Por: Yenny Yañez Rodríguez
Primer quinquenio “El renacuajo paseador”
https://www.youtube.com/watch?v=hP-Qpg-g7t0&t=73s
Un 23 de abril del 95’ nació una niña prematura de
aproximadamente 24 semanas de gestación, nací muriendo, mi mamá dice que me
dieron las tradicionales “nalgadas” para generar mí llanto, me reanimaron, viví
los primeros meses dentro de una incubadora, dependiendo de oxígeno y demás
aparatos que ayudaban a mantenerme con vida. Meses después mi madre me cuenta
que hubo un bajón de luz en todo el municipio (Fusagasugá), el hospital tenía
planta de energía, pero, por error humano, no se aseguraron de que todas las
incubadoras estuvieran encendidas y ahí estaba yo, de nuevo muriendo, mi madre
llegaba a visitarme y encontró los vidrios empañados, su bebé morada,
ahogándose, segunda reanimación. Exigió mi salida después de lo ocurrido,
dijeron que moriría si no estaba en la clínica, pero el esfuerzo de mi mamá y
de mi familia, comprobaron todo lo contrario. Años después, esta fábula adaptada
a canto-cuento me recuerda mi primer quinquenio porque cuando tenía alrededor de
unos tres o cuatro años, teníamos un cassette en el que tenía todas las fábulas
de Rafael Pombo, y en particular solía escuchar recurrentemente la de rin
rin renacuajo, tenía un walkman que compartíamos con mis hermanos mayores,
era de color azul con amarillo y tiene un piolín decorativo (digo tiene, porque
aún lo tengo y sigue funcionando), también mi mamá o mi papá solían cantármelo
a diario, incluso varias veces al día.
Por alguna extraña razón, mi mamá asoció al protagonista de
la fábula rin rin renacuajo con la rana René, quién pertenecía a “El
Show de los Muppet” y hacía algunas apariciones en el programa de “Plaza Sésamo”
y se le ocurrió apodarme y decirme “mí rana René”, porque mis píes y mis manos
siempre mantenían extremadamente fríos yal momento de abrazarla o al momento de
cualquier contacto exclamaba: ¡Estás más fría que una rana!
Segundo quinquenio el “Jardín la Tulipana y Escuela
Camilo Torres”
Mi primera institución educativa se llamaba “Jardín la
Tulipana”, allí entré cuando tenía cuatro años a cursar transición, era de las
más pequeñas del curso, mi primer día de escuela estaba lleno de expectativas que
con el tiempo se desvanecían. Mi profe Norma era un amor conmigo, me consentía
y estaba al pendiente, yo era la más pequeña de la clase, tanto en edad, como
en estatura; al transcurrir los días aprendía nuevas cosas y eso me gustaba,
tenía la ventaja de que en casa mí mamá y mi papá ya me habían enseñado a
escribir mi nombre, adicional a eso, sabía leer algunas palabras, eso me facilitaba
el aprendizaje; pero no todo era tan bueno, a continuación, contaré la parte
insoportable y dolorosa de mis primeros años escolares.
Me había costado hacer “amigos/as” o tener compañeros/as que
fueran amables conmigo, pues, casi todos los días se acercaban niñas que solo me
hablaban para quitarme las onces a la hora del descanso, recuerdo que mi papá
me compraba el flan que promocionaba en ese entonces Juan Pablo Montoya (corredor
de Fórmula 1), o las galletas cuyo empaque tenían la imagen de los Looney
Toons, que no podía disfrutar, si estaba de suerte, me dejaban la manzana o
uvas que acompañaba la lonchera, ellassolían decirme: “No le digas a la profe
Norma, o no seremos más tus amigas”, evidentemente, no conocía el significado
de amistad; por otra parte, la profe Norma nos prometía que si nos portábamos
bien y terminábamos los ejercicios o planas de la clase, nos llevaría al “juguetero”
(lugar lleno de juguetes y en forma de “casita miniatura”). Como los demás
niños, ansiaba ese momento de poder jugar y olvidar las planas, pero ese
momento no llegaría, como todos contaban ya con un grupo de amigos/as, se
apropiaban de las cosas y muy difícilmente compartirían, por ende, mi hora de
juego, consistía en que la profe Norma me tomará de la mano y me dijera: -“espera
a que te presten un juguete”, si contaba con suerte, me prestaba una ollita en
cuanto mucho, otros días… ¡nada!
