitarle las cuerdas, los micrófonos, a no tener el cuidado necesario que se debe tener con un instrumento de madera. Contra todo pronostico esa guitarra sigue sonando, sus acordes siguen retumbando en mi cabeza, como si fuera el primer día.  

Cuarto quinquenio: Lalu Páez

Finalizaba el año 2013, año en que terminé mis estudios de secundaria. Conocí a Lalu por azares de la vida, por conocidos de conocidos. Me invitó a salir como forma de festejar mi graduación y mi cumpleaños, los cuales eran eventos simultáneos. El día en que nos vimos, yo iba con traje formal y un mohawk que me había hecho yo mismo unos días antes de la ceremonia de graduación para fastidiar para mis maestros. Fue un encuentro inusual, hay que decir que yo detesto los trajes formales, pero ese día tenía un compromiso, sí, una fiesta de 15 años. Ese día, el 7 de diciembre de 2013 compartimos unas palabras, unos abrazos, unos alimentos, dando inicio así a una gran etapa. 

Quinto Quinquenio: 1+1=3

Desde los 13 años asisto a conciertos de música underground, tanto de bandas nacionales como internacionales. Uno de los lugares en los que vi, para mi gusto, grandes bandas fue el Teatro Acto Latino, ubicado en la ciudad de Bogotá en el barrio San Luis, cerca de Galerías. Allí tuve la oportunidad de ver bandas como Rufio, Bankrrota, En mi defensa, entre otras, de distintos géneros y de distintos sitios. Sin duda, los lugares en que se realizan los conciertos son espacios que brindan una gran oportunidad para materializar muchos sueños. Como el hecho de realizar colectas para la distribución de alimentos para algunas personas que transitan un momento difícil en su vida, que, por ello, requieren y agradecen una mano amiga que les brinde una ayuda en el momento indicado.

                Para el día 7 de diciembre del 2019 fue invitada mi banda «Propia convicción» a un concierto en aquel lugar, en el Acto Latino. Así fue, ese día tocamos algunas canciones nuevas que estábamos preparando, en el mismo sitio donde a mis 13 o 14 años estaba viendo otras bandas que me llenaban el corazón. Ese día tenía mucha emoción, poder compartir los mismos espacios donde alguna vez vi una banda que con su letra, con sus armonías me ayudaron a sobrellevar mi adolescencia, me llena de gran alegría, porque nunca he sido talentoso para la música, pero algunos acontecimientos lo llevan a uno a esos lugares donde la preocupación no estaba presente, donde solo importaba pasar un buen momento. 

Epitafio: La vida es como ir en bici. 

https://www.youtube.com/watch?v=tVuPSAqhYIE



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