domingo, 19 de julio de 2020

Autobiografía ficcionalizada de "23 de abril"

Por: Yenny Yañez Rodríguez



Primer quinquenio “El renacuajo paseador”

https://www.youtube.com/watch?v=hP-Qpg-g7t0&t=73s

Un 23 de abril del 95’ nació una niña prematura de aproximadamente 24 semanas de gestación, nací muriendo, mi mamá dice que me dieron las tradicionales “nalgadas” para generar mí llanto, me reanimaron, viví los primeros meses dentro de una incubadora, dependiendo de oxígeno y demás aparatos que ayudaban a mantenerme con vida. Meses después mi madre me cuenta que hubo un bajón de luz en todo el municipio (Fusagasugá), el hospital tenía planta de energía, pero, por error humano, no se aseguraron de que todas las incubadoras estuvieran encendidas y ahí estaba yo, de nuevo muriendo, mi madre llegaba a visitarme y encontró los vidrios empañados, su bebé morada, ahogándose, segunda reanimación. Exigió mi salida después de lo ocurrido, dijeron que moriría si no estaba en la clínica, pero el esfuerzo de mi mamá y de mi familia, comprobaron todo lo contrario. Años después, esta fábula adaptada a canto-cuento me recuerda mi primer quinquenio porque cuando tenía alrededor de unos tres o cuatro años, teníamos un cassette en el que tenía todas las fábulas de Rafael Pombo, y en particular solía escuchar recurrentemente la de rin rin renacuajo, tenía un walkman que compartíamos con mis hermanos mayores, era de color azul con amarillo y tiene un piolín decorativo (digo tiene, porque aún lo tengo y sigue funcionando), también mi mamá o mi papá solían cantármelo a diario, incluso varias veces al día.

Por alguna extraña razón, mi mamá asoció al protagonista de la fábula rin rin renacuajo con la rana René, quién pertenecía a “El Show de los Muppet” y hacía algunas apariciones en el programa de “Plaza Sésamo” y se le ocurrió apodarme y decirme “mí rana René”, porque mis píes y mis manos siempre mantenían extremadamente fríos yal momento de abrazarla o al momento de cualquier contacto exclamaba: ¡Estás más fría que una rana!

Segundo quinquenio el “Jardín la Tulipana y Escuela Camilo Torres”



Mi primera institución educativa se llamaba “Jardín la Tulipana”, allí entré cuando tenía cuatro años a cursar transición, era de las más pequeñas del curso, mi primer día de escuela estaba lleno de expectativas que con el tiempo se desvanecían. Mi profe Norma era un amor conmigo, me consentía y estaba al pendiente, yo era la más pequeña de la clase, tanto en edad, como en estatura; al transcurrir los días aprendía nuevas cosas y eso me gustaba, tenía la ventaja de que en casa mí mamá y mi papá ya me habían enseñado a escribir mi nombre, adicional a eso, sabía leer algunas palabras, eso me facilitaba el aprendizaje; pero no todo era tan bueno, a continuación, contaré la parte insoportable y dolorosa de mis primeros años escolares.

Me había costado hacer “amigos/as” o tener compañeros/as que fueran amables conmigo, pues, casi todos los días se acercaban niñas que solo me hablaban para quitarme las onces a la hora del descanso, recuerdo que mi papá me compraba el flan que promocionaba en ese entonces Juan Pablo Montoya (corredor de Fórmula 1), o las galletas cuyo empaque tenían la imagen de los Looney Toons, que no podía disfrutar, si estaba de suerte, me dejaban la manzana o uvas que acompañaba la lonchera, ellassolían decirme: “No le digas a la profe Norma, o no seremos más tus amigas”, evidentemente, no conocía el significado de amistad; por otra parte, la profe Norma nos prometía que si nos portábamos bien y terminábamos los ejercicios o planas de la clase, nos llevaría al “juguetero” (lugar lleno de juguetes y en forma de “casita miniatura”). Como los demás niños, ansiaba ese momento de poder jugar y olvidar las planas, pero ese momento no llegaría, como todos contaban ya con un grupo de amigos/as, se apropiaban de las cosas y muy difícilmente compartirían, por ende, mi hora de juego, consistía en que la profe Norma me tomará de la mano y me dijera: -“espera a que te presten un juguete”, si contaba con suerte, me prestaba una ollita en cuanto mucho, otros días… ¡nada!

