domingo, 19 de julio de 2020

Biografía ficcionalizada de un tal Alexis Garzón

Canción de la Abuela


Con prematuro oído musical, recuerdo haber disfrutado gratamente aquella melodía, que sin conocer título ni autor, ocupó los primeros espacios de una memoria melómana, aunque no fue un puesto fundacional en solitario, este primer momento iba acompañado del himno de Bogotá, que para ese entonces ni era himno, ni era referente a un espacio específico. Esta dupla sonora, fue el efecto no calculado del gasto de 20.000 pesos en el año 1988, dinero invertido en la compra de un radio de contrabando de Venezuela, intercambiado en Bucaramanga y trasladado a un municipio de Cundinamarca, dicho dispositivo radial modificó los silencios de una familia durante casi 25 años. 

Sin buena claridad o fidelidad a la lo ocurrido, recuerdo mis primeros años, la rutina del inicio del día era constante y confusa -fría como el llegar del alba-, despertado por el llamado materno, participaba bien temprano del éxodo diario de los integrantes de la casa, unos a estudiar, otros a trabajar y yo rumbo a otras casa y otras calles a esperar el retorno de algún acudiente. Al menos hasta los 5, cuando aconteció la repentina transformación de niño a niño estudiante de transición, que pareció fue el inicio de la actividad de hacer rayones en hojas de papel y cartillas, jugar de ahí en adelante con uniforme, junto a unos otros desconocidos y de vez en cuando ser regañado por un adulto con bata blanca o de colores. 

La cuestión es que ese bendito radio sonaba temprano y alto, todas las mañanas de aquellos días que califican como hábiles (que con propiedad deberían llamarse días ocupados o días cansados). Y yo, permanecía eclipsado, tanto antes y después del helado baño, como después del desayuno y saliendo de casa, atento a la “Canción de la abuela”, que como ya exprese, para dicho entonces, no era ni autoria de Piero, ni canción como tal, sino unos recortes musicales que aparecen, desaparecen y se repiten en el horario de 5:30 a 6:15 am, por los 105.9 fm de la emisora Bogotana Candela Estéreo. Eran una suerte de trocitos de juegos musicales, unos bocadillos sonoros que muy seguramente, acompañaban las noticias usuales de los primeros años de este milenio en Colombia, alguito de deportes, entretenimiento, también violencia y política, interrumpido ceremonialmente a las 6 por los protocolarios himnos, probablemente aquellos fragmentos tenían la intención de abrigar la frialdad de los relatos matutinos, de estabilizar la inestabilidad de lo que por aquí acontece. Pero nada de eso importa, yo iba a continuar brincando y corriendo sin mayores padecimientos que algunas raspaduras en codos y rodillas, y de vez en cuando alguna estímulo físico contundente por alguna desafiante o impertinente actitud.

No sería hasta hace muy poco, gracias a una pequeña corista, descubrí formalmente la canción de aquellas mañanas preparatorias, ciertamente ella no conoce el contenido radial de Candela, así como yo no distingo el repertorio del coro infantil, pero esta feliz casualidad trajo a mi memoria una agradable sensación y tranquilidad al recordar.

 

Calle luna, calle sol





Comienza la escuela a desentrañarse, los pasillos y los salones tomaron sonidos estruendosos, colores y olores contrastados, todo un despliegue de interpretaciones trabajaba en develar las consecuencias de lo que ocurría, mientras que un despliegue de energía trabajaba en provocarlas, los horizontes se iban acrecentando, la inmutabilidad de la estructura no paraba de realizar metamorfosis, una precoz independencia y curiosidad iban despertando, y los bichitos iban volando por fuera y dentro de las rejas de la institución. Yo como buen paseador, encontré buen pasatiempo en ir y venir, de la escuela al más allá de los lugares y menos acá del juego, o a la inversa, el ensanchamiento del juego y la intromisión de nuevos lugares en el caminar. 

Encontré también un astuto compañero paseador, rinrineaba con cautela y nunca casi nunca era descubierto, su salto siempre estaba un paso más lejos que el mío, su cabeza era extrañamente grande, sospecho que allí guardaba todos los trucos y visionarias ideas para saltar a riesgosas empresas. Lo único que podía poner en tensión la amistad con mi contemporáneo Robin Hobbes, era su afanosa tendencia a defender a el equipo escarlata Vallecaucano, años después me reiría gratamente de él por el deceso de su equipo, sin embargo, por ahora estamos discerniendo límites, trayectos y posibilidades del inicial vagar en las tardes del pueblo; sus calles, parques y montañas fueron el escenario en el que echaron a rodar travesuras, interacciones y experiencias.   

Los negocios prosperaban, la búsqueda de chatarra equivalía a la inversión inicial del día, a veces era cuantiosamente lucrativa, como el día que encontramos un enorme televisor en la calle, vendido a don Chucho el chatarrero por la valiosa suma de dos mil pesos, aquel esfuerzo de los 4 brazos de pequeña musculatura que arrastraron un televisor por las calles y los barrios, se vio bien recompensado en dos horas de video juegos y dos paquetes de alguna insalubre producto. Otros días no contaban con ese tipo de dicha, había que rebuscar entre modos más complejos para satisfacer los deseos, las apuestas y competencias contaban con esa complejidad ritual que nos envolvía, con sinceridad fue por mi contemporáneo Robin que me inmiscuyo en aquel mundo bajo de las interacciones. Las maquinitas eran la ejemplificación más o menos teórico-práctica de lo que significaba y requería dicho ocio, se insertaba una inicial y potencial inversión, se arriesgaba a competir y desplegar o enfrentar la astucia, si no se ganaba se frustraba o se salía a correr para escapar al cobrador, si se ganaba, se subía el ego a nuestras cabezas o también había que correr para que el deudor no escapase. Si bien esta temprana actitud emprendedora no era permanente, sus incidencias se adentraron y algo tuvieron que modificar. Los deportes y las travesuras se fueron enriqueciendo, las calles se fueron achiquitando, mientras aparecía una atractiva figura antagonista a la niñez social de los paraísos del concreto; apareció el horizonte del campo, del verde y de la transformación de los sentidos en ese espacio, un respiro purificador, tal vez si mi contemporáneo Robin hubiera tenido también la oportunidad otro sería el desenlace de nuestra amistad. No pienso agregar mucho más, solo que al joven campo le debo la paciencia del aprender a pescar.

