Autobiografía ficcionalizada
EL ESPEJO NO ME RECONOCE
Nicolás Santiago López Cubillos
Me
quedo viéndome fijamente. Persiguiendo cada detalle de mi fisonomía, y tratando
a la vez de desprenderme de mi mismo. Mis pensamientos están clavados en este cuerpo
que he sido, en los recuerdos que mantienen consistente mi propia existencia.
Sin embargo, quiero reconocerme como otro, saber qué pensaría si pudiera verme
realmente desde fuera, como si no fuera yo quien se ve, ver mi cuerpo y
reconocerlo siendo cualquier otro que vaga por el mundo. Qué sentiría si
estuviera botado en un andén con las manos, la cara y la ropa muy sucia, con un
agudo dolor bajo las costillas, y me viera haciendo la fila para tomar el bus
que me lleva a casa. Qué pensaría de mí mismo si me viera desde ahí abajo, qué
lograría descifrar de mi propio ser si logrará verme como si fuera otro,
sabiendo lo que he vivido, sufrido o disfrutado, cometiendo errores, pero
siendo otro. Divago cuando me pierdo reconociéndome y siempre quedo
insatisfecho, cuando agudizo mi concentración en una experiencia significativa
descubro que habría actuado diferente en los momentos de mi vida que he dejado
pasar sin que las huellas de mis pasos sean tan firmes como lo creía antes de
pisar. Últimamente me he buscado en la memoria cada vez que, imperturbable, me
quedo viéndome, habito recuerdos y comportamientos transformados que ahora no
aparecen en mí de una forma tan espontanea o impulsiva como antes. He
descubierto muy lentamente que el carácter se puede moldear pero que resulta
doloroso hacerlo porque nos enfrenta con lo que somos. Las personas solemos ir
por ahí y al encontrar a alguien que padece angustia o pena soltamos el consejo
mas impersonal para liberarnos de la presión que produce imaginarnos materialmente
en la vida de otro y efectivamente… no sabríamos como actuar y pensaríamos
mucho más antes de soltar la lengua para soslayar el sufrimiento ajeno. Este
maldito encierro, que burlo frecuentemente, tiene algo que me ha resultado doloroso
y agradable a la vez. Es doloroso no poder ver el gesto completo de un rostro
desconocido, se pierde ese juego que se crea entre un comentario gracioso y la
sonrisa que aparece completando una sutil comunión, ya no se puede ver la
reacción humana al discutir, reír, abrazar o besar. El mágico órgano del habla
ha sido confinado al círculo de lo íntimo. Persisten, sin embargo, en el
espectro de lo público las miradas. Debo confesar que ir caminando por la
ciudad y fijarse en las miradas resulta fascinante y espeluznante a la vez. Es
profundamente divertido imaginar lo que hay bajo los tapabocas, como
desentrañar un misterio, tratar de completar un rostro que esta dibujado hasta
la mitad. Aun podemos vernos las miradas, cuanta tristeza y amargura se descubre
en los ojos. Los ojos que aparecen descubiertos y exponen su agotamiento, su
delirio, su dolor, su angustia. He decidido hundirme en mis ojos, en mi rostro,
mi gesto completo tal vez me deje verme desnudo, recordarme en panorámico.