En la primera foto que acompaña esta narración, salgo
acompañada de una niña (de un curso superior, creo que de primer grado), que no
recuerdo su nombre, pero sí recuerdo los malos momentos que me dejó, el
compartir un descanso con ella, pues, por algún motivo, ya existían rivalidades
entre cursos y eso ocasionó que me pegarán a diario, me apartaban hacia los
baños y entre varias niñas me arañaban, me pegaban puntapiés, me mordían, trataban
de jalarme mi cabello (que era extremadamente corto) y me decían que “no me
juntara con esa niña”. Y así todos los días así no me juntará con ella… Ustedes
dirán ¿por qué no le contaba a mi mamá o a mi profe? Porque me daba miedo, pese
a eso mi mamá se daba cuenta de los golpes y le manifestaba a la profe y ella me
preguntaba quiénes me golpeaban, pero eso solo empeoraba las cosas.
Al finalizar el año, mis padres optaron por cambiarme ala
Escuela Camilo Torres, allí pasé 5años de mi vida, aquí la historia no fue
diferente, mi primer día de clase, mis mejillas fueron el imán de dos de las
niñas más grandes de la clase (Edna y Mónica), pero a medida que pasaba el
tiempo logré tener un amigo (Fabián), éramos los mejores de la clase; en tercer
grado, representé a la escuela en un concurso municipal de deletreo y ortografía,
que por cierto, gané. Fabián y yo nos convertimos en el blanco de apodos,
golpes, tanto así, que en clase de Educación Física, a mí, me hicieron la
llamada “sancadilla” mientras saltaba lazo y ocasionaron que me tomarán puntos
en la rodilla y me impidiera caminar por varios meses, tiempo después, Fabián corría
para llegar a la caseta donde comprábamos dulces y papas chorreadas, lo
empujaron y perdió los dos dientes frontales que eran los permanentes, tuvieron
que reemplazárselos por resinas. La profesora titular decía que eran “accidentes”,
“cosas de niños”.
Por fortuna, académicamente siempre me iba muy bien y me
gustaba poder participar en las diferentes obras de teatro que hacían siempre
por el Día del Idioma, que justamente, es mi natalicio, las disfrutaba como
nunca, así como los concursos de deletreo.
Tercer quinquenio “El mundo de Sofía y mi raqueta”
Este libro llegó a mi vida a la edad de 11 o 12 años, no recuerdo con exactitud cómo lo obtuve, solo recuerdo que desde la primera página que leí, me enganchó por completo, quizás fue de los primeros acercamientos que tuve con la filosofía, pues, para esa época, había tenido la oportunidad de hojear y malinterpretar algunos textos de Nietzsche que un profesor de ética del colegio me había compartido a través de un CD con más de 300 textos de todo tipo (como Harry Poter, Sherlock Holmes, Nietzche, etc…), entonces, leer éstas primeras páginas me cautivó a leer sin parar, me atraía el misterio de quién le enviaba la correspondencia acerca de este “curso de filosofía” a Sofía y a su vez, las postales dirigidas a Hilde Møller Knag, por otra parte, me identificaba con Sofía pues, al momento de leer el libro tenía casi la misma edad. Puedo decir también, que sentía como si yo fuera Sofía haciendo este curso de filosofía. Casi no dormía, ni comía por leerlo y seguir aprendiendo, este libro contiene más de 500 páginas, que leía con mucho interés para terminar de leerlo pronto y descifrar el misterio que a travesaba el libro.
Este libro marcó esta etapa de mi vida, porque me hizo leer
otros textos y cuestionar de ahí en adelante mis creencias, o más bien, lo que
me habían impuesto, en una familia católica, con una abuela catecista y muy
devota. Adicional a eso, puedo asegurar que este libro me acercó mucho más a la
filosofía, me hizo “querer saber” de ciertos conceptos, de enamorarme de la
filosofía y querer a futuro estudiar Filosofía, hacer de la filosofía mi forma
de vida, mi profesión, y heme aquí, preparándome para cumplir mi sueño de adolescencia.
Por otra parte, siento que también fue mi escape, mi “salvavidas”,
pues, a mis once años solo quería morir, pasaban mil cosas en mi familia, que
me hacían sentir rota e invisible. Mis padres se habían separado, mi hermana de
17 años estaba en embarazo y aún estaba en el colegio, éramos demasiado humildes,
mi hermano había ingresado a hacer el curso para ser “pollicía"; mi madre
tuvo que trabajar el doble para sacarnos adelante, yo no la veía, mi hermana evidentemente
tenía otras prioridades, mi hermano no estaba en casa.