En la primera foto que acompaña esta narración, salgo acompañada de una niña (de un curso superior, creo que de primer grado), que no recuerdo su nombre, pero sí recuerdo los malos momentos que me dejó, el compartir un descanso con ella, pues, por algún motivo, ya existían rivalidades entre cursos y eso ocasionó que me pegarán a diario, me apartaban hacia los baños y entre varias niñas me arañaban, me pegaban puntapiés, me mordían, trataban de jalarme mi cabello (que era extremadamente corto) y me decían que “no me juntara con esa niña”. Y así todos los días así no me juntará con ella… Ustedes dirán ¿por qué no le contaba a mi mamá o a mi profe? Porque me daba miedo, pese a eso mi mamá se daba cuenta de los golpes y le manifestaba a la profe y ella me preguntaba quiénes me golpeaban, pero eso solo empeoraba las cosas.

Al finalizar el año, mis padres optaron por cambiarme ala Escuela Camilo Torres, allí pasé 5años de mi vida, aquí la historia no fue diferente, mi primer día de clase, mis mejillas fueron el imán de dos de las niñas más grandes de la clase (Edna y Mónica), pero a medida que pasaba el tiempo logré tener un amigo (Fabián), éramos los mejores de la clase; en tercer grado, representé a la escuela en un concurso municipal de deletreo y ortografía, que por cierto, gané. Fabián y yo nos convertimos en el blanco de apodos, golpes, tanto así, que en clase de Educación Física, a mí, me hicieron la llamada “sancadilla” mientras saltaba lazo y ocasionaron que me tomarán puntos en la rodilla y me impidiera caminar por varios meses, tiempo después, Fabián corría para llegar a la caseta donde comprábamos dulces y papas chorreadas, lo empujaron y perdió los dos dientes frontales que eran los permanentes, tuvieron que reemplazárselos por resinas. La profesora titular decía que eran “accidentes”, “cosas de niños”.

Por fortuna, académicamente siempre me iba muy bien y me gustaba poder participar en las diferentes obras de teatro que hacían siempre por el Día del Idioma, que justamente, es mi natalicio, las disfrutaba como nunca, así como los concursos de deletreo.

 

Tercer quinquenio “El mundo de Sofía y mi raqueta”

 



 Este libro llegó a mi vida a la edad de 11 o 12 años, no recuerdo con exactitud cómo lo obtuve, solo recuerdo que desde la primera página que leí, me enganchó por completo, quizás fue de los primeros acercamientos que tuve con la filosofía, pues, para esa época, había tenido la oportunidad de hojear y malinterpretar algunos textos de Nietzsche que un profesor de ética del colegio me había compartido a través de un CD con más de 300 textos de todo tipo (como Harry Poter, Sherlock Holmes, Nietzche, etc…), entonces, leer éstas primeras páginas me cautivó a leer sin parar, me atraía el misterio de quién le enviaba la correspondencia acerca de este “curso de filosofía” a Sofía y a su vez, las postales dirigidas a Hilde Møller Knag, por otra parte, me identificaba con Sofía pues, al momento de leer el libro tenía casi la misma edad. Puedo decir también, que sentía como si yo fuera Sofía haciendo este curso de filosofía. Casi no dormía, ni comía por leerlo y seguir aprendiendo, este libro contiene más de 500 páginas, que leía con mucho interés para terminar de leerlo pronto y descifrar el misterio que a travesaba el libro.

Este libro marcó esta etapa de mi vida, porque me hizo leer otros textos y cuestionar de ahí en adelante mis creencias, o más bien, lo que me habían impuesto, en una familia católica, con una abuela catecista y muy devota. Adicional a eso, puedo asegurar que este libro me acercó mucho más a la filosofía, me hizo “querer saber” de ciertos conceptos, de enamorarme de la filosofía y querer a futuro estudiar Filosofía, hacer de la filosofía mi forma de vida, mi profesión, y heme aquí, preparándome para cumplir mi sueño de adolescencia.