Veía mis ojos como si no estuviera
viendo la misma persona que soy ahora, en el espejo. Parpadeé y luego me
encontré con los ojos de un niño, eran unos ojos oscuros, por no decir que eran
completamente negros, no se distinguía la pupila del iris. Los vi a través de
unas ventanitas que me resultaron familiares, eran los ojos de un niño que en
adelante usaría gafas para ver el mundo, ahora se que eso no ayudo a verlo mejor,
no fue suficiente para percibirlo más claro. En esa mirada, a través del cristal,
llegaron los recuerdos de las triquiñuelas y travesuras que este pequeño
terremoto solía cometer. Tiene un cuerpecito que parece un parlante, se conecta
con los sonidos de la música a su alrededor, además es extrovertido y muy
inquieto. De fondo se escucha Sonido Bestial de Richie Ray y Bobby Cruz,
estaba en un club vacacional, de esos que hay en Mesitas del colegio, con la
familia, creo que se llamaba “La pera”. En el restaurante-bar del club a golpe
de timbal, piano y trompeta el pequeño Nicolas se mueve impulsivamente, su
sangre parece bombear como si fuera otro cuero de Sonido Bestial. Empieza
a agitar los pies, la cintura y los hombros, el niño de 5 años estaba poseído
por ese ritmo y sin importar quien estaba alrededor se dirigió al centro de la
pista a sacudir los huesos cuando se dio cuenta estaba rodeado de gente que gozaba
el tema junto a él. No recuerdo que canciones sonaron después, tal vez seguiría
Rumbón Melón, fuego a la Jicotea o Inferibious, pero en adelante,
salsa brava que le suene la patea poseído por Changó, Elegguá y Yemayá. Ese niño tenía en el equipo de la sala un
cassete que no sabe a quien pertenecía, tal vez era de un tío o algún primo y
quedo abandonado entre los cassetes familiares. Era una compilación de champeta
vieja, al estilo del Gato Volador, Nicolas ponía ese cassete por las
tardes cuando se aburria de molestar a su hermanito y se ponía a bailar como si
estuviera en Cartagena con el picó estallando a todo volumen.
Otro parpadeo, aparecen unos ojos que
ya no eran tan oscuros, todavía con anteojos. Una mirada más picara, lo que
hacía ya no eran solo travesuras. Las acciones de ese niño se volvían un poco
mas medidas, las palabras que decía las pensaba un poco más, su comportamiento
ya era juzgable como bueno o malo. La inocencia ya no sería excusa. Así empezó
a notarlo en el colegio, un niño muy inteligente, decían, pero muy indisciplinado,
demasiado inquieto, un líder negativo. Parecía un problema ser muy enérgico,
por es preferible no hablar mucho del colegió, toda su etapa se podría resumir
de la misma forma: destaco por ser excelente académicamente pero también por una
lista larga de problemas de convivencia y disciplina, un líder negativo,
decían, ese muchachito siempre tuvo problemas con las reglas. Con eso me basta
para hablar del colegio. Entre los seis y los diez años la cuadra, para Nicolás,
fue un mundo por explorar y disfrutar cada tarde, corriendo o en bicicleta esa
calle era el mejor parque de diversiones para ese que fui y para tantos niños y
niñas que crecieron botando con una pelota torrecitas de tapas de cerveza
amontonadas cuidadosamente y huyendo a una base segura, bateando una pelota con
una tabla de guacal, pateando un tarro lleno de agua, ponchado con una pelota que
dejaba moretones, jugando banquitas, dándole juete a los que no encontraban la
correa escondida, o agarrando a pata en gavilla al que se dejara hacer una
cuquita. El taller de zapatería del abuelo materno también fue un lugar
importante, no quedaba tan lejos así que desde los diez años ya era hora de que
colaborara llevándole el almuerzo que hacía mamá para él. Desde esa edad empezó
a andar en bicicleta por el barrio, las cicatrices en su cuerpo y las veces que
estuvo cerca de un accidente grave son muchas, porque además desde que aprendió
a andar en bicicleta fue acelerado y atravesado. Su mamá, su papá y sus abuelos
le insistían que usará casco. Pero no era un casco bonito, de hecho, creía que
se veía ridículo con la totuma y no lo consideraba necesario. Además, por el
camino había chicas que le parecían atractivas y al parecer estaba convencido
de que era mejor muerto que sencillo. En el taller de Zapatería del abuelo Leo
aprendió lo necesario para arreglar zapatos, los materiales y procesos
necesarios para hacer zapatos de la forma mas tradicional, chocaba
constantemente con su abuelo y discutían porque sus personalidades, aunque
ninguno parecía notarlo, eran muy parecidas. Ese lugar olía fuerte, por los
químicos y pegantes. Estaba constantemente dispuesto a hacerle favores en la
bicicleta, que requerían largos tramos de desplazamiento a Leito, que ya era de
la tercera edad. Toda persona que se cruzaba por la calle lo saludaba, conocía
mucha gente a los alrededores del taller, le resaltaban lo bien conservado que
estaba. Y sí, el abuelo Leo, con su remontadora de toda la vida, mostraba a
diario su fuerza para trabajar, y sobrevivir. De él aprendió muchas cosas, como
el trabajo del taller y de la casa, y a disfrutar el buen bolero y el tango. Bosa
y Suacha vieron crecer a Nicolás, entre calles destapadas, plazas de mercado y
zapaterías, pasó de de la infancia a la adolescencia entre esquinas, y fue
cambiando en pequeños pero importantes detalles, como el barrio.
