Por: Dario Alexander Mojica Rodriguez
Primer quinquenio: La mula Hijueputa – Octavio Mesa
https://www.youtube.com/watch?v=F2wtygPjv6Y
Los primeros cinco años de mi vida están escritos en una
delgada capa de arena, a medida que va pasando mi tiempo se va borrando un poco
de ese rastro y se me hace más difícil recordar episodios completos de sucesos
amargos y dulces que me hicieron disfrutar esa etapa, tan solo hay recuerdos
fragmentados que intento unir a punta de fotografías, visitas a esos lugares y
con la poca gente que aún queda viva. Soy de la capital, sin embargo, mi madre
se estaba instalando como una joven que quería independizarse en la ciudad, mientras
que mi padre se encontraba en las últimas, una opción temporal fue que yo me
quedara desde muy pequeño con mis abuelos y demás familiares en el pueblo, allí
duré los cuatro primeros años y fue en ese periodo que mi joven padre falleció
por motivos que aún desconozco.
Mi abuelo materno fue la primera figura paterna que tuve, él
me enseñó durante gran parte de mi infancia y adolescencia los primeros caracteres
que debía adoptar para comportarme con la gente, para ser decente. Él y mi
abuela son dos figuras totalmente distintas, los dos son muy fuertes y mantiene
una actitud muy enérgica en la cotidianidad, mientras que mi abuela es
tranquila y serena en la mayor parte del tiempo, el viejo es más intempestivo,
irreverente, grosero, parrandero, más pícaro. El hombre es un excelente
guitarrista, antes que yo aprendiera a pronunciar bien, me enseño a cantar las
primeras rancheras y carrileras, eso sí, el hombre nunca ha tenido buena voz,
pero en las fiestas de las casas vecinas, en las veredas, y en la misma plaza,
ese viejo si que sabía como hacer mover a la gente para bailar y hacerla reír
con cuentería llena de humor verde. Mientras que yo me quedaba en la casa haciéndole
diabluras a mi abuela, sonaba durante todo el día una radiola que iba sonando música
provinciana y de moda en el momento, esa misma música si que me difícil de
olvida, me ganaba tremendos calvazos por parte de mis tías y mis primos por no
hablar bien, pero así mismo yo también hacía reír con las inconexas palabrotas
que me salían del mascadero.
Cuando mi abuelo cantaba el arriero, todo el mundo armaba
tremendo jolgorio “y eso que mi abuelo presumía de ser un impecable seguidor
del evangelio en su bohemia juventud”, entre semana los integrantes de la casa cumplían
con sus cotidianidades, el pueblo es de tierra caliente, el calor era bravo,
pero uno ya con tomarse algo frio y no darle tanto la cara al sol no había problema.
Yo crecí jugando con los bichos del campo, a los porrazos, ya cuando me daba
mis costalazos lloraba pasito porque sino más encima me daban, y si repetía las
groserías pues la cosa era más complicada. Se sabe muy bien que una de mis
primeras palabras fue un hijueputazo a eso de tres años de edad y fue en un
partido de Colombia, al escuchar los madrazos a grito herido que la gente expulsaba
entre cervezas y olor a pólvora. Mi abuela preocupada porque mi mamá me
escuchara decir: “aahputa”, mientras que mi abuelo más me alentaba a cantar el
arriero con su guitarra en mano.
Segundo quinquenio: Chaparral Tolima – el tambor
Ya mi vida se consagraba en la ciudad de Bogotá al lado de
muchos familiares que tenían insertados en sus mentes los chips de progreso y
trabajo suave. Crecer en un sector duro de la ciudad implica que se haga rápido,
andar avispado para que la comunidad no nos excluya de su habitualidad, vivir
de las expectativas de un lugar mejor que sólo hallaremos en el mañana,
escuchar música de gomelos y ñeros o preferir lo popular y ya decir lo popular
implica tener un amplio conocimiento de las localidades rurales y lejanas del
territorio nacional.
Después de un estresante año no había nada mejor que
planificar un viaje familiar, primero a las veredas de Coyaima, allí encontramos
las primeras paradojas corporales, el calor obliga a andar casi en bola casi
todo el día, pero si se es de sangre dulce aténgase a que los sancudos le hagan
la vida de cuadritos, no había televisor allá y cuando la mente de un niño se
acostumbra ya a llegar de la escuela para ver la tele, casi que tocaba desconectarlo
a las malas así que los primeros cambios no eran tan simpáticos, sin embargo,
hablar y jugar en los calientes picos de los riscos y joderle la vida a los
marranos, no faltaba el písco que se enamoraba de uno y salía a correr detrás
de uno, a mí me pasó con una gallina que después pelaron para un sancocho de
bienvenida, no hay nada más traumático que ver a un niño citadino hacerse amigo
de un animal de campo para que después tenga que ayudar a matarlo.