 

Los instrumentos de don Luis 

Ciertamente la pragmática de los objetos me fue desde un principio bien atractiva, mis juguetes rara vez fueron creados para ser juguetes, las navidades no eran una ceremonia a fin a la comercialización, estrenar juguetes era ceremonia de otro tipo de familia. La inventiva de unas manos, resultó ser el mejor recurso para el trabajo pragmático, obviamente aunado a una fábrica o depósito de materia prima, en mi casa hay tantos checheres como bichitos hay en el patio, siendo estos el insumo para una época variada de maquinaciones, planes y proyectos. 

Del barco que empezamos a hacer para surcar las nefastas aguas de la contaminada represa del Muña, solo quedo el reguero de tablas y los planos mal diseñados. De los radios controles y demás artefactos electrónicos que pretendí reparar, no quedó siquiera el rastro de las desmembración de sus circuitos. De la violencia que recibió el hardware y redujo su naturaleza a basura, solo fue testigo la bolsa que lunes y jueves era compactada por un camión mal oloroso. El ranchito-taller del patio que nació con todo el empeño de un sábado, pereció con la lluvia del domingo en la noche, -algunas de sus bases alcanzaron la heroica resistencia de una semana, algunos materiales lograron su reutilización-. Del criadero de caracoles quedó la desilusión y la exaltación, motivo del inesperado escape de del 70% de los invitados-secuestrados a modificar su caracolesca realidad. No puedes controlar todo, o no puedes controlar mucho parecía que repetía la experiencia de esas inventivas.

Pero no todo se podía reducir a ensayo-fallo, la casa por varios años atravesó un proceso de confrontación consigo misma, derrumbe y renovación desde sus bases, proceso en el que las juveniles fuerzas podían contribuir de algún modo. Así pues, una verdadera fundamentación de la techne correspondiente al oficio de la construcción tuvo lugar en ese cuando, el cansancio y los accidentes del quehacer se presentaban con constancia, sin embargo, podían más la sensación de utilidad prestada y atención a los rudimentarios aprendizajes. El ojo consagró la autonomía y la acroamática, nadie decía explícitamente el cómo de las cosas, solo lo mostraban, de lo que no se puede hablar es mejor aprender en silencio, para después molestar con esos usos en inventivas privadas, desprovistas de la vigilancia de algún adulto medianamente responsable. 


Gregorio

Parece que un día desperté volcado a la inestabilidad de las visiones de lo cotidiano, el colegio, los amigos y la familia se alejaban del significado que mantuvieron, pero propiamente yo era el que empezaba a desajustarme de lo que el entorno me proponía. De ahí en adelante, dichas metamorfosis se convertirían en un testimonio constante y renovado del chocar, rodar, elevarme, arrastrarme y cualquier otro movimiento durante los años de los vendavales, que consiguen con relativa facilidad e impertinencia poner a oscilar o cambiar las posiciones y trayectorias de este sujeto.

Para los últimos años de colegio, la responsabilidad y compromiso estaban por el suelo, se popularizó entonces el uso negativo del sufijo ción, citación, evasión, distracción, desinhibición, alteración, desviación, un tanto de destrucción y finalmente todo apuntaba a una intranquila maduración. Los profesores preferían que durmiera en clase, antes de que empezara con la altanería, no quisieron que repitiera ningún año, sospecho por la misma razón. En la celebración de mi cumpleaños falte yo, para el grado de once se me quedaron en casa las ganas de asistir, olvide decirle lo linda que era a la chica con quien salía, para completar, olvide felicitar a mamá en mayo. En fin, empecé a juntarme con mi soledad.

Acudió para mi suerte y agravio un lento, tortuoso, resquebrajado pero agradable sendero, en su camino, el paisaje tomo cada vez más variedad y reconocimiento de matices, en su mayoría cruentos y desagradables. A la par, se desgaja parte de la provisoria y endeble autoidentificación, en una incesante prolongación de la detallada sensación de resquebrajamiento, se escucha con eco el crujir, como las hojas de un bosque en eterna primavera, de igual modo, los trocitos de ego que golpean secamente el subsuelo y hacen sonar con estrépito cada fibra corporal. Así se afianza la continua confrontación, del ecosistema y del ego sin sistema.   

 La actividad académica, como cualquier otra suele ser desgastante, inmersa en un sinsentido, solo que para este caso se esmera en intentar casi todo por encontrarlo, extrañando así el objeto de su búsqueda e insatisfaciendo su descubrimiento. El anhelo intelectual consigue respirar los aires limpios de los altos Andes, también raspa con las sucias tierras de los lodazales cercanos a los ríos, con ayuda del pensamiento y la razón se configuran cambios de formas más agresivos, pero igualmente indefinitorios. El aspecto sensible corporal también lo ha intentado, conquistando mortuorias cimas, superando fronteras y pisos térmicos, ha descendido al calor infernal de la tierra con frutos dulces y se ha accidentado en las mal señalizadas curvas cerradas, viéndome más satisfecho con ese dolor que muchas otras veces, igual reconozco que sigue siendo una forma que está por cambiar.     

 

Temblores


 


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