Por otra parte, siento que también fue mi escape, mi “salvavidas”, pues, a mis once años solo quería morir, pasaban mil cosas en mi familia, que me hacían sentir rota e invisible. Mis padres se habían separado, mi hermana de 17 años estaba en embarazo y aún estaba en el colegio, éramos demasiado humildes, mi hermano había ingresado a hacer el curso para ser “pollicía"; mi madre tuvo que trabajar el doble para sacarnos adelante, yo no la veía, mi hermana evidentemente tenía otras prioridades, mi hermano no estaba en casa.

Llegaba a casa, nadie abría, esperar horas bajo el sol o la lluvia, a que mi mamá llegará. Luego de varios meses, yo entrenaba tenis de campo, hacía trabajos a mis compañeras del colegio para comprarme mi raqueta, no alcanzaba a hacer mis trabajos; de nuevo, allí podía olvidarme de lo que era mi vida, una familia fragmentada, donde sentía que no le importaba a nadie en casa, me había convertido en la “chica problema” en el colegio, mi hermana comenzó a trabajar tan pronto nació mi sobrina, tuve que abandonar mi entrenamiento de tenis, por ayudar a mi hermana desde que salía del colegio hasta la noche por cuidar a mi sobrina, intenté retomar y me iba con mi sobrina a las canchas, pero perdí el año, perdí el cupo en el colegio y no pude volver, mi mamá me envió con su tía supongo que a modo de castigo.

Cuarto quinquenio “Diego Clavijo”

 



Antes de contar quién es la persona significativa de este quinquenio, las cosas en mi casa o en mi vida no habían mejorado, pasé por dos colegios más, quizás intentaba llamar la atención de mi familia, pero no lo lograba.

Comencé a trabajar como mesera en un negocio de comidas rápidas en las noches para poder ayudar en los gastos de la casa y poder pagar las pensiones del colegio (me tocó privado), porque pude matricularme yo misma, a mi mamá no le daban permiso de nada, casi vivía en su trabajo. Mi hermana se fue y mi sobrina quedó a cargo de mi mamá y mía, básicamente yo la cuidaba todo el tiempo. Cuando decidí irme de casa tenía 16 años aún no había terminado el colegio, era complicada la convivencia con mi mamá, así que, me fui un tiempo a casa de mi hermano mientras terminé mí secundaria.

Luego, me vine a Bogotá, a vivir con unas ex compañeras de colegio y comencé a trabajar en mil cosas para poder sostenerme en la ciudad.  Dos años después, conocí a Diego a finales del 2013 por unos amigos en común, al principio nos hicimos muy buenos amigos, tiempo después comenzamos a salir y nos convertimos en algo más que amigos. Desde entonces, hemos compartido un sinfín de momentos, entre ellos, muy buenos, malos, regulares, felices, tristes, de angustias y temores, pero, sobre todo, apoyándonos el uno al otro. En más de seis años de relación, hemos pasado por muchas cosas que nos han hecho crecer y madurar; hemos afrontado la convivencia y lo que ello implica, hemos viajado por varias partes, en algún momento decidimos dejar Bogotá e irnos a una oferta laboral en el Meta, fueron tiempos extraños, en algunas ocasiones con estabilidad económica y en otras, donde teníamos que caminar varios kilómetros de un pueblo a otro para poder encontrar dinero y conseguir para los gastos diarios, sumado a eso, el hecho de ser “rolos”, dificultaba las cosas en varios aspectos, en ocasiones teníamos miedo de llegar a los pueblos a trabajar (trabajábamos matriculando estudiantes de colegios o sus familiares a diferentes cursos de gran demanda en la zona como: inglés, HSEQ, maquinaria pesada, etc.).

Sentíamos miedo porque en pueblos tan pequeños la información corre muy rápidamente y no es un secreto que para el año 2014-2015, aún era bastante peligroso andar por esas zonas, debido a que, en algunos territorios del Meta, aún era latente la presencia de diferentes grupos armados y era usual que te toparás con comentarios de algunos locales donde solíamos almorzar o quienes nos rentaban la vivienda, que “tuviéramos cuidado porque habían preguntado por la flaquita que habían visto en tal sitio” o por “la parejita que recién llegó a qué se dedicaban”. Después de un año de recorrer casi todo este departamento, decidimos volver a Bogotá, iniciar una nueva vida, hacer nuevos proyectos, como conseguir nuevos trabajos, en el caso de él, afines  a la veterinaria (la carrera que estudiaba), pero también tuvimos que apoyarnos en el momento que afrontamos el cuidado de “nono” quien hizo las veces de su papá, luchamos con la enfermedad de su nono (cirrosis), por dos años, con cuadros de caídas, pérdidas de lucidez, sangrados, punciones estomacales, urgencias… El 6 de diciembre del 2016, los tres perdimos la batalla.