Después de ir al pueblo la cúspide del viaje era ir al
charco, la primera vez que me asomé al charco desde una peña, mi tío me empujó
con fuerza para no pegarme contra las piedras, sea como sea aprendía a nadar,
que para mí era no dejarme ahogar y el charco se llevó mi miedo para regalarme
una pasión; ya no quería salir de agua, en ese tiempo aún había mucho animal
entre esas aguas y yo los cogía sin miedo, ya debajo del agua nadie me podía
regañar. Ese lugar es peligroso porque se requiere saber leerlo, en donde están
las aguas quietas no se debe nadar porque hay remolinos, en la peña hay que
saber tirarse para no totearse contra una piedra, saber que peces se pueden
coger y cuales no, y toda esa mezcla de adrenalina con el misticismo del lugar
fue el lugar ideal para mis citas a escondidas con la niña que después se
convertiría en mi primer beso y el charco del tambor sería testigo de ello.
Tercer quinquenio: Álbum de chocolatina jet versión 1987
Siento mucho orgullo y nostalgia al abrir mi viejo álbum de
chocolatina jet. La sensación es difícil de describir, es muy compleja, es un
álbum de experiencias porque cada caramelo tiene su historia, recuerdo con cariño
el caramelo del monstruo de gila, porque lo intercambié por unos tazos de pokemón
que ya tenía repetidos, recuerdo el caramelo de la mantis religiosa porque me
salió una vez que me gasté las vueltas del mandado, como me dolió ese caramelo.
En aquel tiempo tener lleno, o casi lleno, el álbum de chocolatina jet era un
orgullo, era lo máximo para grandes y pequeños, ya había muchas nuevas
versiones, pero tener el clásico álbum era de respetar, generaba envidias y
celos, posiblemente sea la colección más popular y grande a nivel nacional, es
algo que hoy tiene un valor económico y sentimental muy alto.
Comerse una chocolatina de esas era casi tan placentero como
ver que salía un caramelo que no se tenía, o aún mejor, que era de esos raros
que casi nadie tenía. Es uno de mis objetos más apreciados me hace recordar
episodios muy valiosos de mi adolescencia, me hizo aprender a valorar a las
cosas al igual que se puede llegar a apreciar un fenómeno desconocido de la naturaleza,
aún en mi adolescencia quería ser biólogo, zoólogo, un explorador del mundo
gracias a los gráficos de cada caramelo.
En la fotografía se pueden apreciar las páginas que más me
generaron conflictos, los primeros encontrones con las concepciones familiares
se dieron gracias a que a mi familia adventista no le gustaba la idea de la teoría
evolutiva. Una vez mi señora madre casi me rompe mi álbum gracias a que en una
visita de los hermanos de la iglesia a mi casa les quise preguntar si la
evolución había sido antes o después de Adán y Eva.
Cuarto quinquenio: El Sensei Alpala
Una de las personas más significativas ha sido mi Sensei, el
legendario Iván Alpala.
Era uno de esos episodios oscuros de mi vida en donde la
boca me sabía a vino tinto y cerveza, mi cabeza estaba llena de recuerdos e imágenes
de una mujer entre mezclados con los sueños conjuntos de una familia que no
pudieron ser, eran días en los que exponía mis ojeras sin vergüenza, ojos llorosos
y un rostro pálido de un joven despechado que se sentía rendido ante las
circunstancias. Mi juventud fue muy fuerte, hice muchas cosas estúpidas, no
había parámetro que me hiciera definir lo bueno de lo malo, solo lo conveniente
de lo no aprovechable, lo oportuno de lo desastroso, moverse por aquí y por allá,
me llevó a no seguir el curso militar de mi familia, por ello me fui de casa
para trabajar en donde saliera algo, y es que lo bueno de no poseer alguna pertenencia
material es que lo único que duele es despegarse de los seres queridos sabiendo
que no se deja rastro. En aquel momento estaba trabajando de noche en una fábrica,
recién me estaba pagando mis estudios de diseño gráfico y el hospedaje era algo
que había que pensar todos los días, eran épocas nuevas, de incertidumbre y zozobra.