Parpadeo de nuevo, mi mirada vuelve a cambiar. No solo la forma de los ojos se ve diferente, ha cambiado la mirada que ese adolescente tiene del mundo. Por alguna razón se va haciendo más pesado existir, aunque está en la edad del goce y gozo cuanto mas pudo. Veo ese joven en el espejo con varios objetos a su alrededor cada uno de ellos forjo su identidad, sus gustos, posturas y creencias. En una mano lleva un esfero, esas cosas que empezaban a rondar su mente y no entendía muy bien fueron consignadas en papeles, que iría desechando, regalando o guardando, dependiendo de lo escrito. Ese joven disfruta sus intentos de poéticos o literarios y sus elaboraciones escritas para el colegio. Quienes le leían lo disfrutaban y así aprendió a usar palabras con su propio estilo, la palabra se volvió una cualidad en este joven que se enfrenta discursivamente con los profesores, con sus padres y con toda imposición de autoridad moral. En su otra mano tiene un papel y pinceles, el papel fue el aliado del esféro en notas que le entregaba a las muchachitas que le quitaban el sueño. Pero no solo uso el papel para escribir, gozaba dibujando y pintando, mas adelante cambiaría el papel por madera y lienzos, no lo hacía nada mal, sus trazos y pinceladas tenían resultados loables, pero le hizo falta disciplina y dedicación en las artes plásticas. En una mesa que esta detrás de él se pueden observar unos libritos que le han regalado. A su mama y papá les disgustaba que leyera lo que leía, consideraban que su forma de ser fusionada con el contenido de esos libros lo volverían un guerrillero. Ese muchachito empezaba a formar la causa de su rebeldía y su mirada cambio como nunca cuando sus ojos se abrieron a cosas que antes no veía. Cosas que no aparecen tan evidentes en el mundo, le dolió desde pequeño la miseria y el dolor que se veía en las calles de su barrio, pero ahora todo eso adquiría formas más definidas en su comprensión, sus sentimientos hacia la sociedad empezaban a conocer la rabia y el deseo de justicia. Bateman Cayón y Castro Caicedo fueron buenos profesores, ellos entre hojas de libros que olían a humedad y polvo le enseñaron lo que puede la conciencia y convicción de un mundo mejor, porque el que conocemos a soportado siglos de vulneración, pobreza e ignorancia. Ese joven se la pasa pensando en señoritas, ping pong, video juegos (sobre todo el Nintendo 64 en el que juega con su primo y su hermano los fines de semana), farra, responsabilidades escolares y revolución. Empezó a preguntarse por asuntos de política y filosofía, ya nada en su vida sería como antes, cambio lo que deseaba hacer por él y el mundo, seguía usando gafas, pero ahora los lentes eran de otro color y quería seguir leyendo la realidad con ese tono doloroso pero realista que le permitía despojarse de creencias con falsos fundamentos y aferrarse a sus convicciones. Nicolás siempre fue impulsivo, con una actitud irreverente y agresiva. Ahora se volvía un poco mas violento y “el observador” fue testigo de eso, sobre todo en noveno y décimo. Entre tanto, en once fue elegido personero del colegio, había profesores que estaban en contra de su posición como personero, otros no, le apoyaban y le estimaban muchísimo. Logró desempeñar ese cargo acorde a lo que creía y al margen de lo que las directivas del colegio le permitieron hacer sin ejercer presión de algún tipo. Allí se dio cuenta que sus intuiciones revolucionarias no serían satisfechas en un cargo de público de tipo administrativo, pensaba en lo que venía y se convencía de que no quería ser un candidato erudito, caudillista o populista al servicio de algún partido. No sabía cual era la forma o el camino, pero sabía cual era el que no quería y se hallaba enamorado, a escondidas, de la filosofía.
Cuarto parpadeo, veo en el espejo unos ojos abiertos, atentos, como los del niño de cinco años, pero son los del joven Nicolás que ahora vivía sin el refugio diario del colegio, pero que había adquirido mañas y comportamientos remarcados, sus ojos parecen los de alguien que está decidido, pero teme lo desconocido y por eso presta tanta atención, se mueve con sigilo, no quiere perder detalle. Estuvo un año rodando por ahí, conoció universidades privadas que le daban la oportunidad de estudiar derecho, pero le hastió un ambiente que le parecía ajeno, de casualidad escucho comentarios, en pasillos y cafeterías, de abogados en formación que sin saberlo le dijeron por qué no ser abogado. Conoció personas que fracturaban las concepciones tradicionales que tenía, por estereotipos arraigados en su adolescencia escolar, le dio la oportunidad de abrirse a su mente curiosa y se encontró con un deseo tan intenso de saber que no entendía exactamente hacía donde moverse. Con 18 años vividos conoció La Universidad Pedagógica Nacional y muchas personas hermosas que a diario pensaban un mundo mejor, se enamoró. Sí, el joven imprudente e incauto que no estaba seguro del camino para hacer la revolución escogió ser profesor de filosofía y en ese camino le han acompañado amigas y amigos que le han permitido pequeñas valiosas transformaciones, le han hecho una mejor persona. La gente que ha conocido en este pequeño refugio de la dignidad le han enseñado el verdadero valor de la educación, la solidaridad y el amor. En la universidad Nicolás ha vivido mucho mas que las clases, y todo eso le ha forjado mas que cualquier otra cosa en la vida. Ante el dolor de su pueblo y las injusticias se sentía dispuesto a dar la vida misma, pero ¿de qué formas? Eso andaba pregúntense el adulto novato, mientras lo experimentaba, conoció a Daniela. Mucho le ha escrito el a ella, mucho le han escrito a ella otras personas, suelen usar seudónimos para referirse a su complejidad… y a su sencillez, Nicolás desde la primera vez que le escribió lo hizo por su nombre, su totalidad merecía, también, su primer nombre propio. Cautivado completamente desde la primera vez que le vio, se sintió abstraído en su presencia desde que la vio entrar a una sala de clases, cayo enamorado pronto la escucho hablar. Antes que el sonido de las palabras, a Nicolás llego la fuerza que emanaba aquella poderosa mujer. Se hizo su gran amiga que le interpelaba constantemente, muy frecuentemente discuten arraigados con fervor a lo que creen y eso les estimula. Pasaron dos años en los que Daniela, retaba y conflictuaba constantemente a Nicolás para que cambiará comportamientos machistas que reproducía, a veces inconscientemente, en sus formas de relacionarse con el mundo. Los comportamientos violentos que él había conservado desde el colegio fueron despareciendo, y esas acciones violentas se restringieron en su vida para los asuntos de la vida que realmente lo justifican. Daniela le dio la mano a este hombre para dar saltos en la vida que requerían crecer como humano para lograrlo, desprenderse de cargar y asumir el mundo que le rodea.
Ultimo parpadeo, me veo y ya no puedo
perseguir mas mi reflejo. Mi abuelo Leo ya no está vivo, murió el año pasado y
ahí estuvo Dani apoyándome, tuve la universidad para refugiarme, pude bailar en
su momento y lloré cuando sentí su ausencia. Fue triste reconocer muchas cosas
solo hasta que lo vi agonizando en una cama o días después de haberlo enterrado
escuchando tangos y boleros por ahí. Descubrí solo y en silencio que su afán y
su rigidez tenían motivos admirables, que tenía 89 pero se sentía mas vivo que
yo. La vida me mostró que después de todo hay que trabajar a diario por lo que
uno quiere o necesita así este cansado y eso lo aprendí de la muerte de mi
abuelo, que hasta su ultimo día fuera del hospital abrió el taller para hacerse
su papita. Ahora, en cuarentena y arrinconados contra la necesidad, mi papa se
quedo sin trabajo y era el sustento suyo de mi mama y mi hermano, porque yo
dejé de ser una responsabilidad económica para ellos hace dos años, desde que
me independicé. Al asumir la existencia propia se sienten más agudas otras
cosas que antes pasaba por alto, el afán y la necesidad se sienten más vivos,
mas punzantes. Me veo en mi reflejo y veo todas las personas que han atravesado
y transformado mi vida, el espejo no me reconoce, yo me reconozco en ese otro
que veo en el espejo.
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