Quinto quinquenio “entré a la UPN y me convertí en madre”




Bueno, en primer lugar, el acontecimiento que ha contribuido a un cambio en mi vida fue el hecho de haber sido admitida en la UPN, al enterarme fue uno de los mejores días de mi vida, pues, como mencioné anteriormente, este había comenzado a ser mi sueño y mi meta desde los 12 años. Aquí he conocido personas maravillosas, amigos, profes, que se convierten en una segunda familia. Cursando el segundo semestre de la carrera, el día 07 de abril de 2017, me enteré que estaba en embarazo, aún no podía creerlo, pues, estaba iniciando mi carrera y debido a algunos problemas médicos, la probabilidad de embarazo era extremadamente baja, pensaba en cómo cambiaría mi vida desde ese día. El día 10 de abril, vi latir el corazón del amor que cambiaría mi vida, del amor de mi vida, de la luz de mis ojos. Viví un embarazo complicado, de alto riesgo; acompañado de lo eterna que se hacía la espera de tener a mi hija en mis brazos, mi Helena. Las últimas semanas me invadió el miedo, la angustia del trabajo de parto, me cuestionaba a diario si fuese una “buena madre”, mil cosas rondaban por mi cabeza, pero siempre en compañía de Diego.

Se llegó el día más esperado y más temido, donde el viernes 24 de noviembre del 2017, entré en labor de parto a las 2 o 3am mientras dormía, comenzaron las contracciones, me quejaba dormida, Diego me despertó y me dijo: ¡Vámonos! Comencé a temblar, le dije que me habían pasado, que no me dolía nada (¡mentiras! Sentía el mayor dolor de mi vida), decidí entrar a la ducha a las 3 de la madrugada y mitigar el dolor de mi espalda, pues me aterraba la idea de que en la clínica me dijeran “se queja de nada y me devolvieran a casa”, porque siempre las enfermeras y médicos solían referirse a que las “primerizas” no aguantaban nada y duraban varias horas o días en labor de parto. No soporté más, a las 7am dije: “Alistemos los documentos y vámonos!”

Camino a la clínica, en plena autopista-norte, nos enfrentamos con el peor trancón que había visto, todo por ser “Black Friday”, solo respiraba y me apoyaba en la silla trasera del carro, mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas, y Diego me miraba por el retrovisor en el asiento de copiloto diciendo “tranquila”, si supiera que hacía lo posible por no gritar y soportar el dolor. Llegamos creo que a las 11am a la clínica, no podía ya caminar, Diego me sostenía hasta la entrada de la clínica y cada paso era una tortura, el vigilante me proporcionó una silla de ruedas y exclamó ¡Menos mal no soy mujer!

El registro de ingreso fue eterno, cada contracción era tortuosa, tuve que esperar a que me revisaran, se tardaron bastante en hacerlo, quizá porque no manifestaba todo lo que sentía; por fin me revisaron, me preguntaban datos y no recordaba ni mi nombre. Le pidieron mis cosas a Diego, no lo dejaron entrar a acompañarme, me sentía sola, con miedo, y a la vez feliz, porque por fin tendría en mis brazos a Helena. A eso de las 2:30 supongo, me subieron a sala de parto, me acompañaban cuatro médicos, en la sala debido a mi historial clínico, en dos ocasiones intenté desmayarme, por fortuna no fue así. Siendo las 3:37pm, nació Helena, apenas la pusieron sobre mi pecho, le hablé y ella abrió sus ojos, grandes y hermosos; el dolor desapareció, olvidé todo a mi alrededor, solo podía admirarla y reconocerla, amarla… Desde ese momento, nací con ella, ya no era solo Yenny, era mamá, ese fue el primer día del resto de mi vida.

 

Epitafio:

“Nací muriendo un 23 de abril, viví queriendo morir y volví a vivir un 24 de noviembre. Alguna vez escuché, que nacer, es empezar a morir y quién no muere, no ha nacido todavía”

 

 

 

 



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