Pasaron varios meses y en aquel tiempo el servicio militar
era obligado, sumado a eso era perseguido constantemente gracias a mi estado de
remiso ante el ejercito y mi posición subversiva frente a las expectativas de
mis tíos y primos militares; lo bueno de correr con tenis en la ciudad es que
se le puede vencer al físico de los soldados con sus pesadas botas y llegar al
trabajo en la fábrica dispuesto a pasar otro día repetitivo y productivo, no había
tiempo para discutir de la vida con los demás compañeros de trabajo y más
cuando se es un desconocido, cada preocupación cada recuerdo, cada pensamiento
de placer y cada canción sólo podía ser escuchada en la mente, en silencio. En
un comienzo mi Sensei fue mi tutor de trabajo, me enseñó a soldar y varias
técnicas de trabajo que hoy sólo pueden ser producidas por maquinas, tiempo
después y sin que lo llegara a sospechar fue él quien me enseñara más sobre
existencialismo que cualquier otro libro. Me dijo que si iba a hacer mis cosas
no debía platicarlas con nadie hasta que ya estuvieran materializadas, que la
vida en este mundo requiere ambición, fuerza y pasión en el carácter, pero el
cuerpo debe ser paciente, callar, aguantar esas mismas fuerzas para no desbordarlas
en intentos de fracaso.
A punta de experiencias pasadas, consejos, recomendaciones, estafas
y apuestas, el hombre me enseñó, que no debía fijarme en una sola experiencia
por más grande y espectacular que esta fuera ya que eso es sinónimo de egoísmo,
tampoco debía negar la naturaleza humana del hastío, del que se cansa de lo
mismo y del mismo, que la juventud se desvanece si así lo permitimos y si así
mismo nos descuidamos. Aprendí a jugar y a hacer trampa, aprendí mañas para no quedar
satisfecho con lo poco que se me presentaba, aprendí que cada día es el último
y sin retorno, por lo tanto, no habría oportunidad de revivir lo pasado y que,
aunque si fuera posible viajar al futuro, el pasado debía ser perfeccionado por
el ahora y el primer paso es ser cambiante, permanecer en movimiento. Intento
guardar celosamente en mi memoria cada episodio en el que practicaba los
consejos del Sensei Alpala, y me aguantaba sus llamados de atención, cuando me
decía: “¡Sansón, no sea pendejo Sansón! Si usted no sale a la pista nadie lo va
a notar metido entre toda la guacherna. ¡No sea marica Sansón!”
Quinto quinquenio: Mi bohemia
Pude terminar mis estudios satisfactoriamente, dejar muchas
puertas abiertas con personas y en muchos lugares prometedores de eso que
llaman estabilidad y tranquilidad, los vacíos se estaban llenando a medida que
iba viajando y comprando mis comodidades como si cada recompensa tributaria
fuera un merito por mis deseos de tener material en la vida. El termino “bohemio”
ya es muy inusual en este tiempo, de hecho, en su tiempo se llegaba a confundir
entre los melancólicos despechados que vivían en las cantinas malgastando
monedas en las vitrolas con sus guitarras viejas, y los viejos verdes
mujeriegos que llegaban a golpear a sus esposas después de una borrachera. Mis
amistades me dejaban de llamar por mi nombre de pila para entrar en confianza y
llamarme con el diminutivo de “Alex”, yo les decía que no olvidaban el complemento
de “el bohemio”, de ese modo quise re-significar el concepto más sonado en la música
popular para mí.
Derrochar irracionalmente no funciona tan placenteramente
como cuando se es consciente de la garantía de extensión de ese momento de
furor, y es que si algo había aprendido muy bien era a no malgastar mis boletos
a la entrada del goce pasajero, cuando se camina solo en las noches entre
pueblos desconocidos, antros, personas sigilosas y amenazas de muerte hasta en
las copas el único sistema de defensa es el engaño, así como entre los amigos
sinceros la única garantía es la palabra. Hablar de mi bohemia me trae sabores
deliciosos de besos y cuerpos que no deseo olvidar, canciones que encienden el
pecho con un fuego intenso y que hace temblar cada musculo de mi cuerpo, promesas
efímeras que hice con tal de salir bien librado y con la mejor ganancia de la
experiencia, bailes, gestos, lugares de los que me siento orgulloso de ser
ahora. La bohemia es el transito de un golpe inesperado al madrazo por reacción
inmediata, no es inconsciente, se puede planificar, incluso se puede premeditar
un poco el trayecto del momento en cuanto se sabe que es breve y pasajero, escurridizo
como la más antipática persona que se aprovecha del prójimo que la anhela.
Sexto quinquenio: Epitafio del viejo Alex
https://www.youtube.com/watch?v=vymcJtIJwg0
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