Llegaba a casa, nadie abría, esperar horas bajo el sol o la lluvia,
a que mi mamá llegará. Luego de varios meses, yo entrenaba tenis de campo, hacía
trabajos a mis compañeras del colegio para comprarme mi raqueta, no alcanzaba a
hacer mis trabajos; de nuevo, allí podía olvidarme de lo que era mi vida, una
familia fragmentada, donde sentía que no le importaba a nadie en casa, me había
convertido en la “chica problema” en el colegio, mi hermana comenzó a trabajar
tan pronto nació mi sobrina, tuve que abandonar mi entrenamiento de tenis, por
ayudar a mi hermana desde que salía del colegio hasta la noche por cuidar a mi
sobrina, intenté retomar y me iba con mi sobrina a las canchas, pero perdí el
año, perdí el cupo en el colegio y no pude volver, mi mamá me envió con su tía supongo
que a modo de castigo.
Cuarto quinquenio “Diego Clavijo”
Antes de contar quién es la persona significativa de este
quinquenio, las cosas en mi casa o en mi vida no habían mejorado, pasé por dos
colegios más, quizás intentaba llamar la atención de mi familia, pero no lo
lograba.
Comencé a trabajar como mesera en un negocio de comidas
rápidas en las noches para poder ayudar en los gastos de la casa y poder pagar
las pensiones del colegio (me tocó privado), porque pude matricularme yo misma,
a mi mamá no le daban permiso de nada, casi vivía en su trabajo. Mi hermana se
fue y mi sobrina quedó a cargo de mi mamá y mía, básicamente yo la cuidaba todo
el tiempo. Cuando decidí irme de casa tenía 16 años aún no había terminado el
colegio, era complicada la convivencia con mi mamá, así que, me fui un tiempo a
casa de mi hermano mientras terminé mí secundaria.
Luego, me vine a Bogotá, a vivir con unas ex compañeras de
colegio y comencé a trabajar en mil cosas para poder sostenerme en la ciudad. Dos años después, conocí a Diego a finales del
2013 por unos amigos en común, al principio nos hicimos muy buenos amigos,
tiempo después comenzamos a salir y nos convertimos en algo más que amigos. Desde
entonces, hemos compartido un sinfín de momentos, entre ellos, muy buenos,
malos, regulares, felices, tristes, de angustias y temores, pero, sobre todo,
apoyándonos el uno al otro. En más de seis años de relación, hemos pasado por
muchas cosas que nos han hecho crecer y madurar; hemos afrontado la convivencia
y lo que ello implica, hemos viajado por varias partes, en algún momento
decidimos dejar Bogotá e irnos a una oferta laboral en el Meta, fueron tiempos
extraños, en algunas ocasiones con estabilidad económica y en otras, donde teníamos
que caminar varios kilómetros de un pueblo a otro para poder encontrar dinero y
conseguir para los gastos diarios, sumado a eso, el hecho de ser “rolos”,
dificultaba las cosas en varios aspectos, en ocasiones teníamos miedo de llegar
a los pueblos a trabajar (trabajábamos matriculando estudiantes de colegios o sus
familiares a diferentes cursos de gran demanda en la zona como: inglés, HSEQ,
maquinaria pesada, etc.).
Sentíamos miedo porque en pueblos tan pequeños la información
corre muy rápidamente y no es un secreto que para el año 2014-2015, aún era
bastante peligroso andar por esas zonas, debido a que, en algunos territorios del
Meta, aún era latente la presencia de diferentes grupos armados y era usual que
te toparás con comentarios de algunos locales donde solíamos almorzar o quienes
nos rentaban la vivienda, que “tuviéramos cuidado porque habían preguntado por la
flaquita que habían visto en tal sitio” o por “la parejita que recién llegó a
qué se dedicaban”. Después de un año de recorrer casi todo este departamento,
decidimos volver a Bogotá, iniciar una nueva vida, hacer nuevos proyectos, como
conseguir nuevos trabajos, en el caso de él, afines a la veterinaria (la carrera que estudiaba),
pero también tuvimos que apoyarnos en el momento que afrontamos el cuidado de “nono”
quien hizo las veces de su papá, luchamos con la enfermedad de su nono
(cirrosis), por dos años, con cuadros de caídas, pérdidas de lucidez, sangrados,
punciones estomacales, urgencias… El 6 de diciembre del 2016, los tres perdimos
la batalla.
Quinto quinquenio “entré a la UPN y me convertí
en madre”
Bueno, en primer lugar, el acontecimiento que ha contribuido a
un cambio en mi vida fue el hecho de haber sido admitida en la UPN, al
enterarme fue uno de los mejores días de mi vida, pues, como mencioné anteriormente,
este había comenzado a ser mi sueño y mi meta desde los 12 años. Aquí he
conocido personas maravillosas, amigos, profes, que se convierten en una
segunda familia. Cursando el segundo semestre de la carrera, el día 07 de abril
de 2017, me enteré que estaba en embarazo, aún no podía creerlo, pues, estaba
iniciando mi carrera y debido a algunos problemas médicos, la probabilidad de
embarazo era extremadamente baja, pensaba en cómo cambiaría mi vida desde ese
día. El día 10 de abril, vi latir el corazón del amor que cambiaría mi vida,
del amor de mi vida, de la luz de mis ojos. Viví un embarazo complicado, de
alto riesgo; acompañado de lo eterna que se hacía la espera de tener a mi hija
en mis brazos, mi Helena. Las últimas semanas me invadió el miedo, la angustia
del trabajo de parto, me cuestionaba a diario si fuese una “buena madre”, mil
cosas rondaban por mi cabeza, pero siempre en compañía de Diego.
Se llegó el día más esperado y más temido, donde el viernes
24 de noviembre del 2017, entré en labor de parto a las 2 o 3am mientras
dormía, comenzaron las contracciones, me quejaba dormida, Diego me despertó y
me dijo: ¡Vámonos! Comencé a temblar, le dije que me habían pasado, que no me
dolía nada (¡mentiras! Sentía el mayor dolor de mi vida), decidí entrar a la
ducha a las 3 de la madrugada y mitigar el dolor de mi espalda, pues me
aterraba la idea de que en la clínica me dijeran “se queja de nada y me devolvieran
a casa”, porque siempre las enfermeras y médicos solían referirse a que las “primerizas”
no aguantaban nada y duraban varias horas o días en labor de parto. No soporté
más, a las 7am dije: “Alistemos los documentos y vámonos!”
Camino a la clínica, en plena autopista-norte, nos
enfrentamos con el peor trancón que había visto, todo por ser “Black Friday”,
solo respiraba y me apoyaba en la silla trasera del carro, mientras las
lágrimas rodaban por mis mejillas, y Diego me miraba por el retrovisor en el
asiento de copiloto diciendo “tranquila”, si supiera que hacía lo posible por
no gritar y soportar el dolor. Llegamos creo que a las 11am a la clínica, no
podía ya caminar, Diego me sostenía hasta la entrada de la clínica y cada paso era
una tortura, el vigilante me proporcionó una silla de ruedas y exclamó ¡Menos
mal no soy mujer!
El registro de ingreso fue eterno, cada contracción era tortuosa,
tuve que esperar a que me revisaran, se tardaron bastante en hacerlo, quizá
porque no manifestaba todo lo que sentía; por fin me revisaron, me preguntaban
datos y no recordaba ni mi nombre. Le pidieron mis cosas a Diego, no lo dejaron
entrar a acompañarme, me sentía sola, con miedo, y a la vez feliz, porque por fin
tendría en mis brazos a Helena. A eso de las 2:30 supongo, me subieron a sala
de parto, me acompañaban cuatro médicos, en la sala debido a mi historial
clínico, en dos ocasiones intenté desmayarme, por fortuna no fue así. Siendo
las 3:37pm, nació Helena, apenas la pusieron sobre mi pecho, le hablé y ella
abrió sus ojos, grandes y hermosos; el dolor desapareció, olvidé todo a mi
alrededor, solo podía admirarla y reconocerla, amarla… Desde ese momento, nací
con ella, ya no era solo Yenny, era mamá, ese fue el primer día del resto de mi
vida.
Epitafio:
“Nací muriendo
un 23 de abril, viví queriendo morir y volví a vivir un 24 de noviembre. Alguna
vez escuché, que nacer, es empezar a morir y quién no muere, no ha nacido
todavía”
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