domingo, 19 de julio de 2020

Autobiografía ficcionalizada del viejo Alex

Por: Dario Alexander Mojica Rodriguez


El Arriero - Octavio Mesa

Primer quinquenio: La mula Hijueputa – Octavio Mesa

https://www.youtube.com/watch?v=F2wtygPjv6Y

Los primeros cinco años de mi vida están escritos en una delgada capa de arena, a medida que va pasando mi tiempo se va borrando un poco de ese rastro y se me hace más difícil recordar episodios completos de sucesos amargos y dulces que me hicieron disfrutar esa etapa, tan solo hay recuerdos fragmentados que intento unir a punta de fotografías, visitas a esos lugares y con la poca gente que aún queda viva. Soy de la capital, sin embargo, mi madre se estaba instalando como una joven que quería independizarse en la ciudad, mientras que mi padre se encontraba en las últimas, una opción temporal fue que yo me quedara desde muy pequeño con mis abuelos y demás familiares en el pueblo, allí duré los cuatro primeros años y fue en ese periodo que mi joven padre falleció por motivos que aún desconozco.

Mi abuelo materno fue la primera figura paterna que tuve, él me enseñó durante gran parte de mi infancia y adolescencia los primeros caracteres que debía adoptar para comportarme con la gente, para ser decente. Él y mi abuela son dos figuras totalmente distintas, los dos son muy fuertes y mantiene una actitud muy enérgica en la cotidianidad, mientras que mi abuela es tranquila y serena en la mayor parte del tiempo, el viejo es más intempestivo, irreverente, grosero, parrandero, más pícaro. El hombre es un excelente guitarrista, antes que yo aprendiera a pronunciar bien, me enseño a cantar las primeras rancheras y carrileras, eso sí, el hombre nunca ha tenido buena voz, pero en las fiestas de las casas vecinas, en las veredas, y en la misma plaza, ese viejo si que sabía como hacer mover a la gente para bailar y hacerla reír con cuentería llena de humor verde. Mientras que yo me quedaba en la casa haciéndole diabluras a mi abuela, sonaba durante todo el día una radiola que iba sonando música provinciana y de moda en el momento, esa misma música si que me difícil de olvida, me ganaba tremendos calvazos por parte de mis tías y mis primos por no hablar bien, pero así mismo yo también hacía reír con las inconexas palabrotas que me salían del mascadero.

Cuando mi abuelo cantaba el arriero, todo el mundo armaba tremendo jolgorio “y eso que mi abuelo presumía de ser un impecable seguidor del evangelio en su bohemia juventud”, entre semana los integrantes de la casa cumplían con sus cotidianidades, el pueblo es de tierra caliente, el calor era bravo, pero uno ya con tomarse algo frio y no darle tanto la cara al sol no había problema. Yo crecí jugando con los bichos del campo, a los porrazos, ya cuando me daba mis costalazos lloraba pasito porque sino más encima me daban, y si repetía las groserías pues la cosa era más complicada. Se sabe muy bien que una de mis primeras palabras fue un hijueputazo a eso de tres años de edad y fue en un partido de Colombia, al escuchar los madrazos a grito herido que la gente expulsaba entre cervezas y olor a pólvora. Mi abuela preocupada porque mi mamá me escuchara decir: “aahputa”, mientras que mi abuelo más me alentaba a cantar el arriero con su guitarra en mano.

Segundo quinquenio: Chaparral Tolima – el tambor



 Para cualquier turista le es fácil llegar al charco del Tuluní, darse un baño y pasarlo de largo sin darse cuenta que el lugar le ha quitado un poco de su energía para alimentarse, para los locales es bien sabido que este lugar es una fuente espiritual a la que hay que estar preparado, de hecho, es un lugar que no se ha aprendido a leer bien, se quiere generalizar como si fuera parte compartida del colectivo social, para los más viejos es ancestral, para los más jóvenes es un sitio turístico ideal para los amantes del riesgo y de los paisajes exóticos; para mi es un lugar que se llevó miedos, alegrías y criaturas que eran amigas mías. Popularmente se le llamaba “el tambor” (nunca entendí porque le decían así).  

Ya mi vida se consagraba en la ciudad de Bogotá al lado de muchos familiares que tenían insertados en sus mentes los chips de progreso y trabajo suave. Crecer en un sector duro de la ciudad implica que se haga rápido, andar avispado para que la comunidad no nos excluya de su habitualidad, vivir de las expectativas de un lugar mejor que sólo hallaremos en el mañana, escuchar música de gomelos y ñeros o preferir lo popular y ya decir lo popular implica tener un amplio conocimiento de las localidades rurales y lejanas del territorio nacional.

Después de un estresante año no había nada mejor que planificar un viaje familiar, primero a las veredas de Coyaima, allí encontramos las primeras paradojas corporales, el calor obliga a andar casi en bola casi todo el día, pero si se es de sangre dulce aténgase a que los sancudos le hagan la vida de cuadritos, no había televisor allá y cuando la mente de un niño se acostumbra ya a llegar de la escuela para ver la tele, casi que tocaba desconectarlo a las malas así que los primeros cambios no eran tan simpáticos, sin embargo, hablar y jugar en los calientes picos de los riscos y joderle la vida a los marranos, no faltaba el písco que se enamoraba de uno y salía a correr detrás de uno, a mí me pasó con una gallina que después pelaron para un sancocho de bienvenida, no hay nada más traumático que ver a un niño citadino hacerse amigo de un animal de campo para que después tenga que ayudar a matarlo.

Después de ir al pueblo la cúspide del viaje era ir al charco, la primera vez que me asomé al charco desde una peña, mi tío me empujó con fuerza para no pegarme contra las piedras, sea como sea aprendía a nadar, que para mí era no dejarme ahogar y el charco se llevó mi miedo para regalarme una pasión; ya no quería salir de agua, en ese tiempo aún había mucho animal entre esas aguas y yo los cogía sin miedo, ya debajo del agua nadie me podía regañar. Ese lugar es peligroso porque se requiere saber leerlo, en donde están las aguas quietas no se debe nadar porque hay remolinos, en la peña hay que saber tirarse para no totearse contra una piedra, saber que peces se pueden coger y cuales no, y toda esa mezcla de adrenalina con el misticismo del lugar fue el lugar ideal para mis citas a escondidas con la niña que después se convertiría en mi primer beso y el charco del tambor sería testigo de ello.

Tercer quinquenio: Álbum de chocolatina jet versión 1987  

Siento mucho orgullo y nostalgia al abrir mi viejo álbum de chocolatina jet. La sensación es difícil de describir, es muy compleja, es un álbum de experiencias porque cada caramelo tiene su historia, recuerdo con cariño el caramelo del monstruo de gila, porque lo intercambié por unos tazos de pokemón que ya tenía repetidos, recuerdo el caramelo de la mantis religiosa porque me salió una vez que me gasté las vueltas del mandado, como me dolió ese caramelo. En aquel tiempo tener lleno, o casi lleno, el álbum de chocolatina jet era un orgullo, era lo máximo para grandes y pequeños, ya había muchas nuevas versiones, pero tener el clásico álbum era de respetar, generaba envidias y celos, posiblemente sea la colección más popular y grande a nivel nacional, es algo que hoy tiene un valor económico y sentimental muy alto.

Comerse una chocolatina de esas era casi tan placentero como ver que salía un caramelo que no se tenía, o aún mejor, que era de esos raros que casi nadie tenía. Es uno de mis objetos más apreciados me hace recordar episodios muy valiosos de mi adolescencia, me hizo aprender a valorar a las cosas al igual que se puede llegar a apreciar un fenómeno desconocido de la naturaleza, aún en mi adolescencia quería ser biólogo, zoólogo, un explorador del mundo gracias a los gráficos de cada caramelo.

En la fotografía se pueden apreciar las páginas que más me generaron conflictos, los primeros encontrones con las concepciones familiares se dieron gracias a que a mi familia adventista no le gustaba la idea de la teoría evolutiva. Una vez mi señora madre casi me rompe mi álbum gracias a que en una visita de los hermanos de la iglesia a mi casa les quise preguntar si la evolución había sido antes o después de Adán y Eva.

Cuarto quinquenio: El Sensei Alpala

Una de las personas más significativas ha sido mi Sensei, el legendario Iván Alpala.

Era uno de esos episodios oscuros de mi vida en donde la boca me sabía a vino tinto y cerveza, mi cabeza estaba llena de recuerdos e imágenes de una mujer entre mezclados con los sueños conjuntos de una familia que no pudieron ser, eran días en los que exponía mis ojeras sin vergüenza, ojos llorosos y un rostro pálido de un joven despechado que se sentía rendido ante las circunstancias. Mi juventud fue muy fuerte, hice muchas cosas estúpidas, no había parámetro que me hiciera definir lo bueno de lo malo, solo lo conveniente de lo no aprovechable, lo oportuno de lo desastroso, moverse por aquí y por allá, me llevó a no seguir el curso militar de mi familia, por ello me fui de casa para trabajar en donde saliera algo, y es que lo bueno de no poseer alguna pertenencia material es que lo único que duele es despegarse de los seres queridos sabiendo que no se deja rastro. En aquel momento estaba trabajando de noche en una fábrica, recién me estaba pagando mis estudios de diseño gráfico y el hospedaje era algo que había que pensar todos los días, eran épocas nuevas, de incertidumbre y zozobra.

Pasaron varios meses y en aquel tiempo el servicio militar era obligado, sumado a eso era perseguido constantemente gracias a mi estado de remiso ante el ejercito y mi posición subversiva frente a las expectativas de mis tíos y primos militares; lo bueno de correr con tenis en la ciudad es que se le puede vencer al físico de los soldados con sus pesadas botas y llegar al trabajo en la fábrica dispuesto a pasar otro día repetitivo y productivo, no había tiempo para discutir de la vida con los demás compañeros de trabajo y más cuando se es un desconocido, cada preocupación cada recuerdo, cada pensamiento de placer y cada canción sólo podía ser escuchada en la mente, en silencio. En un comienzo mi Sensei fue mi tutor de trabajo, me enseñó a soldar y varias técnicas de trabajo que hoy sólo pueden ser producidas por maquinas, tiempo después y sin que lo llegara a sospechar fue él quien me enseñara más sobre existencialismo que cualquier otro libro. Me dijo que si iba a hacer mis cosas no debía platicarlas con nadie hasta que ya estuvieran materializadas, que la vida en este mundo requiere ambición, fuerza y pasión en el carácter, pero el cuerpo debe ser paciente, callar, aguantar esas mismas fuerzas para no desbordarlas en intentos de fracaso.

A punta de experiencias pasadas, consejos, recomendaciones, estafas y apuestas, el hombre me enseñó, que no debía fijarme en una sola experiencia por más grande y espectacular que esta fuera ya que eso es sinónimo de egoísmo, tampoco debía negar la naturaleza humana del hastío, del que se cansa de lo mismo y del mismo, que la juventud se desvanece si así lo permitimos y si así mismo nos descuidamos. Aprendí a jugar y a hacer trampa, aprendí mañas para no quedar satisfecho con lo poco que se me presentaba, aprendí que cada día es el último y sin retorno, por lo tanto, no habría oportunidad de revivir lo pasado y que, aunque si fuera posible viajar al futuro, el pasado debía ser perfeccionado por el ahora y el primer paso es ser cambiante, permanecer en movimiento. Intento guardar celosamente en mi memoria cada episodio en el que practicaba los consejos del Sensei Alpala, y me aguantaba sus llamados de atención, cuando me decía: “¡Sansón, no sea pendejo Sansón! Si usted no sale a la pista nadie lo va a notar metido entre toda la guacherna. ¡No sea marica Sansón!”

Quinto quinquenio: Mi bohemia

 Ya era tiempo de despabilar, de dejar de confiar en la seguridad social y de actuar como un duende que vive perpetuamente guardando monedas. Muchas veces vi de cerca a mi parca y cada vez más me convencía de mi finitud en este plano, ya no había tiempo para lamentarse por los errores, sino que muy al contrario debía agradecerme esos golpes para no volver a merecerlos, que ahorrar dinero es castrar las fuerzas del ahora para enriquecer a los intereses ajenos a mis esfuerzos. Le llamé a ese tiempo “el renacimiento”.

Pude terminar mis estudios satisfactoriamente, dejar muchas puertas abiertas con personas y en muchos lugares prometedores de eso que llaman estabilidad y tranquilidad, los vacíos se estaban llenando a medida que iba viajando y comprando mis comodidades como si cada recompensa tributaria fuera un merito por mis deseos de tener material en la vida. El termino “bohemio” ya es muy inusual en este tiempo, de hecho, en su tiempo se llegaba a confundir entre los melancólicos despechados que vivían en las cantinas malgastando monedas en las vitrolas con sus guitarras viejas, y los viejos verdes mujeriegos que llegaban a golpear a sus esposas después de una borrachera. Mis amistades me dejaban de llamar por mi nombre de pila para entrar en confianza y llamarme con el diminutivo de “Alex”, yo les decía que no olvidaban el complemento de “el bohemio”, de ese modo quise re-significar el concepto más sonado en la música popular para mí.

Derrochar irracionalmente no funciona tan placenteramente como cuando se es consciente de la garantía de extensión de ese momento de furor, y es que si algo había aprendido muy bien era a no malgastar mis boletos a la entrada del goce pasajero, cuando se camina solo en las noches entre pueblos desconocidos, antros, personas sigilosas y amenazas de muerte hasta en las copas el único sistema de defensa es el engaño, así como entre los amigos sinceros la única garantía es la palabra. Hablar de mi bohemia me trae sabores deliciosos de besos y cuerpos que no deseo olvidar, canciones que encienden el pecho con un fuego intenso y que hace temblar cada musculo de mi cuerpo, promesas efímeras que hice con tal de salir bien librado y con la mejor ganancia de la experiencia, bailes, gestos, lugares de los que me siento orgulloso de ser ahora. La bohemia es el transito de un golpe inesperado al madrazo por reacción inmediata, no es inconsciente, se puede planificar, incluso se puede premeditar un poco el trayecto del momento en cuanto se sabe que es breve y pasajero, escurridizo como la más antipática persona que se aprovecha del prójimo que la anhela.

Sexto quinquenio: Epitafio del viejo Alex

https://www.youtube.com/watch?v=vymcJtIJwg0

Epitafio del viejo Alex